Etnografía de la comida
Enviado por Stefany Vargas • 27 de Septiembre de 2022 • Ensayo • 1.762 Palabras (8 Páginas) • 67 Visitas
Amanece un día de domingo, día en que culturalmente se descansa, es el día por excelencia para dormir hasta tarde sin sentir remordimiento, lastimosa o afortunadamete hoy no lo es para mí. Me levanto a las 4:45 am, me muevo de un lado a otro tratando de liberarme de las sabanas y la pereza. Debo estar a las 6:30am en la terminal del norte donde quedé de encontrarme con unos amigos para realizar una caminata hacía el corregimiento de San Felix en Bello, donde se encuentra uno de los ecosístemas más bellos y por el cuál siento una especial conexión; El páramo.
Me levanto de la cama y preparo algo lígero para desayunar; el día anterior compré yogurt y granola, la cual acompañé de rodajas de banano. Como persona que vive sola, generalmente con la comida trato de comprar alimentos fáciles de preparar y con los que pueda sobrevivir a la dieta universitaria. En la placita de Campo Valdés, barrio donde habito, puedo encontrar lo necesario para subsitir mis días y enfrentar el rigor acádemico. Con mi visita del día que pasó pude abastecerme al menos por 1 semana con un mercado variado y acorde a mis necesidades. Afortunadamente habían las verduras y frutas que me gustan; el verde del apio, del brocolí, del aguacate, de la cebolla en rama, del cilantro, del pepino, de la lechuga crespa; el amarillo del zuccini, del banano, del maíz, de la maracuyá; el rojo del tomate, del ají, de la fresa, del pimenton; el violáceo de la cebolla, la remolacha y la lechuga ; el blancuzco de la coliflor, el ajo, la cebolla y los champiñones; toda esta amalgama de colores, formas, tamaños y sabores decoran los pasillos de la plaza, lugar en el que confluyen campesinos del oriente y de pueblos cercanos a Medellín, quienes con sus conocimientos, sus manos y trabajo cultivan el alimento que me alimentará, aportando sus nutrientes y beneficios para comer decentemente los próximos días.
Son las 5:15 y me dispongo a preparar la coca que llevaré para la caminata. Como ya había hecho el arroz, me queda por preparar unas verduras y proteína para el día. En mi diario vivir el momento de la cocina no es muy significativo, ya que al vivir sola generalmente no tengo compañía para compartir un buen plato de comida. Sin embargo, le he cogido el gusto a cocinar y he aprendido a concentirme. Las verduras son lo mío, me encanta preparar tortillas con brocoli, apio, pimentón y especias, también ensaladas o salteados con arepa. Como hoy compartiré el momento del almuerzo con mis amigos, haré un poco más y me esforzaré con la sazón. Me decido a llevar verduras cocinadas, con proteína de lentejas y champiñones, y que no me falte el aguacate. Junto las verduras bien picadas, unas en julianas, otras en cuadritos y al baño de maría las pongo a hervir. La proteína, es sencilla también, gracias a la maquina de moler que tengo en mi casa, solo queda poner las lentejas -ya remojadas de una noche- junto con romero, sal de ajo, pimienta, albahaca, y cilantro; la cocina se impregna de una mezcla de olores que acompañan la salida del sol. Pasan 15 minutos y las verduras ya están en su punto, si las dejo más tiempo, al cocinarse van perdiendo sus propiedades. La proteína ya está lista, durante 8 minutos mi mano agarrada al molinete de la maquina dio vueltas hasta más no poder; con ese esfuerzo pude preparar 8 torticas. Las frito en aceíte caliente y ¡voilá!
Son las 5:45 y ya tengo todo empacado en las respectivas cocas. Me dispongo a tomar un baño de no más de 5 minutos. Desayuno, y me dirigo a tomar el bus. El día se presiente agradable, no parece que fuese a llover, aunque con lo loco del clima en Medellín, ya nunca se sabe.
A pesar de ser domingo y en contra de todo pronóstico hay mucha gente en la calle y en los buses. Gente a la que le toca todos los días enfrentarse a duras jornadas de trabajo, pienso en la comida que pueden llevar en sus bolsos y me remito a ese momento en que fueron preparadas, pienso qué manos se dispusieron a cocinar para que quien comiera pudiera aguantar los trajines del día a día.
Llego a la terminal justo a tiempo, afortudamente vivo cerca. Maicol y Jaider ya llegaron, faltan Carolina, Juan y Sebas. La terminal es un lugar curioso, se notal afán de la gente, los ires y venires de ventanilla en ventanilla preguntando los costos de los pasajes, para saber con quién resulta más barato viajar. Me percato de que mucha gente compra pasteles de pollo, arepas de huevo, empanadas, o chorizos con arepa para desayunar, esto como resultado de la falta de tiempo que generalmente nos acompaña cuando se va a viajar. Pienso que los olores de la terminal son tan variados como los de una placita de mercado.
Nosotros ya sabemos donde llegar y cuánto ha de costar. Pasados 5 minutos llegan los restantes y nos dirigimos a comprar los pasajes que nos llevaran durante 1 hora hasta la entrada de San Felix. Arrancamos a las 6:45, la pesadez de la madrugada se nota en nuestras caras, por lo tanto aprovechamos para dormir durante el trayecto. Así como sube el bus por la montaña, sube el frío en los huesos, sin embargo aprecio por la ventanilla a un lado El Picacho, morro representativo de nuestra ciudad. Nos avisan que llegamos, nos bajamos frente a la Iglesia de San Felix, a su lado está la carretera que sentirá nuestras pisadas durante 2 horas apróximadamente hacía el Páramo de las Baldías, el páramo del Valle de Aburrá, ubicado en la cordillera central; allí se encuentran dos cerros montañosos, el cerro San Félix y el cerro Padre Amaya, que tienen una elevación de 2900 y 3150 msnm respectivamente. A pesar de las transformaciones que ha sufrido a lo largo de los años debido a su fácil acceso, Las Baldías continúa siendo un corredor biológico vital para la fauna silvestre de nuestro valle y hábitat de frailejonales y otras especies exclusivas de páramo.
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