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Procesos Sociales


Enviado por   •  25 de Octubre de 2013  •  5.614 Palabras (23 Páginas)  •  242 Visitas

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Apología del economista

A. C. Pigou

Teoría y realidad económica, Fondo de Cultura Económica, México, 1942. pp. 9-30

Gracias a la invitación de la Universidad de Londres, voy a dar algunas conferencias, que no son para especialistas sino que están destinadas a interesar a todos los estudiantes no graduados de Economía Política. En la primera de ellas trataré esta tarde de hacer una relación amplia y general acerca de qué es lo que un economista tiene que hacer, algo que se podría llamar, si se quisiera, la apología del economista.

En cierto modo no soy la persona indicada para disertar sobre este tema. El mejor apologista de cualquier cosa es el hombre para el que no existe otra cosa como ella, para el que se campo propio de estudio se presenta como siendo indiscutiblemente la cosa más importante del mundo. No soy de ellos. No puedo pretender el considerar la búsqueda del conocimiento de la economía política como la actividad más importante del mundo. No puedo ni siquiera pretender el considerar en esa categoría la búsqueda de ninguna clase de conocimiento.

Sabiduría, no somos enemigos,Te busco asiduamente; Pero el mundo se hincha con un fuerte viento Lleno de luz, no viene de ti.

La búsqueda del saber es una valiosa forma de actividad; pero no es la única ni la más importante a mi modo de ver.

No es esto lo peor de mi confesión. Dentro del campo limitado de la investigación y del conocimiento, la parte asignada al economista no es, a mi juicio, muy elevada. Cuando yo era muchacho estaba de moda donde me eduqué trazar una rígida división entre las profesiones y los negocios y considerar a cualquiera que ejercía el comercio, o aun a aquel cuyo padre o abuelo lo había ejercido, como un ser esencialmente inferior. Esta curiosa actitud mental ha desaparecido en su mayor parte, aunque aún sobrevive en algunos de sus sacerdotes, y, en mayor numero, en algunas sacerdotisas. Desaparecido o desapareciendo, este sentimiento puede servir para ilustrar mi tesis presente. La economía es un mercader entre las ciencias; tiene poco atractivo romántico; no desmenuza átomos ni pesa estrellas; no bate desesperadamente sus alas en la tenue atmósfera de la alta filosofía; es gris, es plebeya; no tiene ni la libertad del cielo ni de los mares; está atada y encadenada a la tierra con sórdidas cadenas. ¿Cual es pretensión que pueda tener entonces? ¿Qué premio se ofrece a sus cultivadores?

En la introducción a su libro “Muscular Movement in Man” el profesor A. V. Hill nos cuenta que después de ofrecer una conferencia a Filadelfia, titulada “El mecanismo del músculo”, fue desafiado por un indignado oyente de edad madura a que explicase la utilidad que encontraba en su intrincada de investigación en la ciencia de la fisiología. Su respuesta: “Para decirle la verdad, no la hacemos porque sea útil, sino porque es divertida.” El auditorio aplaudió ruidosamente y al día siguiente los periódicos aparecieron con encabezamientos aprobatorios de “Los sabios cultivan la ciencia porque es divertida.” Para los estudiantes de algunas ramas de la ciencia, es esta una respuesta admirable y suficiente. Estos hombres de ciencia desean saber por el saber mismo; no dan ni necesitan dar una justificación extraña de su ocupación: Maestro, somos los peregrinos

seguiremos siempre más lejos, quizás

más allá de la distante montaña azul,

coronada de nieve más allá del mar en furia,

o resplandeciente

Sin embargo ¿puede un economista adoptar esta actitud con dignidad? Hasta cierto punto, sí, indudablemente. Entender la complicada interdependencia del mundo económico en su eterna búsqueda de equilibrios que nunca se alcanzan en un desafío intelectual. Los sistemas de ecuaciones en que Walras y Pareto tratan de agrupar las partes relacionadas entre sí en un todo unificado, tienen un atractivo estético. Pero creo que esto es muy secundario. Nuestra disciplina no se presenta a triunfos de razonamiento puro. En ese aspecto nuestros problemas son demasiado fáciles. En realidad, para los periodistas el análisis que a veces es conveniente emprender en lo que Marshall ha llamado un pequeño cálculo de cacerola, parece de una dificultad aterradora. Para su exigua visión habitamos una región inasequible al hombre de la calle: “caminamos en compañía de la muerte y de la mañana, en las colinas silenciosas.” Pero para el estudiante de física teóricamente o de matemáticas puras, que nos observa desde el Everest, los más austeros de los llamados economistas matemáticos no son sino moscas que se arrastran trabajosamente hacia la cúspide de una loma insignificante. Visto como conocimiento en sí mismo, es pobre el espectáculo que ofrece la economía política.

Pero no es sólo en buscar el conocimiento por sí mismo con lo que se justifican las ciencias, pues para muchas de ellas hay también una segunda apología, si se decidiera hacerla. El conocimiento que a menudo alcanzan, y algunas veces por caminos sorprendentes e inesperados, conduce a lo que los políticos y los reyes del comercio llaman “resultados de utilidad práctica.” Las investigaciones de hombres como el profesor A. V. Hill son de grandes consecuencias prácticas, no obstante el poco motivo utilitario directo que puedan tener. La importancia de la fisiología para la practica de la medicina es demasiado evidente para que no baste el mencionarla; pero, en otros campos, una investigación a primera vista casi notoriamente inútil ha demostrado ser la progenitora de prácticas futuras. Nada digo acerca de la fama que ha alcanzado la química como proveedora de gases venenosos y de bombas altamente explosivas. Muchos beneficios menos dudosos debe el mundo a la ciencia pura. La fuente original de la telegrafía inalámbrica no fue la obra experimental de Marconi, sino las ecuaciones fundamentales -prima fase totalmente desprovistas de importancia práctica- desarrolladas por Clerk Maxwell. Es sobre este aspecto de su trabajo, más bien sobre su promesa de fruto que sobre su promesa de luz, sobre el que debe construir su apología un economista.

Pero aquí es conveniente hacer una pausa para decir unas palabras de advertencia contra posibles inferencias equivocadas. Si bien se concede que la justificación del estudio de la economía está principalmente en su utilidad práctica, esto implica que los economistas deban limitarse a problemas prácticos inmediatos. Una época como ésta en la que todo el mundo está económicamente desajustado, en la que las cosechas de un país que podrían alimentar a los que se mueren de hambre en otro se queman para disminuir la superabundancia, y en la que en nuestro propio país más de dos millones de gentes buscan todavía trabajo sin poderlo encontrar, representa en realidad para todos nosotros un poderoso

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