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Sexualidad


Enviado por   •  8 de Noviembre de 2012  •  7.884 Palabras (32 Páginas)  •  343 Visitas

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Tema 7. Amor y sexualidad conyugal

1) Introducción

En la sesión anterior, acerca de los fundamentos de la moral, hemos postulado la existencia de una verdad moral universal y la importancia de conjugar esta verdad con la legítima libertad de cada persona. En las siguientes sesiones, estudiaremos esa verdad moral en ámbitos concretos del actuar humano. Hoy nos centramos en la moral sexual y conyugal.

La castidad es cuestión espinosa e impopular. Ya lo decía el refrán: «Si en el sexto (mandamiento) no hay remisoria, a ver quién es el guapo que entra en la gloria». A principios de los años noventa, se publicó un libro en el que un periodista, Vittorio Messori, entrevistaba a Juan Pablo II a propósito de toda clase de temas candentes. El Santo Padre no eludió ninguna cuestión, por espinosa que fuera. De modo conciso, respondía a todas las cuestiones planteadas por el periodista. Sin embargo, al llegar al tema de la doctrina de la Iglesia sobre la moral sexual, me llamó la atención que el Papa no entró directamente al tema. Se limitó a decir que, antes de abordar esas cuestiones, era preciso dejar claro qué se entiende por persona humana y por amor verdadero. Cuestionado sobre la impopularidad de esa doctrina católica, dijo: «¿Estas palabras no enmascaran quizá ese relativismo que es tan nefasto para el hombre? No solo con el aborto, sino también con la contracepción, se trata en definitiva de la verdad del hombre»1. En efecto, sólo si se tiene clara la dignidad de la persona y el significado del amor verdadero, se puede comprender la doctrina de la Iglesia en materia de ética sexual y conyugal. Si alguien piensa, por ejemplo, que amor es sexo y que el sexo automáticamente es amor, parte de una visión según la cual el hombre no es más que un animal evolucionado. Si tiene esa concepción del hombre, no entenderá por qué la Iglesia aconseja o desaconseja determinadas prácticas.

Las máximas de la verdad moral que defiende la Iglesia son bastantes conocidas. En sentido positivo, la castidad está emparentada con la calidad del amor y la unión sexual debería ser la expresión de una entrega de lo más íntimo. Es algo sublime y representa un compromiso total entre las dos personas. Sólo desde esta perspectiva, se entienden los preceptos negativos; son inmorales las siguientes prácticas: fornicación o buscar el placer sexual como un fin en sí mismo, las relaciones prematrimoniales, las relaciones matrimoniales voluntariamente privadas de la apertura a la vida (contracepción artificial), la esterilización y la fecundación in vitro. No es fácil explicar en media hora el trasfondo de todas esas normas morales, puesto que antes habría que ponerse de acuerdo en qué es el hombre y qué es el amor. En el fondo, el diálogo sobre ética sexual debería situarse al nivel de la esencia del amor. De todos modos, haré un intento, convencido como estoy que lo que se pide a un cristiano está de acuerdo con el sentir común de todo hombre inteligente y honesto. Pienso que muchos no entienden la ética matrimonial defendida por la Iglesia Católica, porque no ven con claridad la relación existente entre mentalidad anticonceptiva y calidad del amor conyugal. La razón más importante para evitar la impureza es que corta las alas del amor. Por otra parte, si la Iglesia no se equivoca, la experiencia corroborará sus puntos de vista. Reflexionando sobre el amor y observando la experiencia de quienes no viven según las enseñanzas de la Encíclica Humanae vitae, encontraremos razones que confirman la validez de tales enseñanzas. Es más fácil vivir esos preceptos morales cuando uno se percata de que así será más feliz y le irá mejor su matrimonio.

2) ¿Qué es el hombre y qué actitud tomar ante las realidades sexuales?

Ciertamente el hombre no es un simple animal. Es más bien un ser creado por Dios a su imagen y semejanza, llamado a ser feliz a través del amor.

Por naturaleza, el hombre está llamado a realizarse dando y recibiendo amor: sólo llega a dar lo mejor de sí mismo cuando ama.

En la persona humana encontramos tres diversas dimensiones o niveles: cuerpo, corazón y alma. No obstante, esas tres dimensiones (corporal, afectiva y espiritual) forman una unidad. La virtud consolida esa unidad somático-espiritual, mientras que el vicio la disgrega. Debido a esa unidad, se da una estrecha relación entre las diversas dimensiones que la integran. El cuerpo puede corromper el alma y viceversa. Como afirma un autor, «al ser el sexo expresión de nuestra capacidad de amar, toda referencia sexual llega hasta lo más hondo, al núcleo más íntimo, e implica a la totalidad de la persona. Y precisamente por poseer tan gran valor y dignidad, su corrupción es particularmente corrosiva. Cada uno hace de su amor lo que hace de su sexualidad»2.

Dada la unidad de la persona, la unión conyugal, aparte de su dimensión procreativa, contiene múltiples elementos unitivos. La unión sexual no puede ser reducida a su aspecto meramente genital; es también un modo sublime de fomentar intimidad y de expresar la mutua pertenencia, la confianza y la ternura. La donación del cuerpo ayuda a los cónyuges a expresar cuánto se gustan, se quieren y se aman. Por tanto, la frecuencia con la que los esposos practican la unión conyugal dice mucho acerca de la calidad de su amor. Pensar que sólo está en juego la satisfacción de una mera necesidad genital sería tanto como reducir a la persona a su dimensión animal.

Las diversas dimensiones que componen la persona están entrelazadas. Así, la lujuria no proviene sólo del deseo desenfrenado de placer venéreo. Hay en ella también gérmenes de soberbia o egoísmo espiritual. Es como si la corrupción espiritual se vistiese de carne. El varón prepotente tiende a servirse de su instinto sexual para dominar a la mujer, convirtiéndola en mero objeto de deseo. Y si una mujer coquetea, no lo hace tanto para satisfacer deseos carnales, cuanto para sentirse importante. Por lo demás, se ve mucha soledad detrás de la lujuria, tanto solitaria como compartida.

¿Qué importancia hay que dar a la sexualidad en nuestra vida? En la actitud ante la sexualidad, hay dos posibilidades extremas: darle demasiada importancia o no darle ninguna importancia. Los puritanos dan demasiada importancia a la impureza, mientras que los hedonistas no le dan ninguna. Pienso que la impureza, al menos en solitario, es una importante bobada. Hay vicios más importantes, por ejemplo el orgullo. Como escribe Lewis, «un hipócrita frío y autocomplaciente que acude regularmente a la iglesia puede estar mucho más cerca del infierno que una prostituta. Aunque, naturalmente, es mejor no ser ninguna de las dos cosas»3.

Ciertamente

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