CORRECCION CUENTOS VIEJO ARIAS.
Enviado por daniayaloa • 30 de Octubre de 2017 • Apuntes • 2.353 Palabras (10 Páginas) • 254 Visitas
MILAGRO
Por: Ricardo Arias Ortiz
Esa mañana, cuando el astro rey se asomaba en el horizonte, los pajarillos se sacudían para botar de su cuerpo la pereza, alargaban el pescuezo para recibir con sus silbos y trinos la más hermosa alborada, a lo lejos se escuchaba el canto agónico de un paujil cual si clamara a los dioses la bondad de un aguacero que remojara la tierra resecada por la inclemencia del sol de verano. La brisa cantarina, galopaba vagabunda por las calles de la ciudad hiriendo el aire con su espada invisible, las campanas del templo de santa María del camino comenzaron a repicar invitando a los feligreses a la misa de seis.
Esa mañana discutí con mi esposa, ella quería ser madre, yo no podía darle el hijo deseado debido a que cuando me encontraba prestando el servicio militar en las selvas del Choco, adquirí la enfermedad conocida con el nombre de leishmaniasis, esta enfermedad es producida por la picadura de un insecto que habita en lugares de intensa humedad. Las personas que han sufrido esa enfermedad tienen alta probabilidad de quedar estéril, esto me preocupaba, ya que estaba en juego la estabilidad de mi hogar. Amaba a mi esposa y sufría al verla sufrir. Esa mañana con lágrimas en sus ojos y una tristeza en su voz, me pidió el divorcio; le supliqué me diera una semana para pensarlo, aceptó mi solicitud y se fue para el templo de santa María del camino, donde se refugiaba cada vez que discutíamos ese espinoso tema.
Mientras tanto solo en la alcoba rumiaba mi tristeza, en ese omento me sentí el hombre más infeliz del mundo, pensamientos adversos pasaron por mi mente, los cuales no tardé en desechar y tomando de la pared la imagen del cristo y postrándome de rodillas, rogué al todopoderoso salvara mi hogar y permitiera un milagro, para que volviera a brillar la luz de la felicidad.
Me asomé por la ventana y vi un cielo espléndido y un sol que derramaba su fulgor sobre la tierra resecada por la brisa de verano.
De repente el cielo se nubló, un viento helado se metió por la ventana que daba al patio, obligándome a cerrarla, luego se vino un aguacero que duró varias horas.
A través del cristal de la ventana veo caer la lluvia que forma en el suelo pequeños arroyuelos, la brisa cantarina estremece sin piedad el viejo laurel que se inclinaba cual si rindiera culto a los dioses o les clamara piedad. Se escucha el estallido de un trueno impertinente seguido por un relámpago que pareció cortar en dos el mundo.
La brisa no se detiene, en momentos parece calmarse, pero arremete con ráfagas inclementes que sin piedad siguen azotando el viejo laurel, el cual sigue inclinándose para rendir culto a os dioses o para permitir que la brisa pase por encima y pueda seguir su curso a destinos desconocidos.
Otro trueno, otro relámpago, una ráfaga de viento aún más fuerte hace estremecer la casa, dando la impresión que ésta se fuera a venir abajo, de repente todo queda en silencio, un silencio sepulcral.
La lluvia para y como cosa rara de la vida, aparece en el cielo un sol espléndido que desde el cenit proyecta sus rayos esplendorosos sobre las calles, que más que calles asemejan turbulentos arroyos que arrastran todo lo que encuentran a su paso, miro el reloj, son las doce meridiano, mi esposa no había regresado, le marqué a su celular pero no había señal, nuevamente empecé a preocuparme, por mi mente cabalgaron pensamientos adversos, no dejaba de preocuparme la solicitud de divorcio que en las primeras horas me hiciera mi esposa, llegué a la conclusión que ella tenía razón y tomé la determinación de concederle el divorcio, esto pareció calmar mis nervios. Tomé del estante una botella de old parr, me serví un trago doble y lo fui tomando sorbo a sorbo hasta consumir todo el contenido, luego me levanté de la silla donde estaba sentado, me asomé a la ventana que da a la calle y vi como varios cuerpos humanos eran arrastrados por la corriente fluvial, quise lanzarme a la calle pero una voz interior me dijo: no lo hagas, son muchos y los más probable es que tú también perezcas ahogado.
Poco después vi venir un pequeño cuerpo y sin pensarlo dos veces me lancé a la corriente, logré asir su cuerpo; la corriente me arrastró y sin soltarlo seguí desafiando la turbulencia de la corriente, más adelante encontré un árbol caído y me aferré a sus ramas; fue así que pude salvar de la muerte a una hermosa niña de escasos tres meses de nacida.
Cuando la corriente bajó su turbulencia abandoné el árbol y llevé la niña a casa, allí la cobijé, con el fin de darle calor.
Una hora más tarde llegó mi esposa quien durante la tempestad había permanecido en el templo orando y rogando a Dios todopoderoso salvar su hogar.
Cuando mi esposa entró yo me encontraba en el patio ordenando las cosas que habían desordenado los fuertes vientos. Se acercó a mí con una sonrisa, en sus ojos antes nublados por el llanto se notaba un brillo renovado, lo cual llenó mi corazón de esperanza y estrechándola en mis brazos di gracias al cielo por aquel cambio que presagiaba el comienzo de una nueva vida. Cinco minutos más tarde mi esposa se liberó de mis brazos. –Espera, ya vuelvo, voy al cuarto a cambiarme esta ropa que esta húmeda y puedo pescar un resfriado.
Sin decirle nada la deje ir y cuando entré al cuarto, vio la niña que dormía plácidamente con sus manitas entrelazadas sobre su pecho. Mi esposa tomó a la pequeña en sus brazos y estrechándola contra su pecho, salió gritando emocionada: ¡milagro, milagro, milagro!
Al día siguiente después de llevar la niña al médico mi esposa y yo nos acercamos a la oficina de atención de desastres y nos enteramos que la familia de la niña había perecido en su totalidad al igual que otras más que vivían cerca de la quebrada.
Las autoridades nos dieron a la niña en adopción y fue así como la pequeña y hermosa Milagro, devolvió a mi hogar la alegría que se había perdido, a los ojos de mi esposa un brillo renovado y en sus labios una sonrisa cargada de felicidad y amor.
MORÍ DE TANTO VIVIR
Por: Ricardo Arias Ortiz
Después de la misa de acción de gracia con la cual se despedía el cadáver de mi amigo Pedro Pablo Polo, quien murió el día anterior víctima de un accidente automovilístico, el cortejo fúnebre siguió por una avenida bien arborizada, yo conocía muy poco la ciudad, no sabía dónde quedaba el cementerio y pregunté a una joven que iba a mi lado, dónde quedaba. En el norte, respondió la joven y seguimos por la avenida cuyos árboles al entrelazar sus ramas daban la impresión que el cortejo transitaba en medio de un túnel verde.
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