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Enviado por   •  10 de Junio de 2013  •  1.634 Palabras (7 Páginas)  •  288 Visitas

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LA CIUDAD DE DIOS

Obra imperfecta, ciertamente, repleta de digresiones, de episodios, de demoras, de prolongaciones, en la que no todo es el mismo trigo puro. La proyección, en el más allá del espacio y del tiempo, de lo que el Santo sabe por haberlo experimentado él mismo, en un presente cargada de su propio pasado y de su propio porvenir, le llevó a consideraciones aventuradas, discutibles o francamente erróneas. Pero la obra resulta de una excepcional calidad por el plan que la inspira, y de un inmenso alcance por las perspectivas que abrió a la humanidad.

Pero para no exponerme al reproche de haber refutado únicamente las ideas ajenas sin establecer las mías, consagro a la última tarea la segunda parte de la obra, que comprenden doce libros. Por consiguiente, de estos doce libros, los primeros tratan del origen de las Ciudades, la de Dios y la del mundo; los cuatro siguientes explican su desembolviento o su progreso, y los cuatro últimos son los fines que le son asignados. El conjunto de estos veintidós libros tienen por objeto las dos Ciudades.

Los cinco primeros refutan a aquellos que defienden como necesario el culto de muchos dioses y no el de uno, sumo y verdadero, para alcanzar o tener esta felicidad terrera y temporal. Los otros cinco van contra aquellos que rechazan y orgullo la doctrina de la salud y creen que la felicidad que se espera después de esta vida, mediante el culto de los demonios y de muchos dioses. En los tres últimos de estos cinco libros refuto a sus filósofos más famosos.

Y es obvio que San Agustín que desde el principio trata en su conjunto la historia de las dos ciudades, desde su origen a su consumación final; la sola mención de la Ciudad de Dios en la primera linera de la obra, bastaría para confirmarlo. Cunando comenzó su trabajo sabía ya que muy bien el Santo lo que quería hacer y que no proponía tan solo, ni siquiera principalmente, tomar la defensa de la religión cristina contra sus acusadores más o menos malévolos, sino que quería recargar en su conjunto la maravillosa historia de la Ciudad de Dios. En los años 412 hacía ya mucho tiempo que el autor venía meditando acerca de la oposición de las dos ciudades; la toma de Roma y el recrudecimiento de la posición solamente le empujaron a no retardar más una obra de cuyo contenido estaba bien compenetrado.

No cabe la menor duda de que fue el propio Agustín quién dividió su obra en veintidós libros. En todo momento habla, indicando la cifra, de los libros que constituyen la ciudad de Dio, y sus divisiones son exactamente las que nos ha trasmitido la tradición manuscrita. Por lo demás, al obrar así nos hizo más que conformarse a un uso tradicional que correspondía a exigencias de orden material. Un libro bastara para llenar un papiro de dimensión corriente; cuando se llena el papiro se acaba el libro. Una obra poco extensa no lleva, pues, más que un solo libro; una obra importante cuenta con varios.

La obra de los dioses venerados por lo romanos: basta eximir la mitología para comprobar su incoherencia y puerilidad. No son las falsos dioses, sino el Dios único y verdadero quien distribuye los reinos según sus designios, que no por estos cultos para mi son menos verdaderos. El celebrado celo de los romanos por la patria terrena ha de ser aviso y ejemplo para los cristianos al aspirar a la patria celestial (II-V).

En la segunda parte, el autor pasa de tratar el problema casi excluido de modo polémico y negativo, a tratarlo, ante todo, de modo expositivo y negativo, a tratar, ante todo, de modo expositivo y dogmático. No basta demostrar la incoherencia y lo infundado del culto politeísta; es menester probar que, en efecto, toda verdad se encuentra en el cristianismo, y cómo él satisface a un mismo tiempo al corazón y a la inteligencia, y es verdaderamente el camino de liberación del alma y de la infelicidad.

He aquí, pues, la descripción cristiana del mundo, no tanto del físico como del moral, basado en la aspiración a la felicidad. Esta descripción se desarrolla entres fases. Primero se discute el origen de la sociedad en general, de la “ciudad”, principiando por examinar el comienzo absoluto de lo que no es Dios, es decir, que es el surco señalado por la mutabilidad de las criaturas; de aquí viene la consideración del origen y de las características de las dos ciudades del culto; la creación de los ángeles (Ciudad de Dios) y del origen de los malvados, con la rebelión de los Ángeles soberbios y sus consecuencias en la vida humana y su destino (XI), ya que la historia de las dos ciudades entre los hombres tiene como preámbulo necesario la de las dos ciudades ultra terrenales: de los Ángeles felices sujetos a Dios con sumisión y amor y de los demonios desventurados y rebeldes.

En la caracterización de la ciudad terrena tiene extensa parte tres cuestiones:

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