Niveles Y Formas De Expresión De La Identidad
Enviado por delfiarce • 6 de Septiembre de 2013 • 1.776 Palabras (8 Páginas) • 861 Visitas
El oficio del historiador: Entre Sherlock Holmes y Sigmund Freud
¿Puede la Historia aspirar a conformar un paradigma epistemológico que reúna las condiciones de rigor y precisión que habitualmente se asocian con la construcción de conocimiento científico? ¿Puede la historia aspirar a convertirse en una ciencia? La pregunta adquiere una importancia fundamental, por cuanto esta disciplina posee características que la diferencian radicalmente de todas las otras ciencias naturales y aún de la mayor parte de las otras ciencias sociales: su interés por lo particular, por lo único, por lo irrepetible. Mientras que la principal aspiración del científico parece ser la determinación de regularidades que permitan formular leyes de aplicación universal, el objeto de estudio del historiador son los fenómenos individuales, no las generalizaciones.
En los años 60 y 70, el auge de la historia económica, con sus curvas de precios y sus gráficos estadísticos, permitió a muchos historiadores soñar con alcanzar para su disciplina el status de rigor científico propio de las ciencias exactas; o aún de disciplinas sociales como la economía y la sociología (que aspiran a predecir y a cuantificar los fenómenos que conforman su campo de estudio). Pero las ambiciosas pretensiones de los historiadores de los precios, que creían poder explicar la evolución de toda una sociedad a partir de los movimientos de dicha variable, alcanzaron rápidamente sus propios límites. También se demostró la imposibilidad de trasladar el método estadístico a otras áreas del conocimiento histórico, como la historia cultural y la historia política.
En definitiva, la historia continúa observando con inocultable fascinación la aspiración a formular leyes que caracterizan a las denominadas ciencias duras. La formulación de leyes generales permite predecir y medir los fenómenos naturales con notable precisión. Frente a esta realidad, ¿es posible pensar la existencia de un paradigma científico de lo único e irrepetible, una cientificidad de lo individual?
Una de las respuestas más lúcidas para este interrogante central sobre el método histórico fue presentada por el historiador italiano Carlo Ginzburg, en un artículo publicado en Turín en 1979 y que, en menos de cuatro años, fue traducido al inglés, francés, alemán, sueco y al castellano. El título castellano del texto en cuestión es: "Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales" (en Carlo Ginzburg, Mitos, emblemas, indicios. Morfología e Historia, Barcelona, Gedisa, 1989, pp.138-175).
En este artículo clave de la historiografía del último cuarto del siglo XX, Ginzburg llama la atención sobre la existencia de un milenario paradigma de lo individual, de lo único, de un antiquísimo método de construcción de conocimiento capaz de obtener notables resultados concretos, sin recurrir a la formulación de leyes, generalizaciones, predicciones o mediciones exactas: se trata del atávico "paradigma de los indicios" o "paradigma indiciario", al que los cazadores y rastreadores primitivos han recurrido desde la noche de los tiempos.
Al igual que los cazadores, el historiador no tiene contacto con su objeto de estudio. El rastreador debe, por lo tanto, utilizar los menores indicios dejados por la presa durante su huida -una rama rota, una huella en el lodo, la corteza de un árbol desgarrada- para reconstruir una realidad de la que no fue testigo. Los resultados concretos suelen ser sorprendentes: los más hábiles cazadores son capaces de rastrear el paso de su víctima aún en ámbitos en los cuales, la mayoría de los mortales, serían incapaces de percibir algo fuera de lo común.
Pero este antiguo paradigma de lo único -en tanto único e irrepetible son la huida y los rastros de cada presa- fue ya recuperado a fines del siglo XIX por tres disciplinas cuyo objeto de estudio, al igual que la historia, son los fenómenos individuales: me refiero a la historia del arte, a la criminología y al psicoanálisis.
Entre 1874 y 1876, el italiano Giovanni Morelli dio a conocer un nuevo método para la identificación de las falsificaciones de cuadros célebres, que poblaban la mayoría de los grandes museos del mundo. El error de los críticos consistía en tratar de atribuir los cuadros a cada pintor, analizando las características más evidentes: la sonrisa de Leonardo, los ojos alzados al cielo de los personajes de Perugino, etc. Pero, por evidentes y conocidas, estas características eran precisamente las más fáciles de imitar. Giovanni Morelli creía, en cambio, que las falsificaciones debían detectarse observando los detalles menos trascendentes de cada cuadro, aquellos menos influidos por la escuela pictórica a la que el artista pertenecía, aquellos rasgos estereotipados que cada artista -original o falsificador- incorpora de manera automática, casi inconsciente, en su técnica de dibujo: los lóbulos de las orejas, las uñas, los dedos de manos y pies. Estos datos marginales son reveladores porque constituyen los momentos en los que el control del artista se relaja y cede su lugar a impulsos puramente individuales, "que se le escapan sin que él se de cuenta". De este modo, Morelli descubrió y catalogó la forma de oreja característica de Botticelli, de Leonardo, de Rafael, etc., rasgos que se encuentran en los originales, pero no en las copias. El crítico italiano pudo, pese a las críticas que recibía su método, proponer decenas de nuevas atribuciones en algunos de los principales museos de Europa, demostrando
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