El Cielo Es Real
Enviado por siatova • 10 de Noviembre de 2014 • 2.205 Palabras (9 Páginas) • 247 Visitas
n 2003, el pequeño Colton Burpo, de Nebraska, empezó a contar a sus asombrados padres padres sus experiencias en el Cielo, que había experimentado meses antes estando anestesiado en una sala de quirófano, con 4 años de edad.
Un interrogatorio sistemático no era posible… durante unos años el niño fue contando distintos episodios o recuerdos de esa visión del Cielo.
Su padre, Todd Burpo, pastor metodista wesleyano –una tradición protestante muy poco dada a visiones, profecías y misticismos- los fue recogiendo, intentando encajarlas con lo que conocía por la Biblia. Después, con la periodista Lynn Vincent, le dio forma de libro.
8 millones de ejemplares vendidos
Así, el libro “El Cielo es real” ha vendido más de 8 millones de ejemplares en EEUU y la película que promociona Sony, muy fiel al libro, ha recaudado 90 millones de dólares, superando a cualquier otra película de tipo “testimonio cristiano” o “testimonio sobrenatural” hasta el momento (no nos referimos a películas de trama bíblica). En España se estrena el 19 de junio.
Pero lo que hace que se venda el libro y lo que hace que se venda la película son dos cosas distintas, porque son dos géneros distintos.
Lo que la gente busca en una película son emociones, conflictos y una trama.
Lo que la gente busca en el libro es una “guía de viaje” del Cielo. Queremos saber lo que hay allí.
Al gran público le interesa saber algo de Dios, allí en el Cielo, ya que es el anfitrión, pero interesa mucho más saber sobre nosotros mismos: ¿veremos a nuestros difuntos?, ¿qué aspecto tendrán?, ¿qué haremos allí?, ¿qué aspecto tiene?, ¿a qué se parecen los ángeles?
Cuando San Pablo vio el Cielo dijo que...
En 2 Corintios 12, San Pablo, que predicaba a un público ávido de revelaciones místicas y competía con otros predicadores muy dados a las visiones celestiales, por primera y única vez accede reticentemente a hablar de su experiencia mística en el Cielo. "Sé de un hombre en Cristo, que hace catorce años - si dentro del cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe - fue arrebatado hasta el tercer cielo" (dice refiriéndose a sí mismo, a algo que le pasó hacia el año 40 siendo predicador "novato" en Antioquía). “Y sé que ese hombre - si dentro del cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe - fue arrebatado al Paraíso”, continúa. Y aquí es donde todo el público espera que explique las maravillas que vio en esa morada celestial de los santos y los justos.
Pero Pablo, en vez de dar detalles, dice simplemente que allí sólo “oyó palabras inefables, que el hombre no puede pronunciar”. Parece que no vio nada: sólo oyó, y lo que oyó, no se puede ni explicar. Y además, para no engreirse, añade, Dios le otorgó un "aguijón de la carne" (probablemente un dolor físico o enfermedad) para mantenerle humilde. Y predicar la Cruz, no maravillas celestiales.
Teresa y Juan de la Cruz
Un gran místico y poeta como San Juan de la Cruz, aunque en su “Cántico Espiritual” aporta muchas citas bíblicas sobre lo delicioso que es el Cielo, al hablar de su propia experiencia mística se limita a admitir que sobre el Cielo, aunque “todos los términos excelentes y de calidad y de grandeza y bien le cuadran”, ni siquiera todos juntos son capaces de expresarlo. Nada de detalles ni de imágenes.
Y el viaje de Santa Teresa al Cielo es interesante porque en su autobiografía escribe: “Las primeras personas que allí vi fue a mi padre y mi madre”… y ya no escribe más sobre su familia. Hablar de reencuentros humanos no le interesa, y enseguida va a lo que importa: Dios, la unión con Dios, el Dios que llena la eternidad y quiere llenar a Teresa también. “Sólo Dios basta”.
Pero la gente de la calle no quiere saber mucho sobre Dios –ya se entiende que Él está bien allí- sino sobre los seres queridos, perdidos y reencontrados, y sobre nuestras relaciones personales.
Este es un anhelo humano y comprensible, y cuando la Iglesia no lo responde, aparecen otras propuestas –los mormones y los swedenborguianos, por ejemplo- que lo hacen con todo lujo de detalles. Incluso los Testigos de Jehová lo hacen, no tanto con sus textos como con sus deliciosas ilustraciones de niños multirraciales jugando con el león y el cordero en verdes prados. La gente quiere imágenes, y la Iglesia es reticente a darlas, como reticentes fueron Pablo, Juan de la Cruz y Teresa. En la “Historia del Cielo” de McDannell y Lang (Taurus, 2001) recuerdan una cita de Doctrina de la Fe de 1979: “Al tratar de la situación del hombre tras la muerte hay que ser especialmente precavidos ante las representaciones imaginativas y arbitrarias; el exceso en este aspecto es una de las dificultades con las que se encuentra la fe cristiana”.
Hay una lucha de 2.000 años entre el impulso de los artistas de expresar lo inexpresable y la tendencia de los pastores y teólogos por desanimarlos con un “déjalo, cualquier cosa que hagas se quedará corta… y eso suponiendo que busques expresar a Dios, y no a ti mismo”.
Las películas han de usar imágenes
Pero un niño de 4 años, ¿cómo puede hablar del Cielo si no es con imágenes? Y una película sobre ello, ¿qué puede hacer sino tomar decisiones sobre imágenes? El Islam no puede mostrar con imágenes a Mahoma ni a Dios. Tampoco el judaísmo puede mostrar a Dios con imágenes. Incluso la historia del arte cristiano -Cristo, imagen visible del Dios invisible- ha luchado siempre contra el dilema de dar imagen a lo que “ni el ojo vio ni el oído oyó”. Pero una película tiene que dar imágenes porque una película se hace con imágenes.
Así que la película de “El Cielo es real” empieza con el acto de anti-iconoclastia por excelencia: una niña en un desván pinta un rostro, el rostro de Jesús, con todo detalle, empezando por los ojos. Y al final, el pequeño Colton –en la vida real y en la película- dirá que así era Él, Jesús, que así eran sus ojos. Ojos verdes… como los de sus padres.
(Compárese con Santa Teresa, que en su Autobiografía escribe: “Aunque yo estaba extremadamente deseosa de contemplar el color de sus ojos [de Jesucristo] o su forma, para poder describirlos, no alcancé a verlos y nada pude hacer por conseguirlo”).
Y la imagen de ojos verdes que vio Colton y pintó la niña está accesible a todos en Internet: se llama “Príncipe de Paz” y la pintó con 8 años Akiane Kramarik,
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