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Presencia Reales

27 de Noviembre de 2014

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PRESENCIAS REALES

El sentido del sentido

George Steiner

Traducción hecha por Josefina Berrizbeitia y Luis Miguel Isava del texto Real Presences, the Leslie Stephen Memorial Lecture, pronunciada en la Universidad de Cambridge el 1 de noviembre de 1985 y publicada por la Cambridge University Press en 1986.

Nota introductoria

Con la publicación, en 1988, de “Presencias reales”, la obra de Steiner parece cumplir con exactitud y devoción un ciclo. Ya en Lenguaje y silencio (1967) se destacaban claramente los temas que habrían de marcar toda su obra posterior: las relaciones entre lo humano y lo inhumano, la “crisis del lenguaje”, el acercamiento ético a las manifestaciones estéticas y la presencia del silencio como una categoría del lenguaje. Estos aspectos se han revelado tan indisociables, a la luz de sus reflexiones, que han llegado a conformar el núcleo vital de su pensamiento. Testigo insobornable en el siglo de las grandes guerras, del holo¬causto, de los totalitarismos, de la tortura política y el terrorismo, Steiner nos recuerda insistente e inapelablemente que asistimos al derrumbe de los valores en que se fundamenta la civilización occidental. La palabra “humanismo” se quie¬bra ahora en nuestras bocas ante el peso de mentira y barbarie que se le ha hecho soportar. “¿Cómo devolver un sentido a la palabra ‘humanismo’?, preguntaba en este sentido Jean Beaufret. Heidegger, en uno de los pasajes de su carta, respon¬día: “el humanismo consiste en esto: reflexionar y velar porque el hombre sea humano y no inhumano, ‘bárbaro’, es decir fuera de su esencia” (Carta sobre el humanismo). Steiner parece responder a este planteamiento, sólo que su presen¬cia vigilante no se deja ganar por la ilusión de la “cultura”. Así ha mostrado cómo lo inhumano puede convivir con la humanitas y lo que es más repugnante, ampararse en ella; ha apuntado —como Karl Kraus y Fritz Mauthner antes que él— a que la “crisis del lenguaje” es un síntoma insoslayable de la profunda crisis de valores, de la “crisis espiritual” de occidente; ha insistido en la imperiosa necesidad de un acercamiento ético a la literatura y al arte —en la perspectiva crítica y en la creativa— como única respuesta eficaz y cónsona con estos tiempos a ambas crisis y a la barbarie que las acompaña; ha explorado, por último, las posibilidades del silencio no sólo desde el punto de vista ontológico-verbal, como fractura del lenguaje ante una realidad que lo sobrepasa, sino también como alternativa moral ante la verborrea que nos acosa y como actitud humana que se niega a traspasar los límites que demarcan su “esencia”. Un largo camino de investigación lo ha traído de vuelta a sus preocupaciones originales; un camino que lo llevó a adentrarse en la lingüística, en la filosofía del lenguaje (en el campo de la traducción y en el de las relaciones lenguaje-pensamiento), en las matemáticas y la lógica simbólica e incluso en la biología, para intentar explorar las posibles relaciones entre los códigos neurofisiológicos, genéticos y el lenguaje.

Todas esas búsquedas reflejan su profundo interés por lo humano, conce¬bido desde una perspectiva integradora y compleja. Es esa concepción la que penetra e invade “Presencias reales”. Para Steiner la literatura, así como la música, la pintura y el arte en general, es casi lo humano por excelencia: allí el hombre alcanza definición y realidad, es decir, sentido. Por ello, oponiéndose solitaria y valientemente al coro de la crítica más reciente, nos invita a llevar a cabo un acto fundamental —pues en él nos va el ser—, un acto decisivo: “saltar al sentido”, redescubrir la verdad “suprimida” de que las obras dicen algo, algo crucial que hemos olvidado o perdido. Apoyándose en lo que considera uno de los aspectos fundamentales en la obra de sus maestros, Walter Benjamín y Martin Heidegger, reivindica para sí un papel a la vez modesto y central: el de maître à lire (maestro de la lectura), capaz de reconocer la iluminación que se produce en la lectura y entregado a la paciente labor de transmitir esa experiencia que es a un tiempo personal y trascendente. La literatura nos informa —en el sentido etimoló¬gico de la palabra—, revela al mundo y nos revela, “encarna una presencia real de ser significante”. Lamentablemente esto ha dejado hace mucho de ser una evi¬dencia. ¿No es hora ya de que la voz de una conciencia lúcida nos la devuelva y con ella la posibilidad de ser hombres articulados e integrales? Por encima del espectro de estos tiempos, quizá haya que comprometerse con la apuesta que presenta Steiner; no hacerlo sería tal vez negarnos, entregarnos a una escandalosa autoanulación.

Luis Miguel Isava

Caracas, julio de 1989

P. S.: Dos breves agradecimientos. En primer lugar a Rafael Tomás Caldera quien nos estimuló en la traducción e hizo posible su impresión. Luego al profesor George Steiner que nos aclaró dudas y generosamente autorizó la publicación de esta plaquette.

El último cambio de siglo presenció una crisis filosófica en los fundamentos de las matemáticas. Lógicos, filósofos de las matemáticas y de la semántica formal tales como Frege y Russell investigaban la estructura axiomática de la prueba y el razonamiento matemáticos. Las antiguas disputas lógicas y metafísicas en lo concerniente a la verdadera naturaleza de las matemáticas —¿son arbitrariamente convencionales?, ¿son un constructo “natural” que corresponda a realidades en el orden empírico del mundo?— renacieron y se les dio rigurosa expresión técnica y filosófica. La célebre prueba de Gödel de la necesidad de una adición “exterior” a todo sistema matemático autoconsistente y a toda regla operacional, adquirió relevancia formal y aplicada mucho más allá del campo estrictamente matemático. A la vez es justo decir que algunos de los interrogantes que surgieron a finales del siglo XIX y comienzos del XX en relación con el fundamento lógico, la coherencia interna y las fuentes psicológicas o existenciales de la prueba y del razonamiento matemáticos, permanecen abiertos.

Una crisis comparable se encuentra en el concepto y en la comprensión del lenguaje. Una vez más las fuentes lejanas de interrogación y disputa son las del pensamiento platónico, aristotélico y estoico. La gramatología, la semántica, el estudio de la interpretación del sentido y de la vigente práctica interpretativa (hermenéutica), los modelos de los orígenes posibles del habla humana, el análisis formal y pragmático y la descripción de los actos y la ejecución lingüísticos tienen su precedente en el Cratilo y el Teeteto platónicos, en la lógica aristotélica, en las anatomías clásicas y post-clásicas y en las artes de la retórica. Sin embargo, el actual “giro lingüístico”, en cuanto afecta no sólo a la lingüística, a las investigaciones lógicas de la gramática, a las teorías de la semántica y de la semiología, sino también a la filosofía en su totalidad, a la poética y a los estudios literarios, a la psicología y a la teoría política, es una ruptura radical con la sensibilidad y las suposiciones tradicionales. Las fuentes históricas de las “crisis del sentido” son en sí mismas complicadas y fascinantes. Aquí puedo referirme a ellas sólo sumariamente.

Aunque conservadora en muchos aspectos, la revolución kantiana llevaba dentro las semillas de una revisión y una crítica fundamentales de las relaciones entre palabra y mundo. La localización lógica y psicológica de las percepciones básicas dentro de la razón hecha por Kant, su convicción de que la “cosa en sí”, la última realidad-substancia “allá afuera”, no podía ser definida o demostrada analíticamente, por no decir articulada, puso las bases del solipsismo y la duda. Una disociación del lenguaje y la realidad, de la designación y la percepción, es ajena al idealismo kantiano del sentido común; pero es un potencial implícito. Este potencial no será aprovechado, al comienzo, por la lingüística o la lógica filosófica, sino por la poesía y la poética. Nuestros debates actuales sobre la gramática transformacional y generativa, sobre los actos de habla, sobre los modos estructuralista y desconstruccionista de lectura textual, en resumen, nuestra presente concentración en el “sentido del sentido”, derivan de la poética y la práctica experimental de Mallarmé y Rimbaud. Es el período que va desde 1870 hasta mediados de los años 90 el que genera la agenda actual de nuestros debates, el que sitúa el problema de la naturaleza del lenguaje en el mismo centro de las sciences de l’homme —tanto filosóficas como aplicadas—. Llegados después de Mallarmé y de Rimbaud, sabemos que una antropología seria tiene en su meollo formal y substantivo una teoría o una pragmática del Logos.

A partir de Mallarmé surge el intento programático de disociar el lenguaje poético de la referencia externa, de fijar la de otro modo indefinible, inaprehensible textura y olor de la rosa en la palabra “rosa” y no en alguna ficción de correspondencia y validación externa. El discurso poético que es, de hecho, discurso esencial y, al grado máximo, significante (meaning-ful), constituye una estructura o un conjunto internamente coherente, infinitamente connotativo e innovativo. Es más rico que el de la experiencia sensorial, ampliamente indeterminada e ilusoria. Su lógica y su dinámica están internalizadas: las palabras se refieren a otras palabras; el “nombrar el mundo” —esa imagen adánica que es el mito primigenio y la metáfora de todas las teorías occidentales del lenguaje— no es una cartogra¬fía descriptiva o analítica del mundo

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