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Leyendas.


Enviado por   •  25 de Abril de 2013  •  2.068 Palabras (9 Páginas)  •  325 Visitas

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LA LEYENDA DEL CONEJO

Los cuentos del conejo son populares no sólo en Estados Unidos sino también en otras partes del Nuevo Mundo. Este animalito es un personaje astuto, travieso y alegre. Le gusta burlarse de los otros animales, grandes y pequeños, especialmente del coyote de México. Aunque es un pícaro, el conejo es generalmente el héroe de todos los cuentos. Esta leyenda es de origen maya.

Una vez, hace miles de años, el conejo tenía las orejas muy pequeñas, tan pequeñas como las orejas de un gatito. El conejo estaba contento con sus orejas, pero no con el tamaño de su cuerpo. Él quería ser grande, tan grande como el lobo o el coyote o el león. Un día cuando iba saltando por los campos, el conejo vio al león, rey de los animales, cerca del bosque.

-¡Qué grande y hermoso es!- dijo el conejo. -y yo soy tan pequeño y feo.

El conejo estaba tan triste que se sentó debajo de un árbol y comenzó a llorar amargamente.

-¿Qué tienes, conejito? ¿Por qué lloras?- preguntó la lechuza que vivía en el árbol.

-Lloro porque quiero ser grande, muy grande- dijo el conejito.

La lechuza era un ave sabia. Cerró los ojos por dos o tres minutos para pensar en el problema y luego dijo:

-Conejito, debes visitar al dios de los animales. Creo que él puede hacerte más grande.

Mil gracias, lechuza sabia. Voy a visitarlo ahora respondió el conejo. Y fue saltando hacia la colina donde

vivía el dios.

-Buenos días. ¿Cómo estás?- dijo el dios de los animales cuando vio al conejito.

-Buenos días, señor. Estoy triste porque soy tan pequeño.

Su majestad, ¿podría hacerme grande, muy grande?

-¿Por qué quieres ser grande?- preguntó el dios con una sonrisa.

-Si soy grande, algún día yo, en vez del león, puedo ser rey de los animales.

-Muy bien, pero primero tienes que hacer tres cosas difíciles. Entonces voy a decidir si debo hacerte más grande o no.

- ¿Qué tengo que hacer?

-Mañana tienes que traerme la piel de un cocodrilo, de un mono y de una culebra.

-Muy bien, señor. Hasta mañana.

El conejo estaba alegre. Fue saltando, saltando hacia el río. Aquí vio a su amigo, el pequeño cocodrilo.

-Amigo cocodrilo, ¿podrías prestarme tu piel elegante hasta mañana? La necesito para ...

-Para una fiesta, ¿no?- dijo el cocodrilo antes de que el conejo pudiera decir la verdad.

-Sí, Sí- respondió rápidamente el conejo.

-¡Ay, qué gran honor para mí! Aquí la tienes.

Con la piel del cocodrilo, el conejo visitó al mono y a la culebra. Cada amigo le dio al conejo su piel para la fiesta.

Muy temprano a la mañana siguiente, el conejo fue despacio, muy despacio, con las pieles pesadas ante el dios de los animales.

-Aquí estoy con las pieles- gritó felizmente el pequeño conejo.

El dios estaba sorprendido. Pensó: «¡Qué astuto es este conejito!» Pero en voz alta dijo:

-Si te hago más grande, puede ser que hagas daño a los otros animales sin quererlo. Por eso voy a hacer grandes solamente tus orejas. Así puedes oír mejor y eso es muy útil cuando tus enemigos estén cerca.

El dios tocó las pequeñas orejas del conejo y, como por arte de magia, se le hicieron más grandes. El conejo no tuvo tiempo de decir nada, ni una palabra.

-Mil gracias, buen dios. Usted es sabio y amable. Ahora estoy muy feliz- dijo el conejo. Y fue saltando, saltando por los campos con las pieles que devolvió a sus amigos con gratitud.

Al día siguiente vio al león que estaba visitando a la lechuza.

La lechuza le dijo al conejo:

-Buenos días, amigo mío. Eres muy hermoso. Y para ti es mejor tener las orejas grandes que el cuerpo grande.

Con mucha dignidad, el león dijo:

-La lechuza tiene razón.

Y desde aquel día el conejo vivió muy contento con su cuerpo pequeño y sus orejas grandes.

EL NIÑO QUE QUERIA VOLAR

Sentado sobre una piedra, Pedrito se pasaba el rato contemplando el volar de las águilas, y eso le había costado más de una bronca, por parte de su madre. Este vivía a unos tres kilómetros del pueblo y solía ir al colegio andando. Su mayor ilusión de siempre era volar algún día como los pájaros.

—Pero Pedro ¿como llegas tan tarde, si hace más de dos horas que terminó el colegio?

—He estado contemplando las águilas, me encantaría volar como ellas.

—Pero hijo, tú eres un ser humano, no un águila ¿además no tienes plumas?

—Ya lo se mamá, pero es superior a mi.

—Anda y coge la merienda Pedro, que se te va juntar con la cena y déjate ya de volar, que tienes muchos pájaros en la cabeza.

Al día siguiente estando sentado en su piedra y como siempre contemplando a las águilas, se le acercó una joven muy guapa y le dijo — ¿te gustaría algún día, volar como ellas?

Pedro que estaba mirando el volar de las águilas, no se había dado cuentas y se sobresalto un poco.

— No te asustes Pedro¬ —le dijo la joven, con una voz muy dulce—.

—Esa sería mí mayor ilusión señorita, pero nunca podré hacerlo— decía Pedrito, bastante desanimado—.

—Por qué dices eso, de que nunca podrás hacerlo – le preguntaba la joven —.

—Señorita, yo no tengo alas ni plumas y si no tengo esas dos cosas, nunca podré hacerlo aunque me guste mucho.

—No tienes alas, pero tienes otros valores muy importantes.

—De que valores me habla usted.

—Desde ahora en adelante podrás volar y para hacerlo, solo tendrás que cerrar los ojos y pensar en volar.

—Señorita, muchas veces los he cerrado y hasta el momento nunca he volado.

—Ciérralos ahora y veras como podrás hacerlo.

Pedro cerró los ojos y como un águila fue volando y por primera vez, desde las alturas pudo ver su casa, el río, los animales y sentir la fresca brisa refrescando sus mejillas.

Cuando Pedro abrió los ojos, la joven ya se había marchado. Esta le había dejado un mensaje escrito en el suelo, el cual decía “sigue siempre así y

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