Pensamiento Critico
burromanadero3 de Abril de 2014
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José Hipólito González Z.
Discernimiento
Evolución del pensamiento crítico
en la educación superior
El proyecto de la Universidad Icesi
Esta es una publicación de la
Esta es una versión completa del libro Discernimiento,
descargue solo algunos apartes del libro en:
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Universidad Icesi
Francisco Piedrahita Plata
Rector
© Universidad Icesi
© Discernimiento
Evolución del Pensamiento Crítico
en la Educación Superior
El proyecto de la Universidad Icesi
© José Hipólito González Z.
Asesor Académico de la Universidad Icesi
ISBN: 958-9279885
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Prohibida la reproducción total y parcial, por cualquier medio o
cualquier propósito, sin la autorización escrita del autor o
de la Universidad Icesi
Primera edición: Cali, Septiembre de 2006
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Universidad Icesi
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Cali, Colombia
Impreso y hecho en Colombia / Printed and made in Colombia
Prólogo
En el año 1997, la Universidad Icesi realizó un proceso de planeación
institucional que implicó la revisión profunda de su modelo educativo. El
resultado de ese proceso, que llevó a lo que aún hoy, con los necesarios
ajustes, constituye la carta de navegación de la Universidad, se benefició del
inmenso aporte de J. Hipólito González, autor de este libro y, en ese
entonces, Vicerrector Académico.
Para comprender el origen y la magnitud de ese aporte, es bueno
esbozar aquí la biografía intelectual de este ingeniero químico con vocación
de educador. Tal vez nada mejor que comenzar con una experiencia de
infancia que le hemos oído relatar más o menos así: de niño, asistía al Liceo
Restrepo, un pequeño colegio de Bogotá, en el barrio del mismo nombre, en
el que el dueño y rector, el señor Cardona, ejercía múltiples funciones.
Hipólito comenzó a tropezar con dificultades cuando le tocó enfrentarse con
el aprendizaje de la división. No valieron las ayudas familiares. El nivel de
angustia aumentaba. El señor Cardona, enterado de la situación, le dijo
algunas frases de aliento y dejó pasar unos días. Pero no se demoró en
invitarlo a que hiciera unas divisiones que le propuso. El entonces niño
todavía hoy recuerda que, una vez nerviosamente acabadas, el señor
Cardona las examinó y le dijo: “creo que tenemos problemas. Sentémonos y
miremos”. Enseguida escogió una de las operaciones realizadas “quizás ni
la más fácil ni la más difícil”, invitó a Hipólito a mirar las tablas de
multiplicación que estaban en la contraportada del cuaderno y a que,
partiendo de ellas, tratara de decir qué era lo que había hecho en la división
elegida. A medida que la explicación avanzaba como podía, el maestro le
hacía respetuosamente dos preguntas: “¿Por qué? ¿Para qué?” y, entre los
dos, analizaban las respuestas. Hipólito aprendió a dividir, aprehendió el
concepto de división y la mecánica de la operación. Ahora piensa que tuvo la
temprana suerte de encontrarse con un maestro que, en vez de enseñar una
solución o antes de proponerla o sugerirla, quería averiguar, en diálogo con
el aprendiz, dónde estaban las posibles trabas, las causas u ocasiones del
desacierto. Al parecer, quería explorar con el estudiante tres cosas: el
concepto de la operación, el aprendizaje previo a ella las tablas de
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El proyecto de la Universidad Icesi
multiplicar y la mecánica correspondiente. Pero lo más importante fue que
obró gradualmente, de manera que el aprendiz pudiera hacerse consciente
de la situación al mismo tiempo que él, como maestro, iba conociéndola. El
punto de partida era conocer el encaminamiento mental que desembocaba
en resultados errados. El señor Cardona ponía en acción lo que se conoce
como la posición radical del cognitivismo. Atención a posibles aprendizajes
internalizados que se activan más tarde en la práctica. Esa posición se
manifiesta en respeto activo hacia el estudiante, hacia sus procesos mentales
y emocionales. Es un respeto que va más allá de las formas y gestos de la
cortesía y de la “buena educación”. Es atención a los procesos que, en todo
lo que es recepción y apropiación de información, son diferentes en cada
individuo, o pueden serlo. Precisamente, la forma radical del respeto
educativo es la disposición constante y habitual para reconocer y aceptar
que los procesos de cada estudiante sean distintos, no previsibles, y para
descubrirlos en diálogo. Tal vez en eso, o en algo parecido, pensaba ya
Marco Fabio Quintiliano, en el siglo I, cuando decía que “al niño se le debe
el respeto máximo”. Formulaba así la dimensión ética y social de la
educación, porque reconocía la energía intelectual y emocional y la
capacidad comunicativa de quienes con él aprendían que el arte de
comunicar de manera excelente lo que se piensa y se siente es mucho más
que una técnica.
Con toda razón, J. Hipólito González considera que aquel diálogo
operativo con el señor Cardona fue una experiencia privilegiada;
potencialmente privilegiada porque se necesitan nuevos conocimientos
para que las experiencias pasadas manifiesten su sentido, lo liberen, así
como se necesitan experiencias inéditas para que se revele el alcance de
conocimientos adquiridos antes. Años más tarde, al colaborar en la
alfabetización de trabajadores en las ladrilleras del barrio Tunjuelito, al sur
de Bogotá, a Hipólito no se le había revelado todavía el sentido de aquella
experiencia con la división. Al igual que todos sus compañeros
alfabetizadores de adultos, dio por supuesta la validez automática y
universal de otras técnicas con las que le habían enseñado en su niñez. Por
ejemplo, la de “llevar la mano” de esos trabajadores adultos, para que ella
trazara sobre el cuaderno las vocales. Tuvieron que pasar años de
conocimientos y de aprendizajes diversos para llegar a darse cuenta de que
era el cerebro del alfabetizador el que enviaba la imagen de la vocal a la
musculatura fina de su propia mano, que desplazaba a esa otra mano ruda,
pasiva, sometida a procesos ajenos de los que, así, no podía apropiarse.
Mientras tanto, en la etapa final del bachillerato, buenos estímulos para la
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lectura de algunos clásicos de la filosofía, de la literatura y de la política; y
equivocadas prevenciones externas contra la lectura de otros clásicos a la
que accedería años más tarde.
En 1958 comienzan sus tiempos de la Universidad Nacional, con los
estudios de ingeniería química y con la participación activa en movimientos
estudiantiles. Para superar algunos primeros tropiezos y evitar otros,
experimentó los efectos positivos de estudiar por anticipado lo que se
trataría en las clases o, en vacaciones, la materia previsiblemente más difícil
que tendría que matricular en el siguiente periodo académico. Ya graduado,
ingresó al Instituto de Investigaciones Tecnológicas para trabajar en la
sección de Ingeniería primero como auxiliar de proyecto y más tarde como
asistente y jefe de proyectos. Interrumpe por un año para hacer una maestría
en la Universidad de Stanford, con una beca, en el área de ingeniería
industrial. Allí descubre un conjunto de conocimientos que no había
explorado antes y que orientarán de manera definitiva su itinerario
intelectual y, en él, sus ideas sobre la procesos educativos: estadística y
probabilidad, investigación de operaciones, enfoque de sistemas, modelaje.
También filosofía de la ciencia y filosofía de la educación, en la que
comienza a conocer el pragmatismo de John Dewey. Dos intereses parecen
crecer en ese escenario propicio, entre otras cosas, para frecuentes
conversaciones sobre educación: el de las aplicaciones matemáticas en las
ciencias sociales y el de una futura dedicación académica a la educación. El
regreso al IIT, en la sección de Economía, le hace posible comprometerse
con el problema social de la nutrición, que ocupaba un lugar central en el
Instituto. Se dedica al trabajo de modelar el problema de la nutrición en
Colombia, integrando diferentes puntos de vista y contribuciones que, para
la solución, se originaban en el ejercicio de profesiones distintas. A
comienzos de 1970, el equipo del IIT presenta un avance sobre análisis del
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