Libro STEPHEN
Enviado por karenavxo • 11 de Mayo de 2014 • Tesis • 32.389 Palabras (130 Páginas) • 322 Visitas
STEPHEN
KING
DESESPERACIÓN
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS 4
PRIMERA PARTE
INTERESTATAL 50:
En la casa del lobo, la casa del escorpión 6
SEGUNDA PARTE
DESESPERACION:
Algo podría surgir de estos silencios 96
TERCERA PARTE
EL OESTE AMERICANO:
Sombras legendarias 162
CUARTA PARTE
LA MINA DE LOS CHINOS:
Dios es cruel 221
QUINTA PARTE
INTERESTATAL 50:
Permiso de salida 288
Título de la edición original: Desperation
Traducción del ingles: Carlos Milla Soler, cedida por Plaza & Janés Editores, S.A.
Diseño: Norbert Denkel Ilustración: Julio viva,
Circulo de Lectores, S A. (Sociedad Unipersonal)
Valencia, 344, o800g Barcelona 1 3 s 797906864,
Licencia editorial para Circulo de Lectores por cortesía de Plaza & Janés Editores, S.A.
Está prohibida la venta de este libro a personas que no pertenezcan al Circulo de Lectores.
1996, Stephen King de la traducción: Carlos Milla Soler 1996, Plaza & Janés Editores, S A.
Depósito legal: B. I So78 1997
Fotocomposición: gama, s.l., Barcelona Impresión y encuadernación: Printer Industria Gráfica, s.a.
Sant Vicenç dels Horts Barcelona, 1997. Impreso en España ISBN84–26–6475–5
N0278S4
AGRADECIMIENTOS
Mi agradecimiento especial a cuatro personas: Rich Hasler, de la Magma Mining Corporation; William Winston, pastor episcopalista; Chuck Verrill, mi permanente (y sufrido, añadiría el) editor; y Tabitha King, mi esposa y mi más perspicaz critico. Y el estribillo, asiduo lector, ya lo conoces, así que recita conmigo: si algún merito tiene esta obra, a ellos se debe; en cuanto a los errores, yo soy el único responsable.
S. K.
El paisaje de su poesía seguía
siendo el desierto.
SALMAN RUSHDIE
Los versos satánicos
PRIMERA PARTE
INTERESTATAL 50:
EN LA CASA DEL LOBO,
LA CASA DEL ESCORPIÓN
I
1
– ¡Dios mío, que asco!
– ¿Que pasa, Mary?
– ¿No lo has visto?
–¿Si he visto qué?.
Mary miró a Peter, y en la implacable luz del desierto el vio que había palidecido y que en su rostro resaltaban aún más las quemaduras de las mejillas y la frente, donde ni siquiera un bronceador del más alto grado de protección la salvaguardaba por completo de los efectos del sol. Tenía la piel muy clara y se quemaba con facilidad.
–En aquella señal. La señal de velocidad máxima.
– ¿Que tenía de especial?
– ¡Había un gato muerto, Peter! Clavado o pegado o que se yo.
Peter piso el freno y ella súbitamente lo agarro del hombro.
–Ni se te ocurra volver atrás –dijo.
–Pero...
–Pero ¿que? ¿Es que quieres hacerle una foto? Ni hablar. Si vuelvo a verlo, vomitare.
– ¿Era un gato blanco? –pregunto Peter. Veía por el retrovisor el dorso de una señal, presumiblemente la de velocidad máxima a que se refería, Mary, pero nada más. Al pasar por delante el iba mirando en otra dirección, contemplando una bandada de aves que volaba hacia unos montes cercanos. En un paraje como aquel no era imprescindible permanecer atento a la carretera todo el tiempo; los habitantes de Nevada describían el tramo de la interestatal 50 que atravesaba su estado como «la carretera más solitaria de América», y en opinión de Peter hacia honor a su fama. Pero el se había criado en Nueva York, y quizá la prolongada exposición a aquellos interminables espacios abiertos empezaba a exceder sus márgenes de tolerancia: agorafobia del desierto, el síndrome del salón de baile o algo por el estilo.
–No; era un gato rayado –respondió Mary–. Pero ¿que más da?
–Pensaba que quizá hubiese alguna secta satánica en el desierto –explico Peter–. Por lo visto, esta zona esta llena de gente extraña. ¿No nos dijo eso Marielle?
–«Intensa» fue como ella los describió – corrigió Mary–. «La parte central de Nevada esta llena de gente intensa», cito textualmente. Y Gary, poco más o menos, coincidía con ella. Pero como no hemos visto a nadie desde que cruzamos el límite de California...
–Bueno, en Fallon...
–Las estaciones de servicio no cuentan. Además, incluso allí la gente... –Mary lo miró con una peculiar expresión de desamparo que últimamente rara vez aparecía en su rostro, si bien había sido frecuente en los meses posteriores a su aborto–. ¿Que han venido a hacer aquí, Pete? Comprendo que la gente se instale en Las Vegas o Reno... o hasta en Winnemucca o Wendover...
–Los que vienen de Utah a jugar dicen: «A Wendover llegarás y medía vuelta te darás» – comentó Peter sonriendo–. Me lo contó Gary.
Mary no le presto atención.
–Pero en el resto del estado... ¿Por que vienen y por que se quedan los habitantes de esta zona? Ya se que nací en Nueva York, y probablemente no puedo entenderlo, pero...
– ¿Seguro que no era un gato blanco? ¿O quizá negro? –Peter volvió a mirar por el retrovisor, pero viajaban a ciento veinte kilómetros por hora, y la señal ya se había desvanecido en un fondo de arena, mezcales y colinas parduscas. Sin embargo, por fin apareció otro vehículo detrás de ellos; veía el resplandeciente reflejo del sol en su parabrisas a unos dos kilómetros, tal vez tres.
–No. Era rayado, ya te lo he dicho. Contesta a mi pregunta. ¿Quienes son los contribuyentes de esta parte de Nevada, y a que se dedican?
Peter hizo un gesto de duda.
–Aquí no hay muchos contribuyentes. Fallon es el pueblo más grande de la interestatal 50, y sus habitantes viven básicamente de la agricultura. Según la guía, construyeron una presa y con el agua del pantano riegan sus tierras. Cultivan sobre todo melones. Y creo que hay también una base militar no muy lejos de aquí. Antiguamente Fallon era una casa de postas, ¿lo sabias?
–Yo me marcharía –aseguro Mary–. Cogería mis melones y me largaría.
Peter le acaricio el pecho izquierdo con la mano derecha y bromeo:
–Un buen par de melones, señora.
–Gracias. Y no solo de Fallon. Yo me largaría de
...