LA MIEL.
Enviado por JOTASOTOCE • 20 de Mayo de 2014 • Ensayo • 1.274 Palabras (6 Páginas) • 211 Visitas
Ninguno de los individuos que se resignaron a ser mis amantes es ahora mi amigo. Todas las mujeres y los hombres que se rebajaron a tener alguna forma de intimidad amorosa conmigo, eligieron luego, si eso podía elegirse, el bando de los enemigos, los adversarios, asociarme con la traición y la desdicha.
Recuerdo a una novia de la universidad que se enfureció conmigo porque dijo que la había hecho quedar como una tonta en alguna novela. Nunca más nos vimos, es una pena, yo la encuentro a menudo en los pasillos laberínticos de la memoria. Las ficciones tienen ese poder revulsivo sobre las personas, aun si quienes las traman no tienen la intención de agraviar a nadie.
No escapa de mi memoria, se empecina en vivir en ella, un actor que fue un amante recio, pundonoroso y pasó a ser mi enemigo o contradictor porque se sintió aludido o retratado en una novela sobre los hombres que se amaban a escondidas. Que yo no hubiera querido ofenderlo al escribir la novela no impidió que lo ofendiera y él pasara el resto de nuestras vidas haciéndose el ofendido, como si hubiera sido una ofensa sugerir que nos habíamos acostado en circunstancias furtivas y, en lo que mí respecta, inolvidables. Con los actores, si son buenos (y él lo es), nunca se sabe cuándo dicen la verdad y cuándo mienten y quizás él estaba actuando al hacer el papel de víctima condolida.
No por breves dejo de recordar los amores imposibles que me unieron a una amiga escritora que, al comprobar que yo no podía cumplirle mínimamente como amante en la cama o fuera de ella, suspendió nuestra conspiración lujuriosa, la declaró en asueto y me jubiló como amigo. No digo que sea ahora mi enemiga, si nos encontrásemos en un aeropuerto creo que nos saludaríamos con cariño, pero ya no es mi amiga, me evita, sabe que no le convengo, seguramente preferiría no verme en ese aeropuerto y si me viera trataría de esquivar el encuentro azaroso que dispararía los malos recuerdos. Pensando en esos juegos sin final feliz, bruscamente interrumpidos por la duda y la impericia que lastraban mis movimientos, escribí un poema que, por supuesto, a ella no le gustó.
Hace muchos años me lié en fricciones innobles con un hijo de la Isla del Encanto que hizo todo lo posible por complacerme y sin embargo fracasó y luego desertó. No pasó a ser un enemigo o un detractor, solo entendió que jugar conmigo era una cosa pesarosa, quejumbrosa, un juego que no tenía final feliz y dejaba a los jugadores con un sabor amargo, el sabor de la derrota. Lo que tal vez me impedía jugar gozosamente el juego era la culpa, que no era otra cosa que la mirada prejuiciosa y hostil que uno lanzaba sobre sí mismo, cumpliendo un antiguo mandato escondido en los genes. Echando de menos a ese joven que había nacido en la Isla del Encanto y hablaba el alemán, escribí un poema sin suerte que con seguridad él no leyó: no había leído nada mío cuando me conoció y es seguro que no quiso enfangarse con mis palabras rencorosas cuando se apartó de mí. Yo no lo tengo como un enemigo, lo recuerdo como un amigo insólito, pero estoy seguro de que lo que no pudo ser feliz aquella vez no estaba destinado a ser feliz en ninguna circunstancia y por eso creo que es mejor alojarlo en el hotel de la memoria y dejarlo reposar allí.
No he podido ser un buen amigo de mis amantes y lo peor es que tampoco he podido ser un buen amante de mis amantes: apenas surgía la posibilidad del placer, la culpa, ese veneno, lo intoxicaba todo y me llenaba de dolores reales o imaginarios. Sobre esa suerte envenenada quise escribir una novela, recreando en las sombras de la ficción un amor imposible
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