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GALLINAZOS SIN PLUMAS


Enviado por   •  8 de Octubre de 2013  •  4.631 Palabras (19 Páginas)  •  1.344 Visitas

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LECTURA 11: Cuento. “Los gallinazos sin plumas”, de Julio Ramón Ribeyro

*Los números entre corchetes [ ] indican palabras cuyo significado están en el “glosario” que

aparece a continuación del texto.

A las seis de la mañana la ciudad se levanta de puntillas y comienza a dar sus primeros

pasos. Una fina niebla disuelve el perfil de los objetos y crea como una atmósfera encantada.

Las personas que recorren la ciudad a esta hora parece que están hechas de otra sustancia, que

pertenecen a un orden de vida fantasmal. Las beatas [1] se arrastran penosamente hasta

desaparecer en los pórticos de las iglesias. Los noctámbulos [2], macerados [3] por la noche,

regresan a sus casas envueltos en sus bufandas y en su melancolía. Los basureros inician por la

avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora se ve también

obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas [4] morados

de frío, sirvientas sacándolos cubos de basura. A esta hora, por último, como a una especie de

misteriosa consigna, aparecen los gallinazos sin plumas.

A esta hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo y sentándose en el colchón

comienza a berrear [5]:

— ¡A levantarse! ¡Efraín, Enrique! ¡Ya es hora!

Los dos muchachos corren a la acequia [6] del corralón[7] frotándose los ojos legañosos[8].

Con la tranquilidad de la noche el agua se ha remansado[9] y en su fondo transparente se ven

crecer yerbas y deslizarse ágiles infusorios[10]. Luego de enjuagarse la cara, coge cada cual su

lata y se lanzan a la calle. Don Santos, mientras tanto, se aproxima al chiquero[11] y con su larga

vara[12] golpea el lomo de su cerdo que se revuelca entre los desperdicios.

¡Todavía te falta un poco, marrano! Pero aguarda no más, que ya llegará tu turno.

Efraín y Enrique se demoran en el camino, trepándose a los árboles para arrancar moras o

recogiendo piedras, de aquellas filudas[13] que cortan el aire y hieren por la espalda. Siendo aún

la hora celeste llegan a su dominio, una larga calle ornada de casas elegantes que desemboca

en el malecón.

Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros suburbios alguien ha dado la voz de

alarma y muchos se han levantado. Unos portan latas, otros cajas de cartón, a veces sólo basta

un periódico viejo. Sin conocerse forman una especie de organización clandestina que tiene

repartida toda la ciudad. Los hay que merodean[14] por los edificios públicos, otros han elegido

los parques o los muladares[15]. Hasta los perros han adquirido sus hábitos, sus itinerarios,

sabiamente aleccionados por la miseria.

Efraín y Enrique, después de un breve descanso, empiezan su trabajo. Cada uno escoge una

acera[16] de la calle. Los cubos de basura están alineados delante de las puertas. Hay que

vaciarlos íntegramente y luego comenzar la exploración. Un cubo de basura es siempre una caja

de sorpresas. Se encuentran latas de sardinas, zapatos viejos, pedazos de pan, pericotes[17]

muertos, algodones inmundos. A ellos sólo les interesa los restos de comida. En el fondo del

chiquero, Pascual recibe cualquier cosa y tiene predilección por las verduras ligeramente

descompuestas. La pequeña lata de cada uno se va llenando de tomates podridos, pedazos de

sebo, extrañas salsas que no figuran en ningún manual de cocina. No es raro, sin embargo,

hacer un hallazgo[18] valioso. Un día Efraín encontró unos tirantes con los que fabricó una

honda[19]. Otra vez una pera casi buena que devoró en el acto. Enrique, en cambio, tiene suerte

para las cajitas de remedios, los pomos brillantes, las escobillas de dientes usadas y otras cosas

semejantes que colecciona con avidez.UCSC - Español 4 LECTURA 11 (Página 2 de 9)

Romero – Pérez

Después de una rigurosa selección regresan la basura al cubo y se lanzan sobre el próximo.

No conviene demorarse mucho porque el enemigo siempre está al acecho[20]. A veces son

sorprendidos por las sirvientas y tienen que huir dejando regado[21] su botín[22]. Pero, con más

frecuencia, es el carro de la Baja Policía el que aparece y entonces la jornada está perdida.

Cuando el sol asoma sobre las lomas, la hora celeste llega a su fin. La niebla se ha disuelto,

las beatas están sumidas en éxtasis, los noctámbulos duermen, los canillitas han repartido los

diarios, los obreros trepan a los andamios. La luz desvanece el mundo mágico del alba. Los

gallinazos sin plumas han regresado a su nido.

Don Santos los esperaba con el café preparado.

—A ver, ¿qué cosa me han traído?

Husmeaba[23] entre las latas y si la provisión estaba buena hacía siempre el mismo

comentario:

— Pascual tendrá banquete hoy día.

Pero la mayoría de las veces estallaba:

— ¡Idiotas! ¿Qué han hecho hoy día? ¡Se han puesto a jugar seguramente! ¡Pascual se

morirá de hambre!

Ellos huían hacia el emparrado[24], con las orejas ardientes de los pescozones[25], mientras

el viejo se arrastraba hasta el chiquero. Desde el fondo de su reducto el cerdo empezaba a

gruñir. Don Santos le aventaba la comida.

— ¡Mi pobre Pascual! Hoy día te quedarás con hambre por culpa de estos zamarros[26]. Ellos

no te engríen como yo. ¡Habrá que zurrarlos[27] para que aprendan!

Al comenzar el invierno el cerdo estaba convertido en una especie de monstruo insaciable.

Todo le parecía poco y don Santos se vengaba en sus nietos del hambre del animal. Los

obligaba a levantarse más temprano, a invadir los terrenos ajenos en busca de más

desperdicios[28]. Por último los forzó a que se dirigieran hasta el muladar que estaba al borde

del mar.

— Allí encontrarán más cosas. Será más fácil además porque todo está junto.

Un domingo, Efraín y Enrique llegaron al barranco[29]. Los carros de la Baja Policía,

siguiendo una huella de tierra, descargaban la basura sobre una pendiente de piedras. Visto

desde el malecón[30], el muladar formaba una especie de acantilado[31] oscuro y humeante,

donde los gallinazos[32] y los perros se desplazaban como hormigas. Desde lejos los

muchachos arrojaron piedras para espantar a sus enemigos. El perro se retiró aullando. Cuando

estuvieron cerca sintieron un olor nauseabundo que penetró hasta sus pulmones. Los

...

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