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El ALMA DE LA TOGA


Enviado por   •  28 de Febrero de 2014  •  3.172 Palabras (13 Páginas)  •  308 Visitas

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I.- LA TOGA

Lo primero que impresiona a quien se asoma a un aula en el que se debate un proceso penal, es que ciertos hombres, que allí actúan, visten uniforme, una “divisa”.

¿Por qué los magistrados y los abogados llevan la toga? No parece un vestido de trabajo, como lo es para los médicos de bata blanca. Por lo que respecta a lo que tienen que hacer, jueces y defensores podrían no cambiarse o no cubrir el vestuario ordinario.

Yo creo que la respuesta puede venir de la misma palabra. Ciertamente, como he dicho, la toga es una “divisa”, como la de los militares, con la diferencia de que los magistrados y los abogados la llevan solamente de servicio, y hasta en ciertos actos de servicio particularmente solemnes; en Francia, y sobre todo, en Inglaterra, donde la tradición se observa más estrictamente, un abogado la debe de llevar siempre dentro del palacio de justicia.

La “divisa” se llama también uniforme. El significado de esta palabra parece contradecir, sin embargo, al de la primera, puesto que alude a una unión en lugar de una división. Pero son, en el fondo, dos significados complementarios: la toga, verdaderamente, como el traje militar, desune y une; separa a los magistrados y a los abogados de los profanos para unirlos entre sí.

El juez, como se sabe, no es siempre un hombre solo; a menudo, para las causas más graves, está formado por un colegio; sin embargo, se dice “el juez”, también cuando los jueces son más de uno, precisamente porque se unen uno con otro, como las notas que emite un instrumento se funden en los acordes.

El concepto del uniforme sirve todavía más para aclarar la razón por la cual visten la toga no solamente los jueces sino también el ministerio público y los abogados. Dentro de poco trataremos de comprender la necesidad de estas otras figuras al lado de los jueces; de todas maneras es bien sabido por todos los que no pertenecen a aquellos que juzgan sino que, por el contrario, también ellos son juzgados: el acusador y el defensor oyen que se les dice, al final, por el juez, si han tenido razón o no ?

En conjunto, estos hombres en toga dan al proceso, y especialmente al proceso penal, un aspecto solamente. Si la solemnidad resulta oscurecida, como desgraciadamente ocurre no pocas veces, por negligencia de los abogados y de los propios magistrados, que no respeten como deberían la disciplina, ello redunda en menoscabo de la civilidad.

Los abogados de Venecia, para celebrar su ejemplo de firmeza, de dignidad, de abnegación han ornado con su busto el gran atrio de la Corte de apelación y yo he querido recordar ahora su figura casi como para colocar bajo su protección lo que estoy diciendo en torno a esta más alta experiencia de civilidad, que debería ser el proceso penal.

II.- EL PROCESO

A la solemnidad, por no decidir a la majestad de los hombres en toga, se contrapone el hombre en la jaula. No olvidare nunca la impresión que ello me produjo la primera vez en que, adolescente apenas, entre el aula de una sección pernal del Tribunal de Turín. Aquellos podrán decirse, por encima del nivel del hombre; este, por bajo de este nivel, encerrado en la jaula, como un animal peligroso. Solo, pequeño, aunque sea de estatura elevada, perdido aun cuando trate de aparecer desenvuelto, necesitado.

El delincuente mientras no está preso, es otra cosa. Confieso que el delincuente me repugna; en ciertos casos me produce horror. Entre otras cosas, a mí, el delito, el gran delito, me ha ocurrido verlo, al menos una vez con mis propios ojos; los que reñían parecían dos panteras; he quedado absolutamente horrorizado; y sin embargo, basto que yo viese a uno de los dos hombres que había derribado al otro con un golpe mortal, mientras los carabineros que acudieron providencialmente, le ponían las esposas para que del horror naciese de compasión: la verdad es que, apenas esposado, la fiera se ha convertido en un hombre.

Lo que estaba oculto, la mañana en que vi a uno de los hombres lanzarse contra el otro, bajo las apariencias de las fiera, era el hombre; como yo, con su mal y con su bien, con sus sombras y con sus luces, con su incomparable riqueza y con su miseria espantosa.

Los sabios, que continúan considerando la pena, según una formula famosa, como un mal que se hace sufrir al delincuente porque al que él ha hecho sufrir, ignoran u olvidan lo que Cristo ha dicho a propósito del demonio que no sirve para expulsar al demonio: no es con el mal con lo que se puede vencer al mal.

Desgraciadamente nuestra corta visión no permite apreciar un germen del mal en aquellos que se llaman malos.

Pocas veces he visto una expresión tan torva cono la de un homicida al que defendí hace años ate una Corte de Assises de la extrema Calabria.

La verdad es que el germen del bien, en cada uno de nosotros, y no en los delincuentes solamente, esta aprisionado.

Esa angustia del hombre, que constituye el motivo de una corriente de la filosofía moderna, de gran notoriedad y de indiscutible importancia, no es otra cosa que el sentido de prisión.

El delito no es otra cosa que una explosión del egoísmo en su raíz; lo otro no cuenta, solamente es el sí mismo. Solamente abriéndose hacia nosotros el hombre puede salir de la prisión, y basta que se abra hacia nosotros para que entre por la puerta abierta la gracia de Dios.

III.- EL ABOGADO

Carlo Magno, que es hoy uno de los mejores abogados en Milán y que fue, en aquella Universidad, uno de mis discípulos más queridos, me dono precisamente el día en que yo abandonaba la catedral de Milán por las manos de un preso, sujetas por las esposas.

El preso, es esencialmente un necesitado. La escala de los necesitados ha sido trazada en aquel discurso de Cristo, al cual he tenido ya ocasión de hacer alusión.

El nombre mismo del abogado suena como un grito de ayuda. Advocatus, vocatus ad, llamado a socorrer. También el medico es llamadas a socorrer; pero si solamente al abogado se le da este nombre, quiere decir que entre la prestación del médico y la prestación del abogado existe una diferencia, la cual, no advertida por el derecho, eso sin embargo, descubierta por la exquisita institución del lenguaje.

El imputado siente tener la aversión de mucha gente contra él; alguna vez, en las causas más graves, le parece que contra él ésta en todo el mundo. No es raro que, mientras lo trasladan a la audiencia, sea acogido por la multitud con un coro de imprecaciones; no es raro que exploten contra él actos de violencia, contra los que no resulta fácil protegerlo.

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