EL PERDON
Enviado por enmanuelorestes • 27 de Abril de 2012 • 2.245 Palabras (9 Páginas) • 871 Visitas
EL PERDON
Entonces, acercándose Pedro, le dijo: “¿Señor, si mi hermano
peca contra mí cuántas veces he de perdonarle?
¿Hasta siete veces?
Dísele Jesús, “no, te digo que hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete”.
MATEO 18:21-22
PERDONAR. Hay una maravillosa aura que circunda al verbo perdonar; una cordialidad y fortaleza admirables. Es una palabra que sugiere dejarse llevar, liberarse, una acción que tiene el poder de calmar, de curar, de reunir y de volver a crear. Perdonar a los demás, por muy difícil que eso pueda ser, es sólo una parte del problema. A menudo es igualmente difícil perdonarnos a nosotros mismos cuando comprendemos que hemos agraviado a alguien.
Por lo común se acepta que toda religión tiene en el fondo profundos compromisos con la compasión y el perdón. Es obvio que aunque para los dioses quizá sea sencillo perdonar, ciertamente resulta difícil para los seres humanos. Pedir perdón y perdonar a los demás es un complicado proceso que involucra a nuestra empatía, humanidad y sabiduría más profundas. Históricamente, hemos visto que sin perdón no puede haber amor perdurable; ningún cambio, ningún crecimiento, ninguna libertad verdadera. El odio, la amargura y la venganza son opresivos, contraproducentes y nos agotan, tanto intelectual como emocionalmente.
El perdón es un acto de voluntad; es una elección volitiva. Elegimos perdonar, o no hacerlo. Pero debemos recordar que perdonar y ser perdonado implica la misma dinámica. Si esperamos que nos perdonen por nuestras maldades, entonces nos vemos obligados a hacer lo mismo. Si somos incapaces de perdonar a los demás, no podemos esperar que los demás nos perdonen.
Cuando hacemos una entrega de amor de nosotros mismos, nos volvemos más vulnerables. Jamás estamos a salvo; estamos al descubierto ante el desengaño y el dolor. En una relación, los individuos se unen llevando consigo historias y experiencias particulares. Lo hacen con la esperanza de crear nuevos mundos al elaborar, vivir y compartir juntos nuevas experiencias. Pero esto no es fácil, ya que todos interactuamos bajo la sombra de pasados temores, esperanzas y hábitos y puesto que todos somos diferentes y todos somos imperfectos, muy rara vez es posible lograrlo sin tropezar con algún conflicto.
Cuando nos sentimos agraviados, de inmediato dirigimos la mirada hacia el otro, para culparlo. Nos percibimos como víctimas. Algo nos han hecho a nosotros, los inocentes…. Por consiguiente, tenemos todo el derecho de exigir justicia. Creemos que la justicia se ha cumplido sólo cuando podemos lastimar a quienes nos han lastimado, decepcionar a quienes nos han desilusionado, hacer sufrir a quienes nos han herido y causado dolor. Deben experimentar nuestra venganza y de preferencia seguir experimentándola por siempre. Estamos seguros de que el mal únicamente se corregirá de esta manera; sólo cuando el pizarrón haya quedado limpio desaparecerá nuestro dolor. Después de todo, tratamos de explicarnos racionalmente, la culpa fue del otro. ( Siempre estamos seguros de que la culpa fué del otro!) ¿Entonces, por qué tenemos que ser nosotros los que sufrimos? Buscamos la venganza porque sabemos que esa experiencia resultará dulce, pero encontramos que…¿en realidad lo es? Cuántos de nosotros nos hemos esmerado en vengar un acto de maldad, solo para encontrar que una vez que hemos logrado nuestra venganza en realidad hemos logrado muy poco, como no sea encontrarnos sin amor y solos. ¿Que satisfacción puede haber en hacer sufrir a otro, si todavía nos queda nuestro dolor? Que caso tiene exigir ojo por ojo…. Cuando después de haber arrancado el ojo del otro, aun así solo tenemos un solo ojo!!
Gandhi dijo con sobrada razón que “…. si seguimos con la política de ojo por ojo, muy pronto todos estaremos ciegos…..”
Cuando nos agravian aquellos seres a quienes amamos, parecería que devaluamos años de relación… de una relación que quizá nos brindó alegrías y que requirió una gran energía intelectual y emocional para haber durado tanto tiempo a pesar de ello, con una sola frase cruel, con un acto impensado, con una crítica insensible, somos capaces de destruir incluso la más intima de nuestras relaciones. Nos olvidamos muy pronto de todo lo bueno y nos dedicamos a organizar escenarios de odio; y lo hacemos en vez de aceptar el desafío de una evaluación y confrontación honesta. Somos demasiado orgullosos. Nos ocupamos en actividades contraproducentes que nos impiden perdonar; albergamos la creencia de que si nos apartamos y huimos de la situación, lastimaremos a la otra persona y la ausencia nos curará; nos refugiamos en la fantasía de que en la evitación puede haber una conclusión; en la ingenua esperanza de que al herir, avergonzar, culpar y condenar, eso nos hará sentirnos mejor. No podemos comprender que cuando nos rehusamos a participar en conductas de perdón, somos nosotros quienes asumimos el inútil peso del odio, del dolor y de la venganza, un peso que es inacabable y que cae sobre nosotros en vez de recaer en la persona que nos agravió. Pasamos por alto la posibilidad de que en el acto de perdonar y demostrar compasión es muy probable que logremos descubrir nuevas profundidades en nosotros mismos y nuevas posibilidades para relacionarnos en el futuro.
Por supuesto que perdonar no es un proceso fácil. Nuestra mente racional no basta para abrirse paso al instante a través de la intrincada red de sentimientos que nos abruman cuando nos hacen un mal. Parece más sencillo buscar algunas formas de huir de nuestro dolor. En vez de enfrentarnos a él, culpamos, acusamos, condenamos, excluimos y maldecimos. El perdón jamás puede tener lugar en un ambiente de acusación, de condena, de cólera y de censura.
Sólo empezamos a perdonar cuando logramos ver a los pecadores como a nosotros mismos, ni mejores ni peores. Necesitamos recordar que coexistimos en el mundo como mortales, juntos el ofendido y el ofensor y que, en nuestra común humanidad, sería muy fácil que la situación fuese a la inversa. Para nosotros es difícil imaginar que, de no ser por las circunstancias, podríamos haber formado parte de fanática juventud hitleriana o haber sido el enfermo y atemorizado psicópata que no puede evaluar una conducta aprobada. Nos resulta imposible aceptar el hecho de que “de no ser por ti, allí me encontraría yo”. Sin embargo así es. Dividimos el mundo en lo bueno y en lo malo y nos vemos del lado bueno, distanciándonos del otro. No obstante, solo al identificarnos con ese otro lado es como se puede iniciar el proceso de comprensión y perdón.
El amor es la única gran fuente del perdón. Con amor,
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