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Escuela modernista de Jose Rodo


Enviado por   •  7 de Agosto de 2019  •  Ensayo  •  1.135 Palabras (5 Páginas)  •  127 Visitas

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La obra de Rodó ha sido sometida a un examen rigurosísimo desde hace más o menos un siglo. Es posible que ya no haya mucho que decir sobre ella, de tanta trascendencia en un vasto medio hispanohablante desde los comienzos del siglo XX. Poco que decir sobre sus fuentes e influencias, sobre sus asuntos preferidos, el de la latinidad americana, sobre todo, sus exclusivos puntos de vista, aquellas tramas de la cultura, de la ideología y aun de la política y de la organización de la democracia, que hicieron de él un consultor solicitado y recurrente. De todos modos, quizá no resulte del todo insustancial verificar una característica de su pensamiento que, aunque fuera motivo de atención en otras décadas, hoy ha sido un poco olvidada. Se trata de la autenticidad de la idea. No es un rasgo característico sólo de Rodó; Pero la forma de presentación es exclusiva. Es una forma “moderna”, se diría, en el sentido del afán por ornar el concepto con el fin de alcanzar la seducción inmediata. Es exclusiva en cuanto Rodó alcanza plenamente la vieja aspiración del escritor modernista. Otros no la lograron plenamente. Es verdad que el estilo literario de Rodó está cargado de manierismo, de esteticismo y aun de “ripio”, en el sentido del Decálogo de Quiroga. Digámoslo sin rodeos: está cargado de impedimentos para el lector actual, especialmente el de sus obras más conocidas, Ariel y Motivos de Proteo. El estilo se aliviana en otros textos igualmente relevantes aunque hoy menos leídos. Cobra un perfil más cotidiano en los ensayos de El Mirador de Próspero y así su época y Rumbos nuevos podrían incluirse en una antología de mediados del siglo XX. Ese estilo esteticista y retórico que crea una relación infrecuente o apresurada puede juzgar anticuadamente en primera instancia, modernista en algunos de sus perfiles, o parnasiano en otros, esto fue un procedimiento estilísticamente inevitable. Era la expresión conductora de un mensaje inédito, flamante y original, pero, por sobre todo, portador de una profunda meditación que no hubiera armonizado en el molde de una prosa despojada de aquellos recursos estilísticos en cuyo uso Rodó era un virtuoso. La discusión a secas de este estilo sobrecargado, el rechazo frontal de su tendencia arcaizante, resultaría antehistórica y contrapuesta a la más llana hermenéutica. Rodó no dice cómo son las cosas; no dice el filosófico ser de las cosas. Más bien dice cómo apreciarlas, cómo entenderlas, cómo interpretarlas. Su propósito sobre las cosas tampoco consiste en un sobrio cómo deben ser. No empieza en la filosofía y tampoco en la ética en el sentido estricto; empieza en la estética. La estética es su puesto de vigía. Ahora bien, no es un cómo estético general, una “postura” o una “actitud” estética. Es un cómo estético de la personalidad humana. Su objeto de valoración es aquello que podría sinterizarse en la tríada bueno-bello-verdadero antropológica, reencarnada en la conducta y en la lógica de la persona humana. Recorre el camino hacia el sentir refinado y elaborado: esto es, el de la dignidad espiritual. Hay, sí, una respuesta implícita y fundadora de su pensamiento. Rodó apuesta a la inteligencia; y, en su concepción, la inteligencia debe cultivarse y aplicarse a la manera ariélica, es decir, en función de un trabajo propio que liba en las culturas áticas, latina y cristiana, pero que se ufana en estampar una coloración propia. No aquella que exhuma la sola vocación folclórica o el paisaje étnico de la América que escapaba del yugo colonial desde hacía poco tiempo. Esta inteligencia se inspira en la conciencia histórica de la gesta emancipadora, primera y política, y en la exaltación del trabajo en torno al cual gira la mancomunidad étnica o, mejor dicho, el conflicto étnico. Rodó era un hombre sencillo, aunque de antecedentes patricios, retraído, tal vez tímido, tal vez desamorado, desmañado, en fin, propenso a la aflicción. Este  perfil se aviene con el del pensador agnóstico, idealista (en el sentido de los ideales), aliado del empirismo, de la ciencia y del evolucionismo; se corresponde también con el predicador moralista y con el americanista desconfiado, censor y celador de la cultura. Su figura indiferente, irresoluta y flácida era el polo opuesto de su interior fogoso, seguro y esculpido en piedra. Fue un hombre firme en sus ideas y en la orientación que deseaba imprimir a su tarea. Este es un rasgo de su personalidad. Se había convertido al orden de las ideas que mal o bien mantuvo y que, al mismo tiempo, intentó refrescar, renovar y adentrar en su época. Lo más difícil es tener un pensamiento ajustado al momento que se vive. Es muy difícil alcanzar una convicción cultural, una consagración plena al sentir, a la manera de sentir de una época. Es fácil seguir una tendencia, adoptar una escuela o un movimiento… una “onda”, una “vibración”. Difícil, en cambio, convencerse de aquello que palpita, que está a punto de consolidarse, de materializarse como forma, como talante, como género, como estilo; interpretarlo correctamente y luego volverlo carne, arte o ciencia, pensamiento o valor. ¿Se puede decir que Rodó capta el carácter que flota en el ambiente o que, más bien, esboza uno, que sugiere e instaura, aquel que precisamente era el de esperar, uno que estaba entre las posibles respuestas que demandaban las preguntas de la época? La duda ya dice todo. Pensar en estas dos alternativas ya es encaminarse en el sentido de una evocación francamente entusiasta que está pidiendo hoy la figura nacional de Rodó.                                                                  

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