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Lenguaje.


Enviado por   •  27 de Noviembre de 2013  •  Informe  •  1.597 Palabras (7 Páginas)  •  230 Visitas

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Parece extraño que la inteligencia humana tenga esa paradójica capacidad de

construirse a sí misma. Ninguna máquina puede hacerlo, y ya le he dicho que los

neurólogos encuentran, en el misterioso fondo de nuestra inteligencia, una comple-

jísima maquinaria neuronal. Y, para colmo de males, genéticamente determinada.

Admitir la autocreación sería como afirmar que un automóvil puede mejorar su propio

motor.

Siento contradecir algo que parece tan evidente, pero lo cierto es que el ser humano

hace cosas muy extrañas. Parece que puede encaramarse sobre sí mismo. La palabra

«superarse» designa esa posibilidad. «Hay que aprender a bailar sobre los propios

hombros», decía Nietzsche. El colmo de la paradoja es que el hombre consigue una

parcial libertad usando mecanismos deterministas. No somos libres, estamos siempre

en proceso de liberación. Esto sí que es un gran vuelo. Un vuelo de águila y no un

tortoleo de gallina. Por ser capaz de tan extraordinaria hazaña, he comparado muchas

veces la inteligencia humana con el barón de Münchhausen, el protagonista de una

antigua novela alemana. Un hombre de muchos recursos, que habiéndose caído una

vez en un pantano, se sacó de él a sí mismo y a su caballo tirándose hacia arriba de los

pelos.

Aunque lo parezca no es una broma: la especie humana ha hecho cosas parecidas.

Ha inventado herramientas mentales que acabaron por hacer más poderosos los

mecanismos que las habían producido. El ejemplo más claro, y más importante para

nuestro tema, es el lenguaje. Nuestra inteligencia es lingüística. Pensamos con palabras,

hacemos planes con palabras, nos comunicamos con ellas. Estamos continuamente

hablándonos, haciéndonos preguntas, criticándonos. La facilidad con que lo hacemos

nos impide ver lo incomprensible del fenómeno. El lenguaje es una creación muy

sofisticada y compleja. Recuerde usted la perfección de la sintaxis, el juego de la voz

activa y pasiva, las sutilezas del subjuntivo, la lógica de las conjunciones, la humildad

de la preposición. ¿Cómo pudo una inteligencia pre-lingüística inventar algo tan

complicado?

Se supone que el hombre comenzó a hablar hace ciento veinte mil años. El lenguaje

tuvo que inventarlo una inteligencia muda, es decir, una inteligencia muy distinta de laLa inteligencia y el lenguaje

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Materiales Virtuales

Cátedra Faría - Unidad Temática III

nuestra. Resulta difícil explicar tal alarde. No basta con decir que lo hizo tirándose

hacia arriba de los pelos, claro. Para salir del atolladero, algunos lingüistas del siglo

pasado afirmaron que Dios tuvo que haberle dado el lenguaje al hombre, todo hecho,

con sus pluscuamperfectos y condicionales. Los seres humanos, dejados a su aire, no

hubieran podido hacer algo tan perfecto. En 1866, siete años después de que Darwin

publicara El origen de las especies, la Sociedad Lingüística de París, harta ya de

especulaciones, prohibió que se siguiera discutiendo el tema del origen del lenguaje

en la especie.

Si consideramos el lenguaje en su estado actual, su riquísimo vocabulario, la fascinan-

te sutileza de la sintaxis, el hecho de que podamos producir un número infinito de

frases, resulta incomprensible su invención. Pero conviene contemplarlo en una

perspectiva histórica. Durante cien mil años el hombre fue inventando poco a poco

signos —las palabras son signos—, que le capacitaron para inventar nuevos signos. La

herramienta inventada sirvió para perfeccionar la herramienta inventora. Fue una

larguísima creación social que ocupó a la humanidad durante decenas de milenios y

que ahora cualquier niño puede asimilar y aprovechar en cuatro o cinco años. Cada

vez que decimos una frase resuena en nosotros la sabiduría creadora de millones de

humanos.

El lenguaje tiene que formar parte necesariamente de nuestro proyecto de

inteligencia, ¿no le parece? Tradicionalmente se dice que nos sirve para comunicarnos

con los demás. Tan clara verdad olvida, sin embargo, las funciones más misteriosas de

la palabra. El caso es que no sólo hablamos a los otros, sino que continuamente nos

estamos hablando a nosotros mismos. Reconozca usted que desde que se despierta no

para de hablarse. Se anima a levantarse, protesta, piensa lo que tiene que hacer, se

mete prisa. «El hombre es un diálogo interior», escribió Pascal. Tenía razón. Estamos

en permanente parloteo íntimo. Nos contamos lo que vemos, comentamos la ac-

tualidad, y también nos damos órdenes y nos hacemos preguntas. Da la impresión de

que el lenguaje no es sólo un medio para comunicarnos con los demás, sino para

comunicarnos con nosotros mismos. Y esto me resulta enormemente chocante.

¿Por qué? Sobre todo porque un diálogo exige la intervención de dos personas.

¿Estamos tan radicalmente divididos? Tomemos el caso de la pregunta por su especial

rareza. ¿Por qué nos hacemos preguntas a nosotros mismos? ¿No es un comportamiento

inútil? Yo soy quien pregunta y yo soy quien responde. ¿A qué viene este juego de

duplicidades? Haré una suposición arriesgada, que creo que es verdadera pero que

no puedo demostrar. Hace muchos milenios, el hombre había aprendido a hacer

preguntas a su vecino cuando necesitaba información. «¿Dónde están los mamuts?»,

le preguntaría por ejemplo. Él, por su parte, también había aprendido a contestar

cuando alguien le dirigía una pregunta semejante. «Están cerca del río», contestaba su

memoria, disparada por la interrogación ajena. Pues bien, en cierta ocasión nuestro

antepasado

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