INDAGANDO ENTRE LAS ANIMAS
Enviado por Gabriela Letizia • 2 de Septiembre de 2017 • Monografía • 2.043 Palabras (9 Páginas) • 215 Visitas
Introducción
Desde tiempos inmemoriales, la mayoría de los pueblos primitivos han tributado un culto especial a los muertos que hasta el día de hoy han llegado vestigios de construcciones y ritos funerarios a las nuevas comunidades de forma muy variada.
Se ha considerado como culto a toda actividad ritual expresada de forma pública o privada en donde, una persona o un grupo de personas, honran a alguien en particular generalmente muerto o de existencia real. Ellos comprenden rituales, relatos y una serie de actividades colectivas. El culto popular carece de fundamentos históricos verificables y puede contradecir los dogmas establecidos, se transmite libremente por vía oral, de generación en generación y de persona a persona.
En esta investigación se abordarán las características principales de la celebración de los fieles difuntos, también se comparará el festejo en la antigüedad y cuáles fueron sus modificaciones en el transcurso de la historia hasta llegar a la conmemoración actual en el pueblo jujeño.
El día de los fieles difuntos, también llamado el día de todos los santos, se festeja por parte de los familiares y amigos allegados para que las almas de los muertos visiten las moradas que usaron durante su estancia terrenal cada primero de noviembre. Durante esos días los deudos dejarán sus rutinas de lado y se preparan para recibir a las almas de la mejor manera.
Se plantea cómo la cultura condiciona la práctica de ésta celebración en las distintas localidades indagadas y en las múltiples familias entrevistadas, basándose en los libros, revistas y suplementos de diarios elegidos a continuación: ‘‘Puna, Zafra y Socavón’’ de Jesús Olmedo Rivero, ‘‘Estampas puneñas y remembranzas quiaqueñas’’ de Olga Salazar, ‘‘Diccionario mágico jujeño’’ de Antonio Paleari y ‘‘Revista Amara’’ de estudiantes quiaqueños.
Indagando entre las ánimas
El libro “Puna, zafra y socavón” explica que, desde la antigüedad, el pueblo colla[1] le ha dedicado una gran importancia al culto de los muertos. Afirma que su tradición se basó siempre en creer que las ánimas eran seres vagando solitariamente por el mundo visitando a sus parientes y avisándoles de algún peligro. Es decir, el colla se relacionaba con la muerte de manera sencilla y natural porque necesariamente tenían que acostumbrarse a convivir cada día con ella y a tributar un culto especial a sus muertos, el cual lo hacían organizando una gran fiesta para despedirlos. Pero ¿De qué manera lo hacían?
Una vez muerto el ser querido, todos los familiares y amigos se preparaban para el velorio ultimando los elementos necesarios para la fiesta. Se iniciaba el ritual con el lavado del cuerpo y la colocación de la Mortaja[2]. Al amanecer los familiares invitaban a tomar té a los acompañantes y ultimaban los preparativos finales para el entierro; Unos cavaban la sepultura y otros terminaban los preparativos para los banquetes fúnebres. Culminado el almuerzo, sacaban al difunto al patio y se realizaba una fogata de despedida, donde se coquea en honor al alma y se queman las hojas en la fogata como símbolo de fraternidad mientras caminaban hacia el cementerio.
El primero de noviembre en una amplia habitación de un hogar se preparaba una mesa central con ofrendas para recibir el alma del difunto, si éste era de edad, el mantel que cubría la mesa será negro y si fue joven o angelito aquél será blanco. Un ramo de flores naturales ocupa el centro de la mesa, junto al florero un vaso de agua bendita en el que resalta una pajita, con la que las almas esperadas, dejarán su bendición. Dos candelabros con velas prendidas a ambos costados del florero.
Todas las ofrendas a base de pan y las masitas son preparadas en abundancia, que colmando canastos son guardados debajo de la mesa, cubierto por un amplio mantel. Tinajas de ancha boca con flores naturales, ornamentan los costados y la parte delantera de la mesa, dando un aspecto alegre al ambiente, el que a su vez es saturado de un perfume característico de flores, comida y humo de velas. En la pared en la que está afirmada la mesa resalta un crucifijo, despertando respeto y fervor, también colgando se encuentran coronas y cadenas de papel.
La mesa está constituida por los turcos[3] en donde también hay panes con formas de escalera, llamas, víboras, palomas, ángeles y toda la figura que la habilidad de la panadera pueda realizar.
Ostenta platos con comida y frutas que eran del agrado del alma nueva como vasos con chicha de maíz y de maní, aloja, vino, cerveza y agua mineral. Completan la mesa platos con panes dulces, empanadillas de cayote, rosquetes, pencos, capias, mantecados, maizenas, pochoclo, galletas, caramelos, merengues, etc.
El rezador oficial durante toda la noche empieza a recitar las plegarias, donde los partícipes responden a los rezos, coquean y construyen coronas. La coca y el yerbiao[4] ayudan a sobrellevar la vigilia nocturna.
También, en el libro “Estampas puneñas y remembranzas quiaqueñas” se explica que el dos de noviembre al amanecer y después del almuerzo, los dolientes recurren al cementerio llevando flores y coronas para el arreglo de las tumbas. Rezando el responso[5] y otras plegarias al atardecer, retornan a casa donde se lleva a cabo ‘‘el repartijo de las ofrendas’’. Las comidas y bebidas de la mesa son enterradas para que el alma lleve como avío de regreso al cielo. La comida restante en la mesa es distribuida entre los presentes y la madrina de la misma es la encargada de realizar el repartijo. Luego sucede la ceremonia del ‘‘compadrazgo’’ entre las personas que reciben turcos; se van eligiendo personas con chispas y sentido del humor para representar al ‘‘Tata Cura”[6] y el del ‘‘Sacristán’’[7] a cuyo cargo queda el ‘‘bautismo de las guaguas de pan’’. Por último, en un abrazo sincero y emotivo, se confunden los nuevos compadres comprometiéndose a realizar el ritual por el resto de sus vidas.
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