II PODEMOS TRAICIONAR
Enviado por Gerardo Pinto • 24 de Noviembre de 2019 • Ensayo • 3.106 Palabras (13 Páginas) • 140 Visitas
II PODEMOS TRAICIONAR
Tenía lágrimas en los ojos y miraba una y otra vez el trágico aparato, tratando de imaginar otro resultado que no fuese esa maldita cruz ahí. Una cruz que tiene muchos significados, pero para ella solo muestra fatalidad y esclavitud.
Mira a todos lados y no hay nadie. Comienza a imaginar la cara que pondrá mamá cuando le cuente que tiene un problema mayor que esa baja nota en matemática, como si los pronósticos de mamá hubieran sido verdad. Mamá es gruñona y descuidada pero nunca dijo mentiras, "siempre con la verdad por delante mija", nos decía.
Hoy es un día normal, como lo son todos los días, aun a pesar de nuestros problemas, es un día normal, todo está quieto y el viento no muestra señales de lluvia. Un día normal que para Ana será un calvario, nadie lo notará porque el hombre no es capaz de leer los pensamientos ajenos. Ella mantiene ese test de embarazo en la mano y recuerda, cada vez que lo ve, que sus quince años no van a ser los mismos, que vienen grandes responsabilidades, esas que los amigos niegan, esa que los famosos noviecitos detestan. Pero él le dijo que era la princesa de su vida, no tendrá miedo en contarle, más que mal, es el padre de la criatura que comienza a hacer nido en su vientre.
Comienza a escribir unas cartas fallidas, el basurero lleno de ensayos, pidiendo perdón por los errores y conciliando a esa madre dura que tuvo toda su vida, tratando de limar asperezas.
Un nudo en la garganta no la deja respirar, mas es normal tener un bebe, es natural, es como si pasara la niña a otra etapa, no se puede decir nada extraño, no hay maldiciones, solo un embarazo precoz y dos jóvenes inexpertos, acostumbrados a salir a dar vueltas por la ciudad tomados de la mano y asistir a la iglesia de vez en cuando, ¡claro! cansados de ver las mismas caras en esa pobre y terca iglesia llena de supuestos santos y devotos.
Solo quince años. Hace unos meses le habían armado una modesta fiesta para cantarle los felices y hermosos quince; que fiesta esa, todas las chicas de la escuela, todos los muchachos guapos, y... bueno, ahí estaba Gadiel, el tonto de la escuela, el inadaptado con un pedazo de torta en la mano y un vaso con gaseosa en la otra. Mira alrededor, sí que es tonto; nadie está a su lado, todos en parejas menos él. En la otra esquina está Roberto, el chico más acaudalado de la fiesta, con un automóvil, una casa en el barrio alto de la ciudad y las amistades más respetables. Su padre un Pastor Evangelista que tiene una Iglesia de dos mil miembros en el centro de la ciudad, su madre es conductora de televisión y él es un rebelde que gasta el dinero en lo que se le antoja. Si Ana hiciera una balanza para ver qué chico es más aceptable, ni habría que pensarlo dos veces, Roberto era la opción.
Una fiesta que la llevaba en la memoria como uno de los recuerdos más felices de su vida, aun con el test de embarazo en la cama, observándolo si es que cambia de parecer, en vez de una cruz, una lunita o tal vez algo que le diga que todo esto es un sueño.
Las noches de invierno son a veces más solitarias, Ana se revuelca en su cama y no puede dormir. Piensa qué le dirá a su novio y se envuelve en dudas, aunque para el hombre solo basta con decirle las cosas, pero ella se complica y enreda en pretextos. Ensaya en su mente las cosas que le va a decir:
_ Roberto, seremos papás!! ¡Estás feliz, yo sí!; no, mejor le diré como pasó todo y que estás dos semanas me he sentido rara, hay Dios!
Entre tantos pensamientos queda dormida profundamente, con el pensamiento fijo en lo que pasará mañana por la mañana, si es que a alguien realmente le interesa.
_ Ana, el desayuno, ya son las siete, levántese.
_ Si mamá, ya voy.
_ Llegarás tarde a la escuela.
_ Mamá ya desperté, me estoy levantando.
Lo primero que hace Ana es decidir si hoy le contará a mamá, o quizá primero a su novio. Nunca tuvo una conversación fluida con su madre, siempre esas cosquillas en la panza cuando ella le hablaba de sexo, claro, inexpertamente, aun con nombres no adecuados a las partes genitales y las risas. Conversar con mama algo respecto del matrimonio ella lo negaba porque no vendía su hija mayor a cualquier tipo que se le antojara casarse, pero esos celos de madre no eran más que inseguridad y angustia de quedar sola. Sería más factible contarle a Roberto y luego como chicos responsables tener una conversación con mamá.
Ana se sienta a la mesa y nota que no todo está bien. Teresita, su hermana menor no está en la mesa, ni siquiera se levantó, hace un gesto para decir que va a despertarla, pero mamá le dice que no va a ir a la escuela, vuelve a la mesa Ana y ve al lado de su taza de leche el test de embarazo. Lo mira fijo durante mucho tiempo, como si hubiera quedado paralizada. Mamá no le dice nada, sigue haciendo sus quehaceres rutinarios, y Ana no sabe cómo actuar, no sabe qué decir, los ensayos de anoche no darían resultado, menos si deja algo tan privado encima de su velador.
_ Habrá alguna explicación respecto de eso? Mamá le replica sin mirarla a los ojos, aún sigue haciendo sus cosas, está de espaldas. Ana no saca fuerzas de sí misma, sabe que cualquier cosa que diga no será necesaria para saldar la golpiza que le propinará mamá en unos instantes.
_ Si no me contestas pendeja malcriada te volaré la cabeza de una cachetada. ¿No te gustó la crianza que te di? ¿No viste todos los esfuerzos de madre soltera? Solo recibí reproches en la vida, en la escuela, de parte de tu padre, de los cínicos de la iglesia, y ahora me traicionas así, ¿crees que así vas a tener el valor de enfrentar esta vida? Estás equivocada mija.
Y claro que estaba equivocada, Ana no dijo ni una sola palabra, cuando llamó a su novio no supo de qué forma plantearlo y no se animó a decirlo por un teléfono.
Cuando llegó a casa de Roberto comenzó a caer una fresca lluvia; un retrato de las amarguras de la madre de Ana, la desdichada mujer que durante todo el día no habló más que ese discurso de la mañana. Roberto salé a su encuentro con un paraguas y entran a su espléndida casa.
Siempre la madre de Roberto fue amable con Ana, aun cuando se quedaban hasta tarde riéndose en el comedor. Está vez está tan callada Ana que la madre de Roberto comienza a notar algo extraño en la muchachita.
_ Te sucede algo Anita? Es como si hubieras visto un fantasma.
_ Nada señora Rebeca, solo un dolor de estómago, ya se me pasará.
_ Roberto, Roberto! Dile a la mucama que le de algún medicamento a esta niña, se siente mal.
Ana siente
...