LA TERCERA Y CUARTA DIMENSION

LA TERCERA Y CUARTA DIMENSION

Lizeth Lorena Tobar Vaca

Institución Educativa Municipal Ciudad de Pasto

 noviembre de 2021

filosofía

Pasto

LA TERECERA Y CUARTA DIMENSION

     Cansados de trasegar un etéreo e increíblemente largo sendero, un grupo de fotones kamikaze se enfilan en línea recta hacia un juego de lentes, quienes en una fugaz danza, reflejan, refractan y aumentan su esencia, para que dibujen magistralmente en el lienzo retiniano, la figura de un planeta rodeado por anillos, esta información deja perpleja la mente tras esos curiosos ojos, quien desea con más fuerza escudriñar en los oscuros paisajes del cielo nocturno, como una manera de responder a esa genética necesidad humana de explorar y reconocer lo que le rodea, sin duda alguna, el espacio exterior plantea una serie de enigmas muy lejanos de descifrar, no por nada es comúnmente conocido como la última frontera; sin embargo, Agustín de Hipona en su libro “confesiones” nos muestra una frontera más allá de las kilométricas extensiones de una estrella, esta ultra frontera corresponde al autoconocimiento y la búsqueda de dios, como entidad presente en todo ser, que brinda soporte, extensión y explicación a toda existencia, y que pese a su aparentemente pequeña envergadura, aloja una dimensión igualmente vasta e intrigante a sus homólogas siderales, accesibles solo mediante los lentes de la introspección.      

     Haciendo uso de estos lentes, retrae su atención hacia sus días iniciales en el mundo y como estos formaron de sutil manera algunas columnas de su psique, que permitirían en un futuro, apreciar con más detalle la presencia de dios; como todo proceso de introspección decide partir con el reconocimiento de sus falencias, refiriéndose a ellas como los vicios de su infancia, no solo por llevar en su espalda la marca original, tatuada por el soberbio acto de Adán y Eva, sino por los pecados hedonistas propios de las etapas primarias, en donde la búsqueda del placer y la evitación del sufrimiento, son la brújula de la existencia, y como el apego a ellas no aportaba al crecimiento espiritual; sin embargo es capaz de reconocer la gracia de dios, aún en las aristas oscuras de la infancia, pues la existencia de mácula se justifica por la supervivencia física de su creación, que en últimas propende hacia la preservación de una parte de dios, pues él habita en el hombre, con ello reconoce la grandeza de su creación y providencia, cuya perfección es inconmensurable, y enciende en su interior un fuerte impulso de alabarle, comprenderle y agradecerle por todos los dones que él le ha extendido en todas sus etapas evolutivas, así como pedir perdón a su creador por las fallas de su humilde inicio en la tierra, pronunciando las siguientes líneas “Bien conozco que os debería dar infinitas gracias, aun cuando no me hubierais concedido que llegase a la edad de la juventud. Porque aun entonces tenía ser, vivía, sentía y cuidaba también de mi conservación” (Agustín de Hipona, 1983, p.37)

     En el trasegar de su existencia, encontró una etapa que resultó mucho más traumática, lejana de su puericia, pero común en el sentido de la existencia de máculas, ahora teñidas de tonos lujuriosos y licenciosos, que lo llevaron a atarse a amores que distan de lo espiritual, oscuras compañías que en aparente atmósfera festiva, le impulsaron a quebrantar el séptimo mandamiento; más sin embargo, dichas épocas tormentosas la ayudaron a comprender que la presión social no es buena consejera y que es importante conducirse por el sendero de dios, ello reforzó la idea de agradecerle y exaltarle, pues le otorgó perdón a esta niebla y al encaminarse en su estudio, le libró de escenarios más oscuros lejanos a la verdad.

     En este vasto camino hacia la búsqueda de la verdad, fue susceptible al influjo de atajos que bajo figuras mesiánicas, aparentemente brindaban luces a su trasegar hacia el encuentro con la verdad divina, bajo la sombra del maniqueísmo, encontró desagrado hacia el estilo humilde de las sagradas escrituras, y enfrentó una horda de líos y contradicciones, que ponían a prueba su fidelidad con dios, y decide que para poder fin a este sentimiento, tratará de conciliar fe y razón, por eso lucha con fuertes garras contra las inconsistencias, que él percibe en esta vertiente, tratando de armonizar religión y filosofía, abordándolas con una actitud crítica introspectiva, en donde el humano debe escrutar en el interior del ser, para creer, y acudir al creer para comprender el interior del ser, con ello obtuvo el criterio y la fuerza suficiente para alejarse del impulso de esta fuerte corriente, pues su interior expresaba con vehemencia “Vos, Señor mío y mi Dios, sois esta luz que ilustrará mi entendimiento, y con vuestra luz se desharán sus tinieblas, pues nada tenemos sino lo que hemos recibido y participado de vuestra plenitud” (Agustín de Hipona, 1983, p.91)     

     Con todo lo acontecido, podría afirmarse que la vida de Agustín fue una odisea, en la que trató de encontrar su camino entre diversos puntos cardinales, atravesando infinidad de situaciones, con las que sufrió y padeció la naturaleza de la vida, como es el caso de la muerte de sus seres queridos, el constante cambio de vocación, las enfermedades, el mal uso que daba a su inteligencia e ingenio, el amor etéreo, la tristeza y su aversión al tiempo, el carácter viral de la perversión, las dudas y los engaños, y la fragilidad de la vida corpórea; así, a cada paso parece ir perfeccionándose, desprendiéndose de inútiles capas de piel con el rigor de la experiencia, y ungiendo a su cansado cuerpo con el bálsamo de dios y su carácter inmutable, dirigiéndose a él gratamente a medida que se arrepiente de sus faltas, pues un raciocinio oscurecido por las ideas o sensaciones corpóreas, no podía alcanzar el autoconocimiento verdadero y el conocimiento de su creador, que lo haría bienaventurado.

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