Dormir Contigo
Enviado por sandy26b • 9 de Octubre de 2014 • 2.076 Palabras (9 Páginas) • 213 Visitas
Voy a empezar a escribir un relato erótico y lo voy
a hacer a mi manera, que es inventar las cosas que
me han pasado, inventarme la verdad. Lo hago, claro,
para ganar dinero, porque la tipa de las “Cincuenta
sombras de Grey” se ha forrado y yo en su libro no
me reconozco, ni a mí ni a nadie, y tampoco
encuentro piel ni literatura. No encuentro vida.
El caso es que he decidido hacerlo así, con la
verdad y la autobiografía por delante, para que la
gente que me tiene manía (que es mucha) se
descargue el libro en masa, intentando descubrirme
en alguna posición humillante. Chicos, aquí, al final del
segundo párrafo, os lo aclaro para que no os
esforcéis: seguro que sí.
Os cuento quien soy, para que no haya
confusiones. Me llamo Andrea, tengo 37 años. Soy
periodista y escritora. Nada de eso me da de comer.
Vivo de la publicidad, de inventarme anuncios para
productos que la gente antes no necesitaba y ahora
ni siquiera compra. Hace un par de años escribí una
novela y me fue bien. Bastante bien. O sea, regular.
No he ganado suficiente dinero para pagar la
hipoteca, pero sí se me ha visto lo justo para
despertar envidias en el curro.
Tampoco me he convertido en una guay. No me
reconocen demasiado por la calle, pero he tenido
pretendientes y acosadores, y en la oficina hay gente
que no me habla y que sé, fehacientemente, que
desea verme en el suelo.
Y a voy, ya me caigo, tranquilos.
El hombre por el que escribo esto, o para el que
escribo esto, o con el que escribo esto, está en todas
esas categorías. Pretendiente y acosador, le gusta
verme en el suelo. Me ha regalado este MacAir tan
aparente para que escriba y, sobre todo, para que
pueda ir donde él me cite. Ahora os dejo, me llama el
deber.
Esta historia empezó como una broma y siguió
como algo muy serio. Borja es el presidente de una
gran agencia de publicidad, la que sería “la” agencia
de publicidad si no fuera porque ahora todas
pertenecen al mismo gran grupo. GGP. Gran Grupo de
la Publicidad. Grandes Grandísimos Pretenciosos. O
algo parecido. Tres consonantes y dos de ellas
repetidas.
A Borja lo conocí a los veinte años, veintidós,
pero él nunca ha querido sumar y darse cuenta de los
muchos que ya tengo. Lo que pasa es que Borja y yo
no nos acostamos hasta hace relativamente poco.
Muy poco. Casi nada.
Cuando nos conocimos, yo era becaria y él ya era
presidente. Ahora que lo pienso, debe ser
aburridísimo llevar casi dos décadas haciendo lo mismo,
pero, claro, si lo pienso más, me doy cuenta de que a
Borja lo que le gusta es el poder: hablar y hacer,
conseguir para él y para otros, ser importante, ser
influyente, ser querido... Y eso es como la droga:
nunca tienes suficiente. O, mejor dicho, cuando
tomas suficiente te mueres de sobredosis y de éxito.
El caso es que yo a Borja me lo encontré después
de publicar la novela. Me llamó, emocionado.
-Sabía que ibas a llegar lejos, Andrea. Quedamos
y me la dedicas.
Y una no es inmune a los halagos de quien tienen
cuatro casas y seis coches más de los que yo tendré
nunca.
Cuando Borja me llamó, mi jefa de la agencia ya
había dejado de hablarme, porque hay mujeres que
no quieren ser cuota y, sin embargo, saben que lo
son, así que no quieren tener cerca (ni debajo, ni al
lado) a otras tías que les puedan hacer sombra.
-A ver, Pilar, relájate, que yo soy directora
creativa y tú eres directora general. No pasa nada. T ú
a gestionar, yo a crear. T ú a ir vestida guay, yo a ir
vestida como puedo. En serio, relax, que estoy
vendiendo libros pero tu jefe, el consejero delegado,
no me va a subir el sueldo ni me va a dar tu puesto.
De hecho, lo que va a hacer es lo mismo que tú,
sospechar que estoy escribiendo mis cosas en el curro
y ponerme todas las cámaras del mundo cuando os
puedo decir ya que no, que no lo hago, que no lo
haré.
Da igual.
El caso es que tuve mis razones para agradecer
sus halagos, quedar con él y firmarle la dedicatoria. Y
él tuvo también sus razones para lo que hizo: reservar
un reservado.
Me gustan las redundancias cuando proceden. Y
proceden. Hay restaurantes en este Madrid vacío y en
crisis que aún venden caros sus reservados, espacios
pequeños e insonorizados, en los que oyes llegar al
camarero para poder callarte a tiempo, o quedarte
quiero, o vestirte, o…
Teníamos comida en la mesa, pero no cenamos
mucho.
“Me encantas, me gustas desde siempre Andrea.
Me gustas tanto como me gusto yo, que ya sabes
que es mucho. Y me gusta tener razón: ya advertí
hace años que tú tenías talento…”
- Sí, claro, me advertiste a mí. Me dijiste que iba a
tener problemas, que tenía demasiada memoria.
- Y la tienes... Mira lo bien que te acuerdas.
- Claro, fue como una maldición gitana.
“No me estás dejando explicarme, Andrea. Eres la
mujer más inteligente que conozco, y tienes tanta
vida en los ojos... No quiero ponerme cursi con una
escritora, tú usas las palabras mejor que yo, pero en
tus ojos están todos los secretos del mundo, y están
desde que eras una niña...”
“Te veo la cara, estás pensando, ‘ya está este
viejales dorándome la píldora para acostarse conmigo’.
En este momento te hago una promesa solemne,
Andrea. No me voy a acostar contigo. Y no es por
falta de ganas, todo lo contrario, es porque para mí es
más importante que me creas: Andrea, quiero
ayudarte. Han pasado todos esos años y te he visto
desde lejos pelearte con el mundo. No te va como
mereces, y yo te voy a ayudar”.
Y, así, sin más, Borja se puso a hablarme del
fenómeno editorial del año, del porno para mamás, de
las novelas malas con sexo regular, del sadomaso
frente a la realidad, de lo que se permiten algunos y
algunas leer en sus iPads y sus e-readers, de lo que
funciona y de lo que no, del dinero y de la libertad.
“Quiero ser tu mecenas, Andrea. Pero no un
mecenas a fondo perdido. Quiero invertir en ti. ¿Qué
te parece pedir una excedencia y dedicar un mes a
escribirme un relato erótico? Un relato que
...