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LA COMUNICACION ORAL


Enviado por   •  9 de Junio de 2014  •  5.793 Palabras (24 Páginas)  •  247 Visitas

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La monja de la catedral

Se cuenta que existió una vez en la ciudad de Durango una familia cuyo nombre se ha perdido en el tiempo, eran originarios de Topia, población minera que se encuentra enclavada en el corazón de la sierra de Durango. El se había dedicado a la minería, ella prototipo de la mujer hogareña, la vida había pasado dando atención a Beatriz única hija del matrimonio.

Beatriz era una hermosa chiquilla de piel blanca, ligeramente tostada por el sol de la sierra, cabello rubio y largo, ojos azules, boca pequeña con labios finos y rojos, robusta y de estatura alta bien proporcionada. Como era la única hija de la familia y los padres tenían con que hacerlo, pensaron en darle una buena educación. Movidos por ese imperativo, la familia se traslado a la ciudad de Durango, estableciéndose en una casa de la calle de la pendiente que estaba muy cerca de el templo de la catedral donde había de inmortalizarse para siempre Beatriz, en la leyenda de la monja de luna de la catedral de Durango.

Era la década de los años cincuentas del siglo XIX cuando la chica determino ingresar a un convento de religiosas. Sus padres que la amaban tanto, aprobaron de inmediato la idea, considerando que preferirían verla casada con cristo que con un mortal cualquiera.

Beatriz se fue al convento, su padre, además de pagar una fuerte cantidad de dinero por la dote correspondiente, su fortuna la dono al monasterio a donde había ingresado su hija.

Eran aquellos años turbulentos de las luchas entre liberales y conservadores, Juárez en desesperado esfuerzo por liberar a su pueblo de la opresión de conciencias, promulgo las leyes de reforma y se reformo la constitución. El clero al sentir sus intereses afectados; cerro algunos conventos o instituciones de carácter religioso, entre ellos el convento en donde se encontraba Beatriz. La monja regreso a su casa encontrándose con la desagradable sorpresa de que su madre había muerto y su padre se encontraba muy enfermo.

A Beatriz al retirarla no le regresaron ni la dote, ni la fortuna que su padre había donado cuando su ingreso. Las reservas económicas de la familia se habían agotado y la situación era difícil. El tiempo pasaba y no había dinero ni donde conseguirlo, las fuentes de trabajo estaban cerradas, acababa de pasar la guerra de reforma y ya se estaba en plena intervención francesa.

El viejo murió y tuvo que hipotecar la casa para enterrarlo poniendo en riesgo su único patrimonio donde podría vivir mientras se abría el convento. Beatriz se quedo envuelta en terrible soledad, protegida por su fe y sostenida con la esperanza de volver pronto a su vida monacal. En su casa toda ocupación consistía en salir en la mañana a la misa, en la tarde al rosario a la iglesia mas cercana que era la catedral. Durante el día aseaba la casa y entre el rezo y rezo atendía su industria artesanal hogareña que consistía en tejer y bordar paños para la iglesia, actividad por la que el cura le obsequiaba unas cuantas monedas y le daba su apretón de manos.

Mientras la vida de esta mujer se deslizaba en perzosa rutina, las tropas francesas del imperio, mandadas por el general L’Heriller entraba en Durango sin resistencia, siendo objeto de caluroso recibimiento por la burguesía y el clero. Se recibió a los franceses con la lluvia de flores, los intelectuales les compusieron versos, el comercio les ofrecía banquetes, el clero misas y Te-Deum; y la sociedad aristócrata les brindo su casa a los jefes y oficiales imperialistas extranjeros; quienes en su mayoría eran jóvenes apuestos y sobre todo, con monedas de oro en los bolsillos, sustraídas de la antigua hacienda mexicana. Estos cortejaban a las damas duranguenses, ellas en correspondencia se dejaban querer.

A los varones, principalmente jóvenes de la ciudad, nunca les cayó bien lo que veían. Odiaban a los franceses por ser invasores. Si la ciudad no había puesto resistencia a su llegada no fue por falta de valor y conciencia nacional de los hombres del pueblo, si no por falta de recursos para organizar la defensa, por una parte; por la otra, el hecho de ser franceses, los hizo sentirse facultados para atropellar a los civiles y disfrutar a la mujer que les agradaba. Este odio daba a los mexicanos razón para asesinar a un francés cuando se daba la oportunidad.

Así sucedió que una noche oscura y lluviosa del mes de agosto de 1866 se encontraban en la calle un joven mexicano que trataba de entrevistarse con su novia y un joven oficial francés de nombre Fernando que intentaba cortejar a la misma dama. No hubo dialogo entre ellos, el duranguense, puñal en mano se lanzo contra el intruso; le asesto dos o tres puñaladas, Fernando al sentirse herido huyo. El mexicano en su afán de aniquilarlo trato de darle alcance, tropezó y callo al piso, el escurridizo militar dio vuelta a la esquina y avanzo en su huida. Consciente el extranjero de que si lo alcanzaba su rival no lo dejaba vivo, toco en la primera puerta que se encontró; era la casa de Beatriz. La muchacha al oír los toques fuertes y desesperados intuyo que su auxilio era de vida o muerte. Abrió la puerta, el francés mal herido entro y callo sangrante y desmayado en el suelo del zaguán. La monja cerro, violentamente puso el aldabón y se quedo perpleja; no pensó ni hablo nada, durante unos minutos se quedo parada, contemplando al moribundo sin hallar que hacer.

Por fin se le paso el susto, le limpio la sangre de la cabeza al herido y aplico unos lienzos de agua fría que lo hicieron volver en si. Cuando se paro a ella lo cautivo por lo arrogante, a el, ella lo cautivo por lo bella y lo delicada. Luego que el militar tomo unos sorbos de agua fresca, Beatriz abrió la puerta del zaguán y le pidió que abandonara la casa de inmediato. Fernando le suplico que le permitiera pasar esa noche allí para salvar su vida, la monja se asusto y le negó el refugio. El francés ante la alternativa de la vida y la muerte, cerro la puerta con brusquedad y sacando un espadín que no pudo utilizar en el encuentro fatal, se lo puso en el pecho diciéndole: si haces escándalo ye ¡te mato¡ la monja prefirió callar y esperar el resultado de las cosas. Despues de un buen rato de silencio entre los dos, el le platico todo y le imploro su ayuda; le entrego un buen puño de monedas de oro, que indudablemente contribuyeron al convencimiento de la monja. Por fin, Fernando se quedo escondido en casa de Beatriz. Ella lo curo y lo atendió con esmero. Los dos eran jóvenes, mas o menos de la misma edad, bien parecidos. Se enamoraron profundamente uno del otro y sintiendo Beatriz que había encontrado a él hombre de su vida, se entrego en cuerpo y alma a él; los dos vivieron momentos de excelsa felicidad, de esos que son escasos

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