La vida se entregó a nuestras manos tras habernos hecho inteligentes, y hasta aquí la hemos traído
Enviado por Unipopcorn • 18 de Diciembre de 2015 • Ensayo • 1.456 Palabras (6 Páginas) • 125 Visitas
“La vida se entregó a nuestras manos tras habernos hecho inteligentes, y hasta aquí la hemos traído”.
Un pensador hiperestésico, proveniente de los bajos estratos portugueses, escritor de estilo único, límpido en la palabra y certero en la composición. Es José Saramago, el autor de la novela que desenmascara a una sociedad purulenta y decadente, en su magistral obra “Ensayo sobre la ceguera”. Lo más bajo del comportamiento humano plasmado en las páginas de un texto que no solo pretende desmoralizar al lector, sino que ofrece un camino de redención hacia un futuro más venturoso para el mundo, lo cual hace indudable la necesidad de analizar esta obra.
La obra publicada en 1995 narra la historia de una misteriosa enfermedad que deja ciegos a sus víctimas, no distingue ningún tipo de estrato social, ataca a todos con la misma crueldad. Al convertirse la población en una ciudad de ciegos se cometen los más repudiables actos, impropios de la naturaleza humana, es por esto que Saramago dice “Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos”. Es verdad que somos humanos, o al menos nos definimos así, pero este término representa más que solo una especie, porque hay algo que nos separa del resto de seres que conviven con nosotros en el planeta. Aquello es más que una palabra, es nuestra capacidad de razonar, de ser consecuentes por nuestros actos y esto conlleva la enorme responsabilidad de ser protectores de toda la vida en el planeta, y el rumbo que tome la misma. Entonces me atrevo a preguntar, ¿estamos conscientes de esta responsabilidad? ¿Acaso somos consecuentes con nuestro deber en el mundo? La respuesta es clara, y es la intención del autor hacérnoslo notar.
Aquellos ciegos no sabían la causa de su mal y por ende, se hizo imposible encontrar una cura, pero para nosotros es fácil inferirla tan solo con avanzar en el contenido de la obra; la ceguera se la provocaron ellos mismos, consecuencia de su malicia, su falta de ética, que no solo está en unos pocos, sino que hoy abunda en la sociedad. Traigo a la memoria un fragmento del texto, el cual dice “En verdad aún está por nacer el primer humano desprovisto de esa segunda piel que llamamos egoísmo”, pero ¿cómo es posible condenar a un ser que apenas es traído a este mundo? Exactamente ese es el motivo, el mundo al que lo traen es cruel, porque los humanos se volvieron ruines e indiferentes con sus similares. Entonces a cualquier criatura no le quedará más remedio que hacerse a su medio, tratar de sobrevivir aprendiendo las costumbres de los demás, tal como un animal, pero la diferencia ahora se establece en que los animales no son destructivos con su entorno, en cambio los humanos, sí.
No es nuevo en la historia mundial encontrarse con enfermedades desastrosas, inexplicables para su tiempo y terroríficamente fatales. Queda aún el recuerdo de la peste negra que devastó a Europa a mediados del siglo XIV, causó furor y desconcierto en la población de aquella época por su
mortalidad y la manera atroz en que atacaba a las personas. La Iglesia y los moralistas en general, opinaron que la enfermedad era un castigo de Dios por los pecados de la humanidad, y reclamaron una regeneración moral de la sociedad. Fueron condenados los excesos en la comida y la bebida, el comportamiento sexual inmoral, los atuendos insinuantes y, con motivo de la peste, las congregaciones se inclinaron hacia la espiritualidad más exacerbada. En muchos sitios el ánimo de penitencia fue llevado al extremo. El movimiento flagelador creció en popularidad; varios hombres, con los torsos desnudos, se fustigaban con látigos en señal evidente de humildad frente al juicio divino. Debido a que el movimiento ganó adeptos y al funcionar al margen de la iglesia establecida fue desautorizado por el papado. En respuesta a esta corriente de algunos coetáneos, enfrentados a esta enfermedad impredecible e indiscriminada, donde los virtuosos no eran más inmunes a la muerte repentina que los impíos, fue vivir la vida, o lo que quedaba de ella, al límite.
Este es un ejemplo de como la reflexión de Saramago en la obra no está para nada lejos de nuestra realidad, como tampoco está fuera de contexto
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