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El Hombre Que Lo Tenia Todo Todo Todo


Enviado por   •  5 de Febrero de 2015  •  2.929 Palabras (12 Páginas)  •  246 Visitas

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El hombre que lo tenía todo

“El hombre que lo tenía todo todo todo” es un individuo singular. No es especial por tenerlo todo, sino por la forma en que lo consigue y cómo esa forma va conduciéndole hacia su destino. La complejidad de su existencia se debe a su respiración. Puede sonar simplista, pero si el susodicho posee dos imanes escondidos en su espalda que atraen durante el sueño todo tipo de metal, la perspectiva cambia. El secreto para no morir aplastado está en una cama de sal gruesa. ¿Qué ocurriría si trascendiese la virtud de la respiración imantada?

Las aventuras de nuestro protagonista arrancan en la sala de los caleidoscopios. Como era de esperar, el hombre que todo lo tenía no trabaja, más bien se dedica a buscar entretenimientos cada mañana al acabar el desayuno. En esta ocasión su inquietud nos lleva a un lugar que el autor describe así:

“Espejos, centellas, ángulos, contrángulos, túnel caleidoscópico o antecámara de socavón, bajo peñas, donde ardían, en mesas bajas de ladrillos, las llamitas de caldos misteriosos, retortas, aceites y azules fuegos volátiles de las vasijas de fermentos alcohólicos”.

Entrar en tal misterioso lugar supone el inicio de un viaje del que nunca ha de volver. En Roma, la primera parada, conoce al Papa Juan y le revela su curiosa forma de entender el concepto de la riqueza:

“Todo hombre, Santidad, es propietario de todo, todo, todo, pero se cohíbe, se contiene y no lo dice. Mi riqueza, mi poseerlo todo, todo, todo, consiste en eso, en salir en las noches estrelladas, alzar los ojos al cielo, y sentirme dueño de cuanto mis ojos abarcan…”

El inocente viaje se convierte en contratiempo cuando oscurece y no tiene lecho de sal sobre el que descansar los imanes. Un peligro teniendo en cuenta que se encuentra en Roma: la cantidad de reliquias religiosas hechas de metal terminarán pegadas a su cuerpo y él en la cárcel acusado de robar.

Acabar en las manos de los aprovechados es cuestión de tiempo. Difícilmente puedes pasar desapercibido cuando tu cuerpo imanta productos de valor incalculable, incluidas las joyas ajenas. Ante dicha encrucijada, el hombre que lo tenía todo todo todo debe emplearse a fondo en dar con un buen escondite atravesando previamente calamidades diversas.

Se topa con personas que no lo ven como un humano, si no como un tesoro eterno. Es la gallina de los huevos de oro, y atraer oro es siempre una imantación feliz para quien puede explotarlo. Nadie, salvo raras excepciones como Chilabaco el Gran Sapo y su mujer Caramantorela, abre su corazón a un ser tan atípico.

La ambición de los demás le condena a vivir al margen de la sociedad. Consciente de su poder, comete el error de verse a sí mismo como le ven desde fuera: el objeto todopoderoso gracias al que se puede obtener cualquier cosa. Ni si quiera su propia familia le disuadirá de la persecución de objetivos sin fundamento alguno. Eso, inevitablemente, traerá consecuencias.

El hombre que lo tenía todo

“El hombre que lo tenía todo todo todo” es un individuo singular. No es especial por tenerlo todo, sino por la forma en que lo consigue y cómo esa forma va conduciéndole hacia su destino. La complejidad de su existencia se debe a su respiración. Puede sonar simplista, pero si el susodicho posee dos imanes escondidos en su espalda que atraen durante el sueño todo tipo de metal, la perspectiva cambia. El secreto para no morir aplastado está en una cama de sal gruesa. ¿Qué ocurriría si trascendiese la virtud de la respiración imantada?

Las aventuras de nuestro protagonista arrancan en la sala de los caleidoscopios. Como era de esperar, el hombre que todo lo tenía no trabaja, más bien se dedica a buscar entretenimientos cada mañana al acabar el desayuno. En esta ocasión su inquietud nos lleva a un lugar que el autor describe así:

“Espejos, centellas, ángulos, contrángulos, túnel caleidoscópico o antecámara de socavón, bajo peñas, donde ardían, en mesas bajas de ladrillos, las llamitas de caldos misteriosos, retortas, aceites y azules fuegos volátiles de las vasijas de fermentos alcohólicos”.

Entrar en tal misterioso lugar supone el inicio de un viaje del que nunca ha de volver. En Roma, la primera parada, conoce al Papa Juan y le revela su curiosa forma de entender el concepto de la riqueza:

“Todo hombre, Santidad, es propietario de todo, todo, todo, pero se cohíbe, se contiene y no lo dice. Mi riqueza, mi poseerlo todo, todo, todo, consiste en eso, en salir en las noches estrelladas, alzar los ojos al cielo, y sentirme dueño de cuanto mis ojos abarcan…”

El inocente viaje se convierte en contratiempo cuando oscurece y no tiene lecho de sal sobre el que descansar los imanes. Un peligro teniendo en cuenta que se encuentra en Roma: la cantidad de reliquias religiosas hechas de metal terminarán pegadas a su cuerpo y él en la cárcel acusado de robar.

Acabar en las manos de los aprovechados es cuestión de tiempo. Difícilmente puedes pasar desapercibido cuando tu cuerpo imanta productos de valor incalculable, incluidas las joyas ajenas. Ante dicha encrucijada, el hombre que lo tenía todo todo todo debe emplearse a fondo en dar con un buen escondite atravesando previamente calamidades diversas.

Se topa con personas que no lo ven como un humano, si no como un tesoro eterno. Es la gallina de los huevos de oro, y atraer oro es siempre una imantación feliz para quien puede explotarlo. Nadie, salvo raras excepciones como Chilabaco el Gran Sapo y su mujer Caramantorela, abre su corazón a un ser tan atípico.

La ambición de los demás le condena a vivir al margen de la sociedad. Consciente de su poder, comete el error de verse a sí mismo como le ven desde fuera: el objeto todopoderoso gracias al que se puede obtener cualquier cosa. Ni si quiera su propia familia le disuadirá de la persecución de objetivos sin fundamento alguno. Eso, inevitablemente, traerá consecuencias.

El hombre que lo tenía todo

“El hombre que lo tenía todo todo todo” es un individuo singular. No es especial por tenerlo todo, sino por la forma en que lo consigue y cómo esa forma va conduciéndole hacia su destino. La complejidad de su existencia se debe a su respiración. Puede sonar simplista, pero si el susodicho posee dos imanes escondidos en su espalda que atraen durante el sueño todo tipo de metal, la perspectiva cambia. El secreto para no morir aplastado está en una cama de sal gruesa. ¿Qué ocurriría si trascendiese la virtud de la respiración imantada?

Las aventuras de nuestro protagonista arrancan en la sala de los caleidoscopios. Como era de esperar, el hombre que todo lo tenía no trabaja, más bien se dedica a buscar entretenimientos cada mañana al acabar el desayuno. En esta ocasión su inquietud nos lleva

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