El Delicuente Honrado
Enviado por Eliborquez • 15 de Abril de 2014 • 14.138 Palabras (57 Páginas) • 264 Visitas
n BIBLIOTECA CLÁSICA o
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El delincuente honrado Gaspar Melchor de Jovellanos
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Personajes
DON JUSTO DE LARA, alcalde de casa y corte.
DON SIMÓN DE ESCOBEDO, Corregidor de Segovia y padre de DOÑA LAURA, viuda del marqués de Montilla y esposa actual de DON TORCUATO RAMÍREZ, hijo natural, desconocido, de Don Justo. DON ANSELMO, amigo de don Torcuato.
DON CLAUDIO, escribano, oficial de la sala. DON JUAN, mayordomo de don Simón. FELIPE, criado de don Torcuato.
EUGENIA, criada de doña Laura.
Un Alcalde, dos centinelas, tropa y Ministros de Justicia.
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La escena se supone en el Alcázar de Segovia.
Acto I
El teatro representa el estudio del Corregidor, adornado sin ostentación. A un lado se verán dos estantes con algunos librotes viejos, todos en gran folio y encuader-nados en pergamino. Al otro habrá un gran bufete, y sobre él varios libros, proce-sos y papeles. TORCUATO, sentado, acaba de cerrar un pliego, le guarda, y se levanta con semblante inquieto.
Escena I
TORCUATO
Tengo que hacer algo. Las investigaciones van muy bien y mi delito se va a descubrir. ¡Ay, Laura! ¿Qué dirás cuando sepas que he sido el asesino de tu primer esposo? ¿Podrás tú perdonarme...?
Escena II
TORCUATO, FELIPE.
FELIPE: Señor...
TORCUATO:
¿Y don Anselmo?
FELIPE:
Ya viene. Batallé mucho para despertarlo.
TORCUATO:
Muy bien. ¿Y has sabido si tendremos carruaje?
FELIPE:
Claro. Por cierto. Acaban de traer a la cárcel a Juanillo, el criado del Marqués. (TORCUATO se inmuta.) ¡Pobre! Ahora tendrá que confesar. Dicen que sabe cuanto pasó en el desafío de su amo. Él será muy tonto si no dice cuanto ha visto.
TORCUATO:
(Aparte.) Ya el riesgo es más urgente... Felipe.
FELIPE: Señor...
TORCUATO:
Que guarden mi equipaje y apúrate, porque nuestro viaje es pronto, y durará algunos días.
FELIPE:
Aquí hay algún misterio. (Anda por el cuarto, poniendo en orden los muebles, y recogiendo alguna ropa de su amo que habrá sobre ellos.)
TORCUATO:
Aún no parece Anselmo... (Sacando el reloj.) Las siete y cuarto. ¡Qué tardo pasa el tiempo sobre la vida de un desdichado!
FELIPE:
(Sin dejar su ocupación.) ¡Tan recién casado hacer un viaje...! ¡Él está tan triste...! ¿Qué diablos tendrá?
TORCUATO:
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Acaso juzgará intempestiva mi resolución. ¡Ah!, no sabe toda la aflicción de mi alma.
FELIPE:
(Mirando a su amo.) ¡Tiene un genio tan reservado...!
TORCUATO:
Ya parece que viene.
FELIPE:
No quiero interrumpirlos.
TORCUATO:
Cuidado con lo que te tengo prevenido. Si alguien me buscare, que no estoy en casa, y si don Simón preguntase por mí, que estoy escribiendo.
Escena III
ANSELMO, TORCUATO.
ANSELMO:
A fe, amigo mío, que me has hecho bien mala obra. ¡Dejar la cama a las siete de la mañana...! Hombre, no lo haría ni por una duquesa; mas tu recado fue tan eje-cutivo... (Después de alguna pausa.) Pero, Torcuato, tú estás triste... Tus ojos... Vaya, ¿apostemos a que has llorado?
TORCUATO:
En mi dolor apenas he tenido ese pequeño desahogo.
ANSELMO:
¿Desahogo? ¿Las lágrimas...? No lo entiendo. Pues qué, ¿un hombre como tú no se correría...?
TORCUATO:
Si las lágrimas son efecto de la sensibilidad del corazón, ¡desdichado de aquel que no es capaz de derramarlas!
ANSELMO:
Como quiera que sea, yo no te comprendo, Torcuato. Tus ojos están hinchados, tu
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semblante triste, y de algunos días a esta parte noto que has perdido tu natural ale-gría. ¿Qué es esto? Cuando debieras... Hombre, vamos claros; ¿quieres que te diga lo que he pensado? Tú acabas de casarte con Laura, y por más que la quieras, tener una mujer para toda la vida, sufrir a un suegro viejo e impertinente, empezar a sen-tir la falta de la dulce libertad y el peso de las obligaciones del matrimonio, son sin duda para un joven graves motivos de tristeza; y ve aquí a lo que atribuyo la tuya. Pero, si esta es la causa, tú no tienes disculpa, amigo mío, porque te la has buscado por tu mano. Por otra parte, Laura es virtuosa, es linda, tiene un genio dócil y amable, te quiere mucho; y tú, que has sido siempre derretido, creo que no le vas en zaga. (Viendo que no le responde.) Sobre todo, Torcuato, tú no debes afligirte por frioleras; goza con sosiego de las dulzuras del matrimonio; que ya lle-gará el día en que cada cual tome su partido.
TORCUATO:
¡Ay, Anselmo! Esas dulzuras, que pudieran hacerme tan dichoso, se van a cambiar en pena y desconsuelo; yo las voy a perder para siempre.
ANSELMO:
¿A perderlas? Pues ¿qué...? ¡Ah! (Dándose una palmada en la frente.) Ahora me acuerdo que tu criado me dijo no sé qué de un viaje... Pero yo estaba tan dormi-do...
TORCUATO:
Tú eres mi amigo, Anselmo, y voy a darte ahora la última prueba de mi confian-za.
ANSELMO:
Pues sea sin preámbulos, porque los aborrezco. ¿Puedo servirte en algo? Mi cau-dal, mis fuerzas, mi vida, todo es tuyo; di lo que quieres, y si es preciso...
TORCUATO:
Ya sabes que fui autor de la muerte del marqués de Montilla, y que este funesto
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