Las Flores Del Mal
Enviado por pamz_z_z • 10 de Noviembre de 2012 • 1.181 Palabras (5 Páginas) • 519 Visitas
(extraído)
El autor de Las flores del mal hizo todo lo posible por que nos
fijáramos en él como quien observa al ejemplar humano más
digno de estudio, pero esa actitud exhibicionista ha sido adoptada
demasiadas veces en la historia —de la literatura o de cualquier
disciplina— como para que nos dejemos embaucar por su
transparente mecanismo seductor. Bajo su porte altivo, enfundado
en trajes diseñados por él mismo y al otro lado de sus
desplantes provocativos, Charles Baudelaire llevó una vida de
escritor afanoso, problemático pero persistente, depresivo pero
batallador, entregado a una tarea que dio frutos sobrados para
que, a la hora de leerlo, su biografía no limite la apreciación de
su obra. Seríamos injustos con él si no destacáramos, sobre extravagancias
intrascendentes y comunes a tantos otros, el esfuerzo
intelectual y a la vez angustioso de quien fue tejiendo, día a día,
una obra que, ya en los últimos años de su vida, empezó a ser
considerada imprescindible, es decir, clásica.
Aunque parezca redundante, lo antedicho resulta obligado
especialmente en este comienzo del siglo XXI—hasta el que Baudelaire
no creía que la humanidad fuera capaz de sobrevivir—,
cuando el imperativo de la imagen personal de escritores, artistas
o simplemente famosos rentables imprime tal carácter que llega
a colorear con un baño de idolatría eso que se llama «la actualidad
», tan parecida a las sociedades primitivas en sus mecanis-
Introducción
El personaje y sus escenarios
[15]
mos de atribución simbolizadora o de hieratismo automático.
La pátina de notoriedad que cubre los libros clásicos de cualquier
género ha cobrado un relumbrón que sobrepasa, aunque
sea vacuamente, aquella autoridad reconocida hace siglos por
los renacentistas a los grecolatinos recién descubiertos. Entonces
los escasos lectores se acercaban a Virgilio o a Platón solicitando
de ellos sabiduría —«atreviéndose a saber», como después
diría Kant—, mientras que la mayoría de los lectores de
hoy apenas les piden a los clásicos de siempre algo más que la
sombra de su prestigio, una o dos citas deformadas por su falta
de contexto, alguna anécdota estrambótica y el silencio completo
aunque bien encuadernado en la sala de estar. Es una de las
consecuencias del «progreso», un fenómeno socioeconómico
que se iniciaba ante los ojos indignados de nuestro poeta y contra
el que dirigió diatribas tan agrias como inofensivas.
Entre las numerosas imágenes que se conservan de Baudelaire
sólo hay una en la que se le vea trabajando. Se trata del
retrato firmado por Gustave Courbet donde vemos al poeta,
joven aún, leyendo atentamente un libro apoyado sobre una
mesa mientras fuma en pipa. La blanca pluma de ave se yergue
vertical sobre el tintero. Se diría que al personaje no le importa
nuestra observación. Pero ninguna de las fotos para las que posó
nos lo muestra en esa actitud laboriosa; Baudelaire se enfrentó
bastantes veces a la cámara recién inventada, y siempre lo hizo
mirándonos con gesto grave, abrumador, casi agresivo. Sin duda
quiere convencernos de que estamos ante un hombre excepcional,
soberbio y admirable, pero a la vez parece asegurarnos
que no es feliz, que no cree poder serlo y hasta que, como él
mismo afirmó, la felicidad es asunto de personas vulgares. Por
supuesto, esa mirada nos remite a sus palabras, y cuando hemos
leído los poemas en que el personaje de las fotos ha ejercido su
arte, sílaba a sílaba, frase a frase, comprendemos que la pose
del autor, siendo perfectamente representativa, se reduce a una
simple estratagema egocéntrica, mientras que su obra desvela
por sí misma honduras y esplendores literarios gracias a los
[16] PEDRO PROVENCIO
cuales el lector puede sentirse, no digamos dichoso para no irritar
al poeta, pero sí afortunado.
Es la primera imagen, la de Baudelaire en pleno trabajo, la
que nos interesa a los lectores. En las otras el poeta sobreactúa
ante el espectador. Quien lo lea —y en este libro se propone
decididamente su lectura—
...