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SACRAMENTO DE LA PENITENCIA


Enviado por   •  17 de Noviembre de 2012  •  2.634 Palabras (11 Páginas)  •  1.155 Visitas

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EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA, ENCUENTRO DE RECONCILIACIÓN

Una de estas concep¬ciones ha consistido en confundir la totalidad con la parte, confundir el sacramento con la sola confesión. Esta especie de «confesionalismo» o «reduccionismo a la confesión» ha conducido a olvidar en parte los otros elementos del sacramento, la intervención de la Iglesia y la comunidad, el valor de la conversión, lo admirable de la gratuidad del perdón de Dios... en considerar la peni¬tencia sólo como un medio psicológico para la tranquilidad perso¬nal, para liberarse de un peso, para tener un consuelo... la confesión y el encuentro penitencial eran el medio para una «dirección espiritual» o el lugar para un tipo de «consultorio». No se puede negar al sacramento el diálogo, ni la consulta, ni un cierto tipo de dirección y corrección. Pe¬ro, en realidad, la celebración del sacramento tiene que ser eso: cele¬bración y símbolo, expresión y palabra, encuentro de reconciliación.

La penitencia es sobre todo un encuentro gozoso que renueva la fe, el amor y la esperanza; que nos lleva a encontrar de nuevo al Padre y a recibir su abrazo de per-dón, como el «hijo pródigo».

El sacramento de la penitencia es un encuentro gozoso de re¬conciliación del hombre con Dios, por la mediación de la Iglesia. Nos encontramos, pues, con los «tres personajes» que intervienen siempre en la acción sacramental:

 Dios, que promueve y hace posible la reconciliación plena;

 la Iglesia, que colabora y hace visible el encuentro de recon¬ciliación;

 el sujeto penitente, que acepta y participa activamente en la re¬conciliación.

Dios misericordioso al encuentro del hombre pecador

La reconciliación, para un creyente, no es fundamentalmente una obra humana, sino una obra divina, en la que interviene Dios como él es: Padre, Hijo y Espíritu santo.

La iniciativa de Dios Padre: Dios, nuestro Padre, es la fuente de toda misericordia y reconciliación. Por voluntad suya hemos si¬do salvados en Cristo de una vez para siempre. Por su iniciativa, hoy, podemos actualizar esta reconciliación en el sacramento. Dios es aquel que busca a sus hijos con entrañas de misericordia hasta que los encuentra. Para ofrecernos su amor no espera la respuesta del hombre, para concedernos su perdón no necesita nuestros mé¬ritos.

La mediación salvadora de Cristo: Cristo es el centro de la salvación de los hombres. Por eso, cuando los hombres queremos reconciliarnos entre nosotros y con Dios no podemos prescindir de lo que él ha hecho por nosotros.

El sacramento de la reconciliación recuerda y hace presente el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Lo que significa reconciliarse: un proceso de lucha contra el pecado, una entrega al servicio de los demás, un ca¬mino doloroso hacia la creación de una situación nueva de amor. De diversas maneras el penitente expresa esto con sus actos: re¬nuncia al pecado, conversión, confesión, compromiso con la obra de reconciliación en medio del mundo.

La renovación en el Espíritu: Cristo unió al don del Espíritu la misión y el poder de la Iglesia para la reconciliación de los pecadores: «Recibid el Espíri¬tu santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdona¬dos...» (Jn 20, 22-23).

Más aún, el Espíritu es el que nos mueve a la conversión, nos transforma y nos renueva en la fe y la gracia del bautismo. En la fuerza del Espíritu, la Iglesia y cada uno de nosotros podemos con¬tinuar hoy la obra de reconciliación de Dios entre los hombres.

Intervención de la Iglesia en la obra de ln reconciliación

La Iglesia es la asamblea del pueblo de Dios, la comunión de todos los que creen en Cristo Jesús, la familia de los que por el bau¬tismo han llegado a ser hijos de Dios y tienen un mismo Padre. Ca¬da uno de los bautizados estamos llamados n vivir e incrementar la fe, el amor y la unidad de esta gran familia.

Nuestro pecado es una prueba de nuestra infidelidad a esta mi¬sión. Es una renuncia a nuestra fe bautismal lis una separación de Dios y de la Iglesia. Por eso puede afirmarse que el pecado de uno de los miembros afecta y lesiona las relaciones con la comunidad entera.

Si esto es así, es lógico que la comunidad entera se preocupe o se interese por la situación de sus miembros pecadores. No puede quedar indiferente. Tiene derecho y obligación de intervenir. La re¬conciliación de los penitentes no es algo que afecte sólo al pecador y al confesor. No es sólo cuestión de la jerarquía, es cuestión de to¬do el pueblo de Dios. la reconciliación: nunca es una cues¬tión «privada», siempre es un asunto comunitario.

¿Cómo es posible y cómo se realiza esta intervención de la co¬munidad? Podemos distinguir tres niveles:

 El de la Iglesia universal.

 El de la comunidad particular.

 El del ministro de la Iglesia.

La presencia de la Iglesia universal: Sabemos, por la fe, que la Iglesia es el cuerpo de Cristo y la co¬munión de los santos. Más allá de toda barrera humana estamos unidos en la fe y en el amor, en la esperanza y la gracia, en el bien y también en el mal.

Además toda la Iglesia está presente en el proceso penitencial, porque toda ella predica la conversión, intercede por sus miembros, nos ayuda, nos consuela y nos acoge a través de su actitud perma¬nente, así como con los mil ejemplos que, aquí y allá, nos ofrece.

La colaboración de la comunidad particular, cada uno de los cristianos manifiesta su pertenencia a la Iglesia universal a través de su pertenencia a una comunidad concreta, que solemos llamar parroquia. En ella, la intervención de la Iglesia en el proceso peni¬tencial de sus miembros se concreta, se localiza, se hace más cer¬cana y palpable.

Podemos ayudarnos unos a otros a la conversión y reconciliación: con el perdón mutuo y la corrección fraterna, con la palabra de ánimo y el ejemplo de vida, con nuestra justicia y ser¬vicio a los demás, con nuestra propia celebración del sacramento...

La mediación del ministro de la Iglesia o sacerdote: al pensar en el sacramento de la penitencia, parece inmediatamente la figura del confesor. Nos cuesta, hoy más que nunca, comprender la necesidad de su presencia y mediación en el sacramento.

Esta dificultad, se debe a una resistencia instintiva a manifestar a otro hombre nuestra propia intimidad. Junto a posi¬bles experiencias desagradables aparece hoy una justa valoración de nuestra personalidad. No aceptamos fácilmente que nadie nos juzgue «desde fuera», y más si desconoce nuestra vida.

Quizá, no hemos comprendido de¬bidamente el sentido y la función del ministro

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