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XIII El Comandante


Enviado por   •  27 de Mayo de 2015  •  Tesis  •  2.929 Palabras (12 Páginas)  •  256 Visitas

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XIII El Comandante

El prefecto de la ciudad esperaba la tropa para enterarse de los avances en busca de los bandidos. El comandante informó que habían atrapado y colgado a algunos presuntos bandidos -en realidad campesinos pobres y culpables por sospecha- de ser informantes de los plateados. Doña Antonia irrumpió para pedir la ayuda del prefecto y el comandante, pero este último se negó a prestarla, pues sabía que era muy arriesgado enfrentarse a una partida de 300 bandidos por una muchacha. El comandante justificaba su negativa al decir que los bandidos probablemente estaban muy lejos, pero Nicolás desmintió esta versión al dar su testimonio y se ofreció para guiar a los policías hasta Xochimancas. En ese momento surgió una fuerte disputa entre el comandante y Nicolás, pues éste último acusaba al militar de ser un cobarde y de faltar a su responsabilidad de trabajo. El comandante se enfadó tanto que decidió tomar preso a Nicolás, quien aceptó con dignidad, pues ya se sospechaba que los militares eran iguales o perores que los bandidos.

XIV Pilar

La pobre Pilar había ocultado durante todo este tiempo su amor por Nicolás, el cual se manifestó sin mayor timidez o cuidado en cuanto se enteró de que éste fue tomado prisionero.

Después de que Doña Antonia cayó en cama con fiebre, Pilar buscó al prefecto para rogarle que cuidaran a Nicolás e impidieran que los militares cometiesen alguna arbitrariedad. Como Nicolás era un muchacho querido por el pueblo por su honradez y sencillez, prometieron estar en todo momento con él.

Pilar fue a buscar a Nicolás al lugar donde lo tenían apartado, pues tuvieron que improvisar una cárcel inexistente. El militar que lo cuidaba no permitió que Pilar pasara y la amenazó si no se marchaba, pero ella clamó que no le importaban que la mataran, mientras no lastimaran a Nicolás. Éste se percató de lo que Pilar le decía la militar y comprendió el profundo y puro amor que ella sentía por él. Todo este tiempo se había preocupado por ganarse el amor de la ingrata de Manuela, recibiendo a cambio el peor desprecio, mientras que la honrada y pura de Pilar siempre mantuvo su amor por él en un dulce y discreto secreto. A partir de ese momento, comenzó a nacer un enorme amor por Pilar; la veía como un ángel que él no podía merecer y lo único que deseaba era salir de esa difícil situación para estar a su lado.

El comandante regresó un poco borracho y levantó el campamento. Se llevaron a Nicolás y al llegar a las afueras de Yautepec se encontraron con una grande comitiva conformada por el prefecto, los regidores, el administrador de Atlihuayan, de sus dependientes y de otros particulares muy bien armados, bloqueando el camino para acompañar al comandante y al ejército hasta donde llevasen a Nicolás y cerciorarse de que nada malo le ocurriese hasta que éste fuera declarado culpable por un crimen inexistente.

El comandante no tuvo más alternativa que continuar su camino con dichos acompañantes y al llegar a Cuernavaca, acusó a Nicolás de hombre peligroso para la tranquilidad pública pero el prefecto de Yautepec y el Ayuntamiento, así como las autoridades de Cuautla se dirigieron al Gobierno Estatal y al Gobierno Federal y tras numerosos oficios e informes, al tercer día de la aprensión de Nicolás, el comandante recibió la orden de ponerlo en libertad y regresar a México para explicar sus actos.

XV El Amor Bueno

Desde su salida de Yautepec, Nicolás no había hecho más que pensar en Pilar y Doña Antonia. Estaba seguro de que Pilar estaba cuidando de la salud de Doña Antonia, pues era tan buena como un ángel. Nicolás se sentía afortunado de no haberse comprometido con Manuela (un demonio que sólo sentía desprecio y repugnancia por él) y por haber descubierto un dulce, tierno y buen amor por Pilar, quien ante sus ojos, era demasiado buena para él y le proclamaba admiración y respeto.

XVI Un Ángel

Tras ser liberado, Nicolás fue a casa de Doña Antonia y se encontró con Pilar, a quien le manifestó su amor, mucho más puro, verdadero y grande que el que llegó a sentir por Manuela. Pilar también confiesa que lo ama pero antes deben de preocuparse por la salud de Doña Antonia, quien se encuentra muy grave abatida por la fiebre y la desgracia y los doctores advirtieron que no tiene remedio. Nicolás siente una profunda tristeza y pesadumbre por la noticia.

XVII La Agonía

Nicolás entró al cuarto de Doña Antonia y esta se alegró mucho de verle. Al caer la noche, Doña Antonia falleció. Para Pilar fue un golpe muy fuerte, pues Doña Antonia había sido su segunda madre y protectora. Los bienes de Doña Antonia pasaron al estado y Nicolás le propuso matrimonio a Pilar para celebrar la boda en cuanto termine su luto.

La vida en Yautepec regresó a la normalidad y todas las tardes Nicolás visitaba a Pilar.

XVIII Entre los bandidos

Durante la época en que los bandidos eran dueños impunes de la Tierra Caliente, se suscitaba la guerra de Reforma en contra del clero. Manuela fantaseaba sobre aventuras peligrosas e intrépidas al lado del Zarco, que en lugar de asustarla, le causaban emociones punzantes; confiaba en que su amado no sería capturado, pues los militares no se enfrentaban ante un grupo de bandidos tan grande y bien organizado.

La noche de la fuga, los bandidos y Manuela se refugiaron en una cabaña en Atlihuayan. fue allí donde Manuela escribió la carta para su madre.

Al día siguiente, poco antes de mediodía, arribaron a las ruinas de Xochimancas, la madriguera de los plateados.

La realidad era muy distinta a lo que Manuela se había imaginado, había muchos hombres groseros y embriagados, que al ver a la muchacha entrar, comenzaron a hacerle piropos. El Zarco no frenaba a sus compañeros y Manuela se sentía intimidada y humillada por el comportamiento de su amado, no estaba acostumbrada a ver semejantes escenarios y pensó que Nicolás, aquel indio al que tanto despreció, la hubiera defendido al instante de esos truhanes. En ese instante, surgió el gusano del desprecio por el Zarco en el corazón de Manuela.

Todos los bandidos estaban bien armados, con modales cínicos y brutales. El lugar era sucio y con olor a comida pesada y orines, era el hogar de todos los bandidos y sus mujerzuelas desarrapadas y sucias, encargadas de cocinar.

El Zarco dejó a Manuelita en un rincón, diciéndole que, por ahora, esto era lo único que podía ofrecerle, pero algún día mejoraría su situación. La joven se sintió aterrada y desamparada al escuchar las voces agudas de las mujeres, las risotadas y blasfemias de los bandidos ebrios y al aspirar aquella atmósfera pesada, pestilente como la de una cárcel; no pudo menos que pensar en

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