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LOS ACUERDOS


Enviado por   •  6 de Marzo de 2013  •  892 Palabras (4 Páginas)  •  299 Visitas

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De niños no tuvimos la oportunidad de escoger nuestras

creencias, pero estuvimos de acuerdo con la información que

otros seres humanos nos transmitieron del sueño del planeta.

La única forma de almacenar información es por acuerdo. El

sueño externo capta nuestra atención, pero si no estamos de

acuerdo, no almacenaremos esa información. Tan pronto como

estamos de acuerdo con algo, nos lo creemos, y a eso lo

llamamos “fe”. Tener fe es creer incondicionalmente.

Así es como aprendimos cuando éramos niños. Los niños creen

todo lo que dicen los adultos. Estábamos de acuerdo con ellos,

y nuestra fe era tan fuerte, que el sistema de creencias que se

nos había transmitido controlaba totalmente el sueño de nuestra

vida. No escogimos estas creencias, y aunque quizá nos

rebelamos contra ellas, no éramos lo bastante fuertes para que

nuestra rebelión triunfase. El resultado es que nos rendimos a

las creencias mediante nuestro acuerdo.

Llamo a este proceso “la domesticación de los seres humanos”.

A través de esta domesticación aprendemos a vivir y a soñar.

En la domesticación humana, la información del sueño externo

se transfiere al sueño interno y crea todo nuestro sistema de

creencias. En primer lugar, al niño se le enseña el nombre de

las cosas: mamá, papá, leche, botella... Día a día, en casa, en

la escuela, en la iglesia y desde la televisión, nos dicen cómo

hemos de vivir, qué tipo de comportamiento es aceptable. El

sueño externo nos enseña cómo ser seres humanos. Tenemos

todo un concepto de lo que es una “mujer” y de lo que es un

“hombre”. Y también aprendemos a juzgar: Nos juzgamos a

nosotros mismos, juzgamos a otras personas, juzgamos a

nuestros vecinos...

Domesticamos a los niños de la misma manera en que

domesticamos a un perro, un gato o cualquier otro animal. Para

enseñar a un perro, lo castigamos y lo recompensamos.

Adiestramos a nuestros niños, a quienes tanto queremos, de la

misma forma en que adiestramos a cualquier animal doméstico:

con un sistema de premios y castigos. Nos decían: “Eres un

niño bueno”, o: “Eres una niña buena”, cuando hacíamos lo que

mamá y papá querían que hiciéramos. Cuando no lo hacíamos,

éramos “una niña mala” o “un niño malo”.

Cuando no acatábamos las reglas, nos castigaban; cuando las

cumplíamos, nos premiaban. Nos castigaban y nos premiaban

muchas veces al día. Pronto empezamos a tener miedo de ser

castigados y también de no recibir la recompense, es decir, la

atención de nuestros padres o de otras personas como

hermanos, profesores y amigos. Con el tiempo desarrollamos la

necesidad de captar la atención de los demás para conseguir

nuestra recompensa.

Cuando recibíamos el premio nos sentíamos bien, y por ello,

continuamos haciendo lo que los demás querían que

hiciéramos. Debido a ese miedo a ser castigados y a no recibir

la recompensa, empezamos a fingir que éramos lo que no

éramos, con el único fin de complacer a los demás, de ser lo

...

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