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LA PLAZA DE XOXOCOTLA


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2013  •  466 Palabras (2 Páginas)  •  592 Visitas

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12. LA PLAZA DE XOXOCOTLA

encuerados buscaban las sombritas y pedían agua d‘un hilo.

Yo y el policía estábamos echando un pulquito en ca doña Trina

Laguna, aquí nomasito… De repente llegó Tirso Moya, que para

entonces era un muchachillo apenas d‘este pelo; muy espantado me

dijo: ―Ándele, Tata Luterio, qui‘hay lo busca el Presidente.‖ Tonces

acabé con el jarrito de pulque y pedí otro… ¡Hacía tanta calor! Bebí

espacito, sin cortar la plática con el policía… Y ahí nomás que llega

Lucrecita la de mi entenado Gerardo: ―Quihay lo precura el

Presidente, Tata Luterio‖… ―Ande, cuele —dije—, vaya a ver si ya

puso el puerco.‖ Y la muchacha se jue corre y corre… A poco ratito

apareció Odilón Pérez el menso y con su voz de babosote me avisó:

―Que l‘ostá aguardando el Presidente Tata Luterio‖… ―Pos dile,

contesté, que si no puede aguantarse tantito, que no tengo su qui

hacer…‖ Y el menso de Odilón se fue muy obediente con el recado.

―Ése ha de venir a cobrar el piso de la plaza del día lunes‖, comenté

con el policía.

Seguimos traguetiando pian pianito, sin priesas. Conté yo con toda

calma los centavos de la recaudación de la plaza que triba entre mi

faja. Todavía oyí una talla muy colorada que me contó el policía y

salí mascando un pedazo de barbacoa que me había ofertado doña

Trina Laguna.

¡Y que lo voy mirando…! ¿Quién cré usté que era? Pos el

candidato. Ahí estaba, bajo la sombra delgadita del güizache. Lo

rodeaban más de veinte muchachillos, él se reía con ellos y al más

chiquitín lo tenía abrazado. Todas las mujeres, desde las puertas de

sus casas lo miraban con admiración; él no se daba cuenta, así de

entretenido estaba con la chamacada… Había llegado íngrimo y

solo, igual que el güisachito; su ―for‖ lo esperaba ellá en la

carretera… Nomás por su pura planta adeviné que ya lo habían

ascendido a Presidente de la República… Grandote, serio y

confiado como todos los que son hombres de nacencia, no sé qué

aigre le encontré con Emiliano. En nada se parecían, pero el gesto,

el cariño por los niños… Yo no sé. Bueno, ni en el vestido se

parecían, pero a éste le caiba tan bien la tejana, como a aquel su

jarano galoneado, con el que dicen que se aparece a los caminantes

que pasan por Chinameca.

Yo lleno de vergüenza me le acerqué. Me dio su mano que entonces

se la agarré con las dos mías, sí, como se estrecha la mano de un

amigo, de un hombre del que uno sabe que es buena gente. La mano

era grande, fina, pero más juerte que las dos

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