El Trabajo De Campo Etnográfico: Trayectorias Y Perspectivas
Enviado por kandt123 • 6 de Mayo de 2014 • 4.676 Palabras (19 Páginas) • 318 Visitas
A mediados del siglo XIX, el sentido que se le asignaba a la historia era aún optimista;
la Europa metropolitana e imperial ostentaba, según dicha perspectiva, el modelo
civilizatorio más elevado al que hubiera llegado la humanidad. Otras sociedades, otras
culturas, serían asimiladas tarde o temprano a ese modelo. En ese contexto, los inte-
lectuales se identificaban "con su sociedad y su cultura, con la 'civilización' y sus
prácticas coloniales" (Leclercq, 1973: 64). En los albores de la antropología científica,
los primeros en ocuparse de los pueblos primitivos buscaban incluir prácticas y modos
hasta entonces considerados aberrantes, como exponentes de la historia universal de la
humanidad. Influidas por los ecos de los descubrimientos de las ciencias naturales de
mediados del siglo XIX (Darwin, Mendel, Virchow) y por los avances en las
comunicaciones, el transporte, la medicina, la sociología y la antropología, se abrieron
nuevas áreas de conocimiento cuya legitimidad científica aún debía ser probada. Dado
que los cánones impuestos por la ciencia -fundamentalmente la física y la biología-
requerían la formulación de leyes generales, la antropología se propuso contribuir a la
reconstrucción de la historia de la humanidad y a revelar su sentido. La naciente
disciplina vino a montarse sobre siglos de colecciones y recopilaciones de creencias,
mitos, ceremonias religiosas, narraciones, artefactos, objetos rituales, códices y
vocabularios: era la herencia que la sociedad industrial europea recibía de los sucesivos
contactos con otros pueblos, desde los griegos y los romanos hasta los colonizados en la
expansión imperial. A lo largo de su historia, Europa no sólo acumuló bienes materiales
sino también un conjunto de interrogantes acerca de los orígenes de la [37] civilización,
la unidad del género humano, su devenir histórico diverso y la evolución de la cultura.
La intelectualidad de entonces se componía de sabios multifacéticos que adoptaban para
el estudio de las sociedades humanas el modelo explicativo evolucionista, dominante en
la ciencia. Trataban así de esclarecer la historia de las sociedades, analizando materiales
diversos: reflexiones filosóficas, teológicas y pragmáticas; luego intentaban poner
orden, clasificando y disponiendo el material en secuencias históricas hipotéticas, sobre
la base de una concepción de evolución por estadios generalizables a toda la especie
humana. Para el evolucionismo unilineal -Robert Tylor, James Frazer, Lewis H.
Morgan, Henry Maine—, las etapas de desarrollo se sucedían según grados de avance
tecnológico y organizativo político-social, desde formas más sencillas hasta más
complejas y desde modos diferentes hasta otros más afines con los de la sociedad
europea decimonónica, punto culminante de la historia de la civilización. Así, el
paradigma evolucionista presuponía un sentido de la historia y, por consiguiente, de las
formas culturales y sociales, sentido que se expresaba en el valor al asignárseles un
lugar en la cronología histórica (Fabián, 1983). Este criterio, de más larga vida que la
vigencia del evolucionismo como teoría en la investigación antropológico-social, tenía
un correlato metodológico, pues era factible reconstruir la historia de la humanidad
mediante restos materiales recortados y obtenidos de segunda mano -esto es,
recopilados por otros. Dicha reconstrucción procedía asignando un lugar inverso a
aquellas formas culturales y societales consideradas más avanzadas y propias de la
sociedad industrial. Se proyectaba, entonces, su contraparte al más remoto pasado, que
en el presente encarnaban los pueblos indígenas de las tierras conquistadas y
colonizadas (Kuper, 1988). Por ejemplo, una sociedad cazadora debía ser ubicada en
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una etapa de desarrollo anterior al de una sociedad agricultora; sociedades con sistemas
coordinados de regadío y Estado centralizado revelaban un estadio de mayor
civilización que sociedades nómades-pastoriles con regulación por bandas. Y si un
grupo humano era simultáneamente cazador (supuesto signo de un estadio primitivo) y
creía en un alto Dios (correspondiente a estadios avanzados, por su semejanza con el
judeocristianismo europeo), ello revelaba grados de desarrollo desigual -mayor en lo
religioso que en lo económico-. Estas aparentes contradicciones quedaban soslayadas en
la medida en que "la descripción de tal o cual sociedad no tenía valor autónomo", pues
debía referirse a un estadio de desarrollo en el cual se diluía su peculiaridad y
organización interna (Leclercq, 1973: 82; Stocking, 1968,1985).
La gran adversaria del evolucionismo, la escuela histórico-cultural -Schmidt, Graebner,
Ratzel, Gusinde, Smith-, intentaba dar otra respuesta [38] a la historia de la cultura,
definiéndola no como resultado del desarrollo paralelo e independiente de cada
sociedad, sino de la difusión y el contacto cultural. Los préstamos y las imposiciones
desembocaban en el diseño de líneas que mostraban pueblos con similares o idénticos
bienes, nociones y prácticas (al modo de las isotermas de los geógrafos que señalan
puntos de igual temperatura). El trazado de estos ciclos culturales mostraba la difusión o
bien la circunscripción de un bien en la superficie terrestre, permitiéndoles inferir a los
seguidores de esta corriente movimientos migratorios, contactos entre sociedades y la
difusión de elementos culturales (de ahí que esta escuela recibiera el nombre alternativo
de "difusionista").
Ciertamente, en los enfrentamientos de estas dos escuelas se presentaban ciertos
desacuerdos de orden teológico. Los difusionistas no
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