P. Francisco del castillo S.J.
Enviado por padreenrique • 22 de Junio de 2020 • Biografía • 6.082 Palabras (25 Páginas) • 242 Visitas
J. Enrique Rodríguez
HOMBRE DE DIOS,
HOMBRE PARA EL SERVICIO
P. FRANCISCO DEL CASTILLO S.J.
1615 - 1673
Lima, 2007
Con licencia eclesiástica
Para los vendedores ambulantes;
para los que salieron de su tierra;
para los que caminan en octubre
siguiendo al Señor;
para los que todavía pueden ver
aunque ya no sean niños
1. Introducción
Entrando a la Iglesia de San Pedro de Lima, encontramos en la nave derecha una cruz de madera. En la gruesa pared una lápida. En ese lugar reposan los restos del padre Francisco del Castillo. Mucha gente pasa cada día por ese rincón. Rezan, piden por necesidades grandes o pequeñas, dan gracias. Sin duda siempre son escuchados por Dios, el Padre de todos los hombres.
¿Quién fue ese hombre, intercesor en la oración de tanta gente de la calle? ¿Por qué hay jóvenes que hablan de él con cierto aire de familiaridad? ¿Qué hubo de especial en su vida para que Juan Pablo II lo pusiera como modelo el día que ordenó cuarenta sacerdotes en la ciudad de Lima?
A través de la historia, de los testimonios de muchas personas que lo conocieron, de la memoria permanente del pueblo, llega a nosotros información sobre su vida. La Autobiografía que los superiores jesuitas le obligaron a escribir hacia el final de sus días, nos sugiere cómo fue su vida interior. Vida "hacia dentro" y "hacia fuera" coherente, significativa. Quienes alguna vez vivieron a su lado pudieron ver en lo que era, hablaba y hacía, signos de la presencia de Dios.
Hagamos un sencillo recorrido por su vida. Veamos en Francisco del Castillo lo que hay de comprensible e imitable, dejando un poco de lado lo admirable. Creemos poder encontrar en este sacerdote limeño una fuerza siempre presente, antes como ahora, que permite ver en las palabras y acciones de un hombre, el ejemplo de un santo nuestro.
2. Nacido en Lima
Para situarnos en Lima colonial hay que hacer un esfuerzo de imaginación. Algunos monumentos arquitectónicos del centro de la ciudad nos traen el pálido y distorsionado reflejo de ese pueblo grande con algo más de veinticinco mil habitantes. Este dato es del censo mandado levantar en 1615 por el marqués de Montesclaros, el mismo que mandó construir la Alameda de los Descalzos. Fue en 1615, el 9 de febrero, el día que nació Francisco del Castillo.
De su padre se sabe muy poco. Fue un español de Toledo llegado al Perú en 1609 al servicio del arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero; su nombre era Juan Rico. La madre, Juana Morales del Castillo, era una criolla nacida en Santa Fe de Bogotá. De acuerdo a la costumbre de la época donde el tomar apellido era asunto optativo, a Francisco le correspondió ser reconocido por el de la madre. El nombre le fue impuesto a las dos semanas de su nacimiento. De la calle Aldabas, en la segunda cuadra del actual jirón Azángaro, donde vivía la familia, el 23 de febrero fue llevado Francisco a la Parroquia del Sagrario de la Catedral. Ahí fue bautizado por el padre Juan Bautista Ramírez, actuando como padrino Juan Fernández Higuera.
La muerte temprana del cabeza de familia determinó la situación del hogar. Estando Francisco aún en brazos, la tarea de sostener y educar a la familia quedó bajo la responsabilidad de la madre y la abuela. Alonso, María, Miguel, José y el hermano menor Francisco tuvieron que llevar una vida apretada por limitaciones económicas. El recurso al trabajo temprano se hizo sentir. Se sabe que Alonso era acólito permanente en la Catedral de Lima, lo que representaría un pequeño ingreso más en el hogar, ya que las ceremonias religiosas de la época eran innumerables y requerían de un numeroso marco de ayudantes para prestarles solemnidad.
Ya crecido, Francisco tampoco se vio exento de tener que trabajar. A la edad de nueve o diez años entró al servicio del Deán de la Catedral Juan de Cabrera. Entre los hijos de españoles pobres, este oficio doméstico era una manera de asegurarles educación y una situación para el futuro.
3. Juegos de niños
Los niños juegan de acuerdo a los modelos que ven a su alrededor. El medio en que se mueven, el trabajo, las distracciones, los intereses, ejercen influencia fundamental en la conformación del carácter y en la progresiva adecuación a la vida en sociedad. La capital peruana por aquella época estaba marcada por un ambiente fuertemente religioso. Misas, sermones, oficios, procesiones, eran parte sustancial en la rutina de la colonia. La impresionante arquitectura, el derroche escénico de las ceremonias, eran pasto para la imaginación y alimento para el espíritu, así como distracción y descanso en medio de la monotonía capitalina.
Francisco, al igual que todo niño, miraría deslumbrado las procesiones en que se sucedían durante horas música, bombardas, cofradías de vistoso ropaje, penitentes encapuchados, religiosos de solemne andar y hábitos, floridos arcos triunfales, acompañando las tallas desbordantes de vida, austeridad o sufrimientos. Unas veces celebrando cada paso de la Semana Santa, otras la presencia del Señor en la Eucaristía; en rendida acción de gracias o demanda de intercesión de los santos patrones de la ciudad, Lima se engalanaba y vivía místicamente sanas y santas distracciones.
Con manos diestras para trabajar la madera reproduciendo andas e imágenes, sensibilidad artística y especial gusto que lo llevaban a pintar escenas religiosas tal como había visto tantas veces en el vecino convento de San Francisco, su homónimo patrón, el niño Francisco interiorizaba las realidades exteriores y los signos religiosos iban tomando cuerpo en él. No sería extraño que se viera a sí mismo en un púlpito imaginario imitando a los predicadores o reconstruyendo en su juego el modo de oficiar la Misa. Hay en estos juegos un signo inconfundible de la presencia de Dios que actúa en lo más íntimo del corazón y que más tarde definiría como profunda alegría con ansiosos deseos y especial confianza de que Dios lo había de hacer santo.
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