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La Libertad


Enviado por   •  17 de Enero de 2014  •  2.202 Palabras (9 Páginas)  •  191 Visitas

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El valor de la libertad

Antonio Millán-Puelles

Introducción

¿Realmente existe la libertad? El planteamiento de este tema ha sido objeto de discusión entre filósofos de todos los tiempos. Yo me pregunto si lo que he realizado desde que tengo uso de razón, o lo que tengo planeado realizar como proyecto de vida. Es o será producto del ejercicio de mi libertad, o es el triste resultado del movimiento de los hilos que el destino, la naturaleza o como suele llamársele, haga de mi vida. Para muchos hay la creencia de que todo está determinado y escrito en el libro de Dios y no queda más que la resignación, para otros en el extremo opuesto piensan que el hombre es completamente libre de hacer lo que le plazca. En fin hay toda una gama entre estos extremos. Cual es pues la realidad, existe lo que se llama libertad y que es este concepto. En las líneas que siguen trataré de aclararlo.

Para unos la libertad significa la ausencia de ataduras humanas; otros encuentran la libertad en la democracia; para muchos la libertad es poder decir y hacer lo que mejor les parece; para otros es no estar esclavizado. Los romanos decían: la libertad es la facultad de hacer lo que el derecho permite. Desde la perspectiva religiosa, específicamente el cristianismo: la libertad es simplemente la verdad de Jesús. Ya que Él dijo: “si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. En la revolución francesa: “La libertad es la facultad de hacer todo aquello que no perjudique a otro”. Según el Diccionario Enciclopédico de la Lengua Española: “La libertad es la facultad que tiene el ser humano de obrar o no obrar según su inteligencia y antojo, es el estado o condición del que no está prisionero o sujeto a otro; es la falta de coacción y subordinación; es la facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres”.

Como se aprecia la libertad tiene un concepto amplísimo ya que puede referirse a las cosas del mundo de la naturaleza, al mundo religioso y al mundo de la cultura. Según un autor: Soler: “si algún concepto hay cuyos atributos sean infinitos, inagotables, ese concepto es la libertad”. No cabe duda que es fascinante este tema, y basándome en el filósofo Antonio Millán Puelles lo enfocaré de una manera sencilla y que a mí me parece correcta.

Hay libertades innatas como el libre albedrío y adquiridas como la libertad moral y las libertades políticas. Tanto las innatas como las adquiridas no se oponen sino que se implican o presuponen. Por ejemplo las libertades políticas adquiridas tienen valor si el libre albedrío de las personas lo acepta, en caso contrario no serian de libertad sino una imposición del gobierno. La libertad moral es personal, cada individuo lo decide en sus actos éticamente rectos, y estos actos son libres en el sentido del libre albedrío humano.

Las libertades adquiridas tienen en común con la libertad de arbitrio del ser una cierta forma de auto posesión humana que llevan al culmen del hombre (a su perfeccionamiento). En la libertad de arbitrio la auto posesión consiste precisamente en lo que es la faceta positiva de esta clase de libertad: el dominio de nuestra potencia volitiva sobre sus propios actos, tanto según su ejercicio como según su especificación. En la libertad moral el hombre se auto posee por adquirir el hábito de no someterse a sus pasiones y de trascender (sin excluir) su personal bien privado. Y en las libertades políticas la auto posesión consiste en el poder, que con ellas adquiere el ciudadano, de autodeterminarse en las respectivas materias sin ninguna amenaza de coacción legal y con el amparo de la ley frente a las coacciones ilegales.

El libre albedrío se ejerce, pudiendo no hacerlo pero la capacidad de ejercerse queda. En cuanto a las libertades adquiridas tienen primero que aprenderse para ejercerse y también pueden perderse.

La libertad moral

La libertad moral es adquirida y tiene dos facetas o vertientes: por un lado, el dominio o gobierno de las pasiones (un señorío cuyo carácter de auto posesión está fuera de duda, porque es exactamente lo contrario de la servidumbre humana a estas pasiones), y, por otro lado, la elevación al bien común, la cual es otra manera de poseerse a sí mismo, por cuanto en ella el hombre se desprende de las egoístas ataduras que le impiden el ejercicio de las más altas y nobles posibilidades de su facultad de querer. Hay que hacer notar que puede en un individuo solo existir el dominio de sus pasiones, pero al mismo tiempo ser egoísta y no ejercer la elevación al bien común. Es necesario pues aclarar que la libertad moral debe tener las dos facetas, no solo una.

El dominio de las pasiones es el ideal de virtud de la filosofía estoica. “El sabio debe llegar a la impasibilidad”. Sin embargo en teoría es imposible llegar a dominar por completo las pasiones pues no seríamos humanos, pero si se emplea la virtud de la prudencia se llega a atemperarlas permitiendo una vida normal, tomando como base la ley moral para nuestro comportamiento tendremos la “verdadera libertad” que es lo mismo que libertad moral que se habla en la filosofía y en la teología cristiana, contrapuesta a la “falsa libertad”, para la cual se usa a menudo como sinónimo el término libertinaje, que según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua tiene el significado de: “desenfreno, inmoralidad en la conducta” y, a veces “irreligión, impiedad”. Esta manera de ver la falsa libertad ha tenido muchos seguidores entre escritores como el Marqués de Sade (Donatien Alphonse Francois de Sade) en el siglo XIX que aún es muy leído. Sin embargo este tipo de libertinaje (que no libertad) empequeñece al ser humano, y ya desde los griegos decían de “la tristeza del hedonista” y un escritor francés: André Maurois (1885-1967) escribió: “el libertino niégase a hacer del deseo el pretexto de sentimientos fuertes y estables. La repetición mecánica del placer puede ayudarle por un momento, a olvidar su desesperación, como el opio o el whisky, más no pudiendo los sentimientos nacer en lo abstracto ni por generación espontánea, el libertino se condena a no tener ningún sentimiento vivo, como no sea el horror de la vida y la atracción de la muerte, a menudo tan ligados con la disipación”. Que va de acuerdo con la cita de Jean Paul Sastre (1905-1980) cuyo relativismo le hace decir: “La vida humana comienza al otro lado de la desesperación”. Lo cual desde luego no es cierto si se ejerce la

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