La iglesia aplica la medicina en su doctrina
Enviado por macarena.nieto • 6 de Noviembre de 2015 • Resumen • 1.495 Palabras (6 Páginas) • 116 Visitas
21. La iglesia aplica la medicina, está dedicada a instruir y enseñar a los hombres su doctrina, cuyos saludables raudales procura que se extiendan, con la mayor amplitud posible, por la obra de los obispos y del clero. Trata, además influir sobre los espíritus y de doblegar las voluntades, a fin de que se dejen regir y gobernar por la enseñanza de los preceptos divinos. Es la iglesia la única que tiene verdadero poder, ya que los instrumentos de que se sirve para mover los ánimos fueron dados por Jesucristo y tienen en si eficacia influida por Dios. Son instrumentos que pueden llegar eficazmente hacia las intimidades del corazón y lograr que el hombre se muestre obediente al deber, que modere los impulsos del alma ambiciosa, que ame a Dios y al prójimo con singular y suma caridad y destruya animosamente cuanto obstaculice el sendero de la virtud.
Jesucristo es el principio y el fin mismo de estos beneficios y que, como de El han procedido, a El tendrán todos que referirse. Recibida la luz del Evangelio, la vida de Jesucristo, Dios y hombre, penetro todas las naciones y las imbuyó a todas en su fe, en sus preceptos y en sus leyes. La perfección de toda la sociedad está en buscar y conseguir aquello para que fue instituida, de modo que sea causa de los movimientos y actos sociales a misma causa que originó la sociedad.
22. Todos los desvelos de la Iglesia estén tan fijos en el cuidado de las almas. En relación con los proletarios, quiere y se esfuerza en que salgan de su misérrimo estado y logren una mejor situación. Las virtudes cristianas aportan una parte de la prosperidad a las cosa externas, en cuanto que aproximan a Dios, principio y fuente de todos los bienes. Además, provee el bienestar de los proletarios creando y fomentando lo que estima conducente a remediar su indigencia, habiéndose distinguido tanto en esta clase de beneficios, que se ha merecido las alabanzas de sus propios enemigos.
Los más ricos se desprendían de sus bienes para socorrer y no había ningún necesitado entre ellos. A los diáconos, fue encomendado por los apóstoles el cometido de llevar a cabo la misión de la beneficencia diaria; y Pablo Apóstol, no dudo, en acometer penosos viajes para llevar en persona la colecta a los cristianos más pobres.
Pues como madre común de ricos y pobres, excitada la caridad por todas las partes hasta un grado sumo, fundó congregaciones religiosas y otras muchas instituciones benéficas, con cuyas atenciones apenas hubo género de miseria que careciera de consuelo.
23. Queda ahora por investigar que parte de ayuda puede esperarse del Estado. Entendemos aquí por Estado no el que de hecho tiene tal o cual pueblo, sino el que pide la recta razón de conformidad con la naturaleza, por un lado, y aprueban, por otro las enseñanzas de la sabiduría divina, que Nos mismos hemos expuesto concretamente en la encíclica sobre la constitución cristiana de las naciones. Los que gobiernan deben cooperar, primeramente y, con toda la fuerza de las leyes e instituciones, haciendo que de la ordenación y administración misma del Estado brote espontáneamente la prosperidad tanto de la sociedad como de los individuos, ya que este es el cometido de la política y el deber inexcusable de los gobernantes. Lo que más contribuye a la prosperidad de la naciones es la probidad de las costumbres, la recta y ordenada constitución de las familias, la observancia de la religión y de la justicia, las moderadas cargas públicas y su equitativa distribución, los progresos de la industria y del comercia, la floreciente agricultura y otros factores de esta índole, si quedan, los cuales, cuanto con mayor afán son impulsados, tanto mejor y más felizmente permitirán vivir a los ciudadanos. Y cuanto mayor fuere la abundancia de medios procedente de este general providencia, tanto menor será la necesidad de probar nuevos caminos para el bienestar de los obreros.
24. Los proletarios, son por naturaleza tan ciudadanos como los ricos, es decir, partes verdaderas y vivientes que, a través de la familia, integran el cuerpo de la nación, sin añadir que en toda nación son inmensa mayoría. Sobre lo cual escribe sabiamente Santo Tomás “Así como la parte y todo son, en cierto modo, la misma cosa, así lo que es del todo, en cierto modo, lo es de la parte”. De ahí que entre los deberes ni pocos ni leves, de los gobernantes que velan por el bien del pueblo, se destaca entre los primeros el de defender por igual a todas las clases sociales, observando inviolablemente la justicia llamada distributiva.
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