Lucha Elefantes
Enviado por tantirin • 11 de Marzo de 2013 • 1.891 Palabras (8 Páginas) • 375 Visitas
LA LUCHA CONTRA LOS PULPOS GIGANTES
¡Qué bestia espantosa!, exclamó...
Observé a mi vez y no pude dominar un movimiento de repugnancia. Ante mi vista se agitaba un monstruo horrible, digno de figurar en las leyendas teratológicas.
Era un calamar de dimensiones colosales, de unos ocho metros de
largo. Marchaba retrocediendo con extremada velocidad en dirección
al Nautilus. Miraba con sus enormes ojos fijos de matiz glauco. Los
ocho brazos, o más bien, los ocho pies que salen de la cabeza, lo que
les valió a estos animales el nombre de cefalópodos, tenían un desarrollo del doble de la anchura del cuerpo y se retorcían como la cabellera de las Furias. Se notaban claramente las doscientas cincuenta
ventosas ubicadas en la cara interna de los tentáculos en forma de
cápsulas semiesféricas. A ratos las tales ventosas se fijaban en el cristal del salón por medio del vacío. La boca del monstruo -un pico de
cuerno conformado como el de un loro- se abría.y se cerraba verticalmente. La lengua, sustancia córnea, armada a su vez de varias hileras de dientes agudos, salía vibrando de aquella verdadera cizalla. El
cuerpo, fusiforme e hinchado en el medio, formaba una masa carnosa
que debía pesar veinticinco mil kilogramos. El color variante pasaba
en forma sucesiva del gris lívido al pardo rojizo.
La casualidad nos había puesto en presencia de ese calamar y no
quise perder la oportunidad de estudiar cuidadosamente tal tipo de
cefalópodo. Sobreponiéndome al horror que me causaba su aspecto, y
lápiz en mano, comencé a dibujarlo.
_Quizás sea el mismo que vio el Alecton, dijo Consejo.
-No, objetó el canadiense, ya que éste se halla entero y el otro había perdido la cola.
-No sería razón suficiente, dije. Los brazos y la cola de estos
animales vuelven a formarse por reintegración. Después de siete años,
la cola del calamar de Bouguer tuvo tiempo para crecer de nuevo.
-Además, añadió Ned, si no es ése, será uno de aquellos otros.
Efectivamente, otros pulpos aparecían tras el cristal de estribor.
Conté hasta siete. Daban escolta al Nautilus y yo oía el rechinar de los
picos en el casco de acero. Se colmaban así nuestros deseos. Continué
con mi trabajo. Los monstruos se mantenían en nuestras aguas con tal
precisión que parecían inmóviles, y me hubiera sido fácil dibujar sus
contornos en escorzo sobre el cristal. Por lo demás, navegábamos con
moderada velocidad.
De pronto, el Nautilus se detuvo. Un choque lo hizo vibrar en toda su armazón.
-¿Habremos tocado fondo, pregunté? -En tal caso, respondió el canadiense, no hemos encallado, pues
estamos flotando.
El Nautilus flotaba, sin duda, pero no se movía. Las paletas de la
hélice no hendían el agua. Pasó un minuto. El capitán Nemo entró en
el salón.
Hacía tiempo que no lo veía y me dio la impresión de que estaba
con ánimo sombrío. Sin hablarnos, sin vernos quizás, se encaminó
hacia el panel, observó a los pulpos y dijo unas palabras a su segundo,
quien salió. Al rato se corrieron los paneles. El cielorraso se iluminó.
Yo me adelanté hacia el capitán.
-Curiosa colección de pulpos, le dije con tono displicente como el
de un aficionado ante el cristal de un acuario.
-Así es, me respondió, y vamos a combatirlos cuerpo a cuerpo.
Miré al capitán, creyendo no haber entendido.
-¿Cuerpo a cuerpo?, repetí.
-Sí, señor. La hélice está detenida. Supongo que. las mandíbulas
córneas de uno de esos calamares se han trabado entre las paletas, lo
que nos impide navegar.
-¿Y qué piensa usted hacer?
-Subir a la superficie y destruir a toda esa plaga.
-Empresa difícil, a mi parecer.
-En efecto. Las balas eléctricas resulta ineficaces en esas carnes
blandas, donde no hallan bastante resistencia como para explotar.
Pero los atacaremos a hachazos.
-Nosotros los acompañaremos, dije.
Y tras el capitán Nemo nos encaminamos hacia la escalera central. Allí, una docena de hombres, armados con hachas de abordaje,
estaban listos para el ataque. Consejo y yo empuñamos también sendas
hachas. Ned Land, un arpón.
El Nautilus ya había retornado a la superficie.
Uno de los marineros, desde los últimos peldaños, aflojaba los
pernos de la compuerta; pero apenas se retiraron las tuercas, la tapa se
levantó con gran violencia, evidentemente debido a la fuerza de la
334
ventosa que aplicara en ella el brazo de un pulpo. Al instante, uno de
esos largos brazos se deslizó como una serpiente por la abertura y
otros veinte se agitaron por encima. De un hachazo cortó el capitán
Nemo el formidable tentáculo que cavó retorciéndose.
En el momento en que nos empujábamos unos a otros para llegar
a la plataforma, dos brazos cimbreando en el aire se abatieron sobre el
marino que iba delante del capitán Nemo y lo arrebataron con irresistible fuerza. El capitán Nemo lanzó un grito y se abalanzó afuera. Nosotros nos precipitamos detrás de él.
¡Qué escena! El infeliz asido por el tentáculo y pegado a las
ventosas, se balanceaba en el aire al capricho de aquella enorme trompa. Entre estertores, ahogado, clamaba: ¡Socorro! ¡Ayuda! Estas palabras, pronunciadas en francés, me produjeron tremendo estupor. ¡Había, pues, un compatriota mío a bordo, varios quizás! ¡En toda mi vida
no, podré olvidar aquel llamado desgarrador!
El desventurado estaba perdido. ¿Quién lograría librarlo de la
mortal sujeción, Sin embargo, el capitán Nemo se había abalanzado
contra el pulpo y de un hachazo le había cortado otro brazo. Su
segundo se hallaba empeñado en encarnizada lucha con otros monstruos que se arrastraban por los costados del Nautilus. La tripulación
repartía denodados hachazos a diestra y siniestra. El canadiense, Consejo y yo hundíamos nuestras armas en las masas carnosas. Era
horrible. Por un instante creí que al desdichado prisionero del pulpo lo
...