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Enviado por tefany140594 • 1 de Septiembre de 2014 • 2.161 Palabras (9 Páginas) • 190 Visitas
CAPITULO 1: EL DESARROLLO MENTAL DEL NIÑO
Tanto el desarrollo físico como el desarrollo psíquico consisten esencialmente en un proceso que pasa de un equilibrio inferior a otro más superior. El desarrollo psíquico implica entonces una marcha hacia el equilibrio, lo cual se cumple en las tres áreas del desarrollo psíquico: la inteligencia, la afectividad y la socialización.
Sin embargo, hay una diferencia entre el desarrollo físico y el desarrollo psíquico de las funciones superiores: el primero alcanza un equilibrio estático a partir del cual luego se produce una involución; en el desarrollo psíquico en cambio se alcanza un equilibrio dinámico: todo equilibrio lleva a un nuevo desequilibrio que se resolverá en un equilibrio superior, con lo cual no hay teóricamente un proceso de involución.
Al estudiar este proceso de equilibración, debemos tener en cuenta dos cosas importantes: estructuras y funciones. Así, es preciso oponer desde el principio las estructuras variables, las que definen las formas o estados sucesivos de equilibrio, y un determinado funcionamiento constante que asegura el paso de cualquier estado al nivel siguiente. Así, las estructuras son variables, y las funciones constantes.
Así por ejemplo a todos los niveles siempre el hombre trata de buscar explicaciones (funciones constantes, invariables, llamadas invariantes), pero lo que distingue un nivel de otro es el tipo de explicación desarrollada (construidas a partir de estructuras variables).
Las estructuras variables son formas de organización mental referidas a lo intelectual y a lo afectivo, así como a lo individual y a lo social. Los seis periodos antes indicados corresponden a seis estructuras diferentes que van construyéndose una sobre la base de la anterior, alcanzando siempre niveles de equilibrio cada vez más superiores y estables.
En todos esos periodos hay características comunes, invariables, que son las invariantes. Por ejemplo siempre toda acción o conducta responde a una necesidad (el hambre hace que busquemos alimento). Toda necesidad tiende siempre hacia dos objetivos: 1) ajustar el mundo a las estructuras propias ya construidas (asimilación), y 2) reajustar estas estructuras en función de los cambios externos (acomodación). Llamaremos adaptación al equilibrio entre ambos procesos de asimilación y acomodación. Así, el desarrollo psíquico va adaptándose cada vez mejor a la realidad. Veamos qué sucede en cada periodo.
I. El recién nacido y el lactante
El periodo que va del nacimiento a los dos años (adquisición del lenguaje) es una conquista, a través de percepciones y movimientos, de todo el universo práctico que rodea al niño pequeño. Al principio el niño se centra en sí mísmo y su acción, pero al final de este periodo ya puede situarse como un objeto más dentro del universo que fue construyendo. Esta "revolución copernicana" ocurre en la esfera intelectual y en la afectiva. Desde el primer punto de vista, el desarrollo de la inteligencia en este primer periodo comprende tres estadios:
1. Reflejos (0-1 mes)
2. Organización de percepciones y hábitos (1-8 meses)
3. Inteligencia sensorio-motriz propiamente dicha (8-24 meses)
1. Reflejos (0-1 mes).- El bebé nace con reflejos, o coordinaciones senso-motrices hereditarias que corresponden a tendencias instintivas, como por ejemplo alimentarse (reflejo de succión). Tales reflejos no son pasivos: el bebé los va perfeccionando activamente (por ejemplo, al cabo de un tiempo succiona mejor).
2. Organización de percepción y hábitos (1-8 meses).- Poco a poco los reflejos van transformándose en hábitos: dejan de ser automáticos y se tornan flexibles. Así, un niño puede chupar objetos diversos, y no sólo el pecho materno. Esto lo logra por ejercitación y por asimilación. El niño empieza también a poder reproducir una conducta que realizó fortuitamente, una y otra vez (reacciones circulares).
3. Inteligencia sensorio-motriz propiamente dicha (8-24 meses).- Aparece aquí, mucho antes del lenguaje verbal, la llamada inteligencia práctica, es decir, aquella que se aplica a la manipulación de objetos mediante percepciones y movimientos, no mediante palabras o conceptos. Por ejemplo, atraer un objeto lejano con un palo es un acto de inteligencia práctica, ya que está utilizando un medio para obtener un fin.
Dos factores intervienen en la construcción de estos actos de inteligencia: a) las conductas anteriores se multiplican y diferencian cada vez más, adquiriendo flexibilidad para registrar los resultados de la experiencia. b) Los esquemas de acción se coordinan entre sí por asimilación recíproca: el niño busca comprender los objetos usándolos y manipulándolos con una determinada finalidad por ejemplo, investigando para qué sirven.
Hacia el final de este periodo, el niño ya discrimina netamente el mundo interno del externo, empieza a des-centrarse, a considerar la existencia de objetos independientes en el mundo, donde él es también un objeto más. En estos dos primeros años, el niño empieza la construcción de cuatro categorías fundamentales: espacio, objeto, tiempo y causalidad. Estas todavía no son nociones del pensamiento sino categorías prácticas, ligadas a la pura acción sensomotora.
Objeto: A medida que pasa del egocentrismo a la elaboración de un mundo exterior, el niño va construyendo la noción de un objeto sustancial, fijo, permanente, que considera existente aún cuando no pueda verlo. Al comienzo, los objetos no tienen permanencia: si deja de verlos considera que desaparecieron mágicamente.
Espacio: Al comienzo hay muchos espacios distintos (bucal, táctil, etc), pero luego empieza a concebir un espacio único donde están todos los objetos.
Causalidad: Al comienzo hay una causalidad mágico-fenomenista, o creencia de que su propia acción puede producir diversos efectos en el mundo. Hacia el segundo año, en cambio, ya empieza a comprender que los objetos se influyen entre sí más allá de su propia acción. La evolución del tiempo está unida al desarrollo de la causalidad, así como la del espacio al desarrollo del objeto.
En cuanto a la afectividad, sigue un desarrollo paralelo al cognoscitivo. Al principio encontramos reflejos afectivos, como las emociones primarias de miedo, etc. A los hábitos corresponden los afectos de lo agradable o lo desagradable, surgidos de la acción, así como sentimientos de éxito o fracaso (alegría o tristeza, respectivamente).
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