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El cuerpo creador de sí-mismo


Enviado por   •  17 de Octubre de 2018  •  Documentos de Investigación  •  2.352 Palabras (10 Páginas)  •  122 Visitas

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Pontificia Universidad Javeriana
Facultad de Filosofía
Seminario Así hablo Zaratustra
Profesor: Luis Antonio Cifuentes
Estudiante: Óscar Eduardo Cortés Ruiz
7 de Septiembre de 2018

El cuerpo creador de sí-mismo

Zaratustra había ya hablado a aquellos que dejaban sus esperanzas a ilusiones supra mundanas, a aquellos que buscaban plasmar sus esfuerzos en “aquel inhumano mundo deshumanizado, que es una nada celeste” (Z, “de los trasmundanos, p.75) y que con estas aspiraciones no hacían más que negar las potencialidades propias del hombre. Sin embargo, falta aún decirles algo a estos exponentes de la gran tradición frente a una de las verdades que más han intentado negar desde sus doctrinas, la verdad del cuerpo. Se ha iniciado ya a desbaratar la pretensión de un reino del mas allá, algo que hubiese que develar detrás de un velo de apariencias, y esto deja como consecuencia que el único escenario que queda es el mundo terrenal.

Ahora Nietzsche debe mostrar como esto tiene como consecuencia la ruptura del dualismo alma/cuerpo, dejando a este último como único campo de acción del hombre, lugar donde debe desplegarse su potencial creador y construcción de su propia vida. Para sustentar esta idea, se observará el desarrollo en los apartados “De los despreciadores del cuerpo”, “de las alegrías y las pasiones” y “del pálido delincuente”, teniendo como eje fundamental de trabajo la idea que desarrolla Nietzsche sobre el desplegar de sí-mismo a partir del cuerpo.

El cuerpo como campo de batalla

        Se han comenzado ya a derrumbar los mundos fantasmales creados por “almas enfermas”, pues Zaratustra logro superar esa proyección ilusoria en mundos supra terrenales que no hacen más que negar al hombre, de limitarlo, puesto que es un “(…) inhumano mundo deshumanizado, que es una nada celeste; y el vientre del ser no habla en modo alguno al hombre, a no ser en forma de hombre” (Z, “de los trasmundanos”, p. 75). Se reivindica entonces el mundo, por lo que se recuerda una de las primeras enseñanzas propuestas por Zaratustra en la que nos invita a “permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobre terrenales” (Z, “prologo § 4”, p. 47) y en la que nos muestra que en la esperanza del superhombre se encarna el sentido de la tierra. Habrá que buscar entonces en que consiste ese sentido, puesto que se sabe que no descansa en elementos etéreos que son inasibles.

Por lo anterior, Zaratustra confronta a aquellos que se han encargado de despreciar lo terrenal, de negar la realidad del cuerpo, y los condena a perecer producto de su propia enfermedad; si tanto desprecian su propio cuerpo, si piensan que es necesario escapar de él, deberían “tan solo decir adiós a su propio cuerpo- y así enmudecer” (Z, “de los despreciadores del cuerpo”, p.78). Esta doctrina que menosprecia el cuerpo debe desaparecer, puesto que sigue en el mismo estado de adormilamiento poniendo el énfasis en el alma, dándole a esta la responsabilidad de salvación y guía del cuerpo, mas no caen en cuenta del grave error en el que se encuentran; “el alma es solo una palabra para designar algo en el cuerpo” (Ibid). El hombre no es más que cuerpo, y eso que han llamado alma resulta ser solo la forma en la que se ha acostumbrado llamar a uno de los elementos constitutivos de este cuerpo.

Sin embargo, no puede entenderse el cuerpo en el mismo sentido en el que lo han construido aquellos quienes lo desprecian, no puede continuar siendo el mismo cuerpo “flaco, feo, famélico” (Z, “Prologro § 3”, p. 48) que buscaban los negadores del cuerpo, y tampoco puede continuar siendo un simple vehículo del alma que lo lleva como si fuera una carga, o un elemento que está completamente sometido por la razón. Zaratustra le da un nuevo sentido al cuerpo, lo sitúa como “gran razón” (Z, “de los despreciadores del cuerpo”, p. 78) en donde se debe conjugar todas las batallas y del que deben surgir las capacidades creadoras individuales. Este cuerpo “es una gran razón, una pluralidad dotada de un único sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor” (Ibid) por lo que aquí se van a llevar a cabo todas las luchas de los distintos elementos constitutivos del sujeto, toda su multiplicidad se pondrá en escena y deberá ser organizada por esta corporalidad que marcará la individuación de cada quien.

Por esto se debe contraponer el <> al Sí-mismo. El yo se ha construido como un elemento que logra darle unicidad al cuerpo, y que subyuga todas las diversas pulsiones que se disputan aquí al dominio absoluto de la razón, del espíritu. Se niegan las tensiones y se someten al sentido y el espíritu, que “querrían persuadirte de que ellos son el final de todas las cosas: tan vanidosos son” (Ibid, p.79). Este yo está subordinado al deber, a las exigencias impuestas por estos fines, por lo que está siempre sometido, pero a la vez piensa que logra someter.

Pero frente a este yo pasivo se impone el sí-mismo activo. Este “busca también con los ojos de los sentidos, escucha también con los oídos del espíritu” (Ibid), pero no usa estos instrumentos como si se tratasen del fin último, pues se encuentra en constante búsqueda, “escucha siempre y busca siempre” (Ibid). A diferencia del yo estático y complacido, el sí mismo busca estar en constante movimiento, pero además este dinamismo es “violento”, pues “compara, subyuga, conquista, destruye. El sí-mismo domina y es el dominador también del yo” (ibid). Se trata pues de como ese juego pulsional del sujeto es siempre conflictivo, hay tensiones irresolutas y elementos disruptivos que tratan de sobreponerse unos sobre otros, y es solo de este conflicto que puede darse el proceso de individuación, es decir, la construcción de una forma de vida propia. Es de este sí-mismo, que es el propio cuerpo, que puede surgir la creación, pues “hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría” (Ibid).

Sin embargo, y antes de abordar un poco más a fondo como se puede dar ese proceso de construcción propia, Zaratustra da la estocada final a los despreciadores del cuerpo mostrando una ironía en el fondo de su propia doctrina; su propio desprecio del cuerpo es producto de su sí-mismo, es decir, de su propia forma de resolver el conflicto que representaba su vida anímica. Se trata entonces de un sí-mismo enfermo, que “ya no es capaz de hacer lo que más quiere- crear por encima de si” (Ibid, p.80) y es por este carácter degradado que “os enojais contra la vida y contra la tierra” (ibid p. 80). Al volverse incapaces de crear, de salirse de su comodidad otorgada por los fines ulteriores y sentidos impuestos[1] su cuerpo se volvió famélico e impotente, por lo que no les quedo más que despreciarlo como única resolución a sus propias tensiones.

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