Decolonización e interculturalidad como respuestas a la globalización en el siglo XXI
Enviado por Memo Montero' • 10 de Junio de 2023 • Ensayo • 2.159 Palabras (9 Páginas) • 62 Visitas
Decolonización e interculturalidad como respuestas a la globalización en el siglo XXI
Vivimos en una época crucial de la historia, una época de transición en la que diversos cambios a nivel social, político y cultural están ocurriendo a una rapidez sin precedentes. Somos parte de un mundo politizado como nunca antes en el que minorías y grupos históricamente invisibilizados y oprimidos reclaman con vehemencia su lugar en la sociedad. En diferentes latitudes del planeta vemos movilizaciones de masas que impulsan agendas políticas muy diversas: los grupos separatistas en Cataluña, las poblaciones racializadas —personas indígenas y afrodescendientes— a lo largo del continente americano y en partes de Europa, los colectivos feministas, LGBT+ y ambientalistas con un alcance más global, son algunos de los ejemplos más visibles. Estas distintas luchas, a pesar de desarrollarse bajo contextos diferentes, tienen un denominador en común que juega un rol ambivalente, pues a la vez que emerge como una de sus causas, contribuye también en la masificación de sus mensajes: la globalización.
Es evidente que la globalización tiene una incidencia cada vez mayor en la vida cotidiana de las personas. Por un lado, la estabilidad económica de los países depende ya no tanto del Estado, sino de los cambios que ocurran en el mercado global; por el otro, la apertura comercial a nivel internacional ha permitido la expansión de compañías transnacionales, lo que ha modificado los hábitos de consumo de la población. Y si bien el proceso de globalización no es nuevo, gracias al avance tecnológico —sobre todo en el ámbito de las telecomunicaciones— de las últimas décadas, su aceleración ha sido vertiginosa. Este desarrollo de las telecomunicaciones ha dado como resultado sociedades más interconectadas, donde lo que pasa en una parte del planeta rápidamente es comunicado en la otra.
La globalización debe analizarse a partir de sus impactos tanto positivos como negativos en la sociedad. No podemos negar los beneficios de vivir en un mundo más cosmopolita. Según Giddens (2007), la globalización está íntimamente relacionada con la expansión de la democracia a nivel mundial. Los movimientos sociales antes mencionados, por ejemplo, no tendrían la misma repercusión si no fuera por el alcance de los medios de comunicación masiva que replican sus demandas a casi cualquier región del planeta. Asimismo, desde mediados del siglo, la creación de organismos internacionales como la ONU, la Unesco, Oxfam, entre otras, ha fomentado la cooperación entre países para, entre otras cosas, mejorar las condiciones de vida de los sectores poblacionales más vulnerables. Sin duda alguna, en la medida en que la colaboración entre países en aras del beneficio común sea más estrecha, más cerca estaremos de lograr una democratización de la justicia social.
Pero como se mencionó antes, la globalización tiene también sus aspectos negativos. Si bien ha contribuido al fortalecimiento de la democracia alrededor del mundo, paradójicamente al mismo tiempo ha fomentado la desigualdad social. La apertura de las fronteras al comercio internacional y la creación de un mercado mundial han originado la consolidación del modelo de desarrollo capitalista. En México, por ejemplo, a partir de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio en 1994, múltiples compañías transnacionales entraron al país, obstaculizando así el desarrollo del comercio local pues la concentración de capital pasó a manos de las grandes empresas extranjeras. A la par de esto, también se ha establecido una hegemonía cultural global donde Estados Unidos, la superpotencia económica del siglo XXI, ha marcado la pauta en los hábitos de consumo a través de diferentes dispositivos ideológicos. Estos procesos de globalización, aunados a otros factores, han provocado una concentración de la riqueza desigual, lo que ha traducido en condiciones de vida precarizadas para los sectores sociales de por sí ya vulnerables.
Sin embargo, el proceso de globalización no es algo nuevo, sus orígenes se remontan al siglo XVI con la llegada de los europeos al continente americano. Fue a partir de ese entonces que se creó un orden global que dividía al mundo en lo occidental, representado por el pensamiento moderno europeo, y lo no occidental, el mundo de los colonizados. Mediante el genocidio de nativos y el despojo de sus tierras, se impuso lo que Santos (2009) denomina el “pensamiento abismal”, el cual consiste en un sistema de distinciones visibles e invisibles, donde las segundas, representadas por el orden colonial, fundamentan a las primeras, es decir, a Occidente. Las distinciones invisibles, nos dice Santos (2009), “se establecen a través de líneas que dividen la realidad social en dos universos: el universo de «este lado de la línea» y el universo del «otro lado de la línea»” (p.31). De acuerdo a esta división, «el otro lado de la línea» se otrifica y desaparece como realidad, se considera no existente frente a los ojos de lo occidental.
La otrificación funge así como un método de dominio basado en la concepción del contrato social. La creación del contrato social por Hobbes en el siglo XVII se construye sobre la idea de lo colonial, que representa lo salvaje, el estado de naturaleza del hombre, y tiene como finalidad la formación de una sociedad civil que saque al individuo de este estado de naturaleza. Lo colonial es así la base sobre la cual descansa el pensamiento moderno y sus concepciones del conocimiento y del derecho —lo falso y lo verdadero, lo justo y lo injusto—. En esta nueva realidad, el individuo moderno pasa a formar parte de la sociedad civil, mientras que los nativos se ven condenados al estado de naturaleza sin ninguna posibilidad de escapar de él. De esta forma, se crea una línea abismal que construye al colonizado como identidad geopolítica al que se le niega como sujeto (Santos, 2009).
Una vez establecidas las categorías de occidental/moderno y nativo/salvaje, aparece un segundo momento de colonización. A la luz del surgimiento de la filosofía moderna con Descartes en el siglo XVII, que pone a la razón como eje articulador de todo conocimiento, y de la Ilustración en el XVIII —y con ello el desarrollo científico—, se establece una epistemología moderna occidental como sistema hegemónico para la creación de nuevos saberes. El conocimiento pasa a ser así un instrumento de colonizador. De este lado de la línea, siguiendo con los conceptos de Boaventura de Sousa, las epistemologías populares, campesinas o indígenas, por nombrar algunos ejemplos, no existen, son catalogados como creencias, especulación o misticismo.
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