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El Hombre


Enviado por   •  24 de Noviembre de 2014  •  2.602 Palabras (11 Páginas)  •  164 Visitas

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¿Qué es el hombre?

Esta es la pregunta primera y principal de la filosofía. ¿Cómo puede contestársela? La definición se puede hallar en el hombre mismo y en cada hombre por separado. ¿Pero es justa? En cada hombre puede hallarse lo que es "cada hombre".

Pero a nosotros no nos interesa lo que es cada hombre por separado o, lo que es lo mismo, cada hombre en cada momento. Si pensamos en esto, veremos que con la pregunta sobre qué es el hombre queremos significar: ¿Qué puede llegar a ser el hombre? ¿Puede dominar su destino? ¿"Hacerse", crearse una vida? Decimos, por lo tanto, que el hombre es un proceso y, precisamente, que es el proceso de sus actos. Pensando un poco veremos que la pregunta ¿qué es el hombre? no es una pregunta abstracta u "objetiva". Nace del hecho de haber reflexionado sobre nosotros mismos y sobre los demás, y del hecho que queremos saber, en relación con lo que hemos reflexionado y visto, qué somos y podemos llegar a ser; si realmente, y dentro de qué límites, somos los "artífices de nosotros mismos", de nuestra vida y de nuestro destino.

La persona humana desde el punto

De vista psicológico

Defínase como se quiera la persona humana, lo cierto es que al presente hay consenso entre los filósofos respecto a dos puntos, a saber: 1', en considerar que la persona es el sujeto por excelencia, o sea el espíritu individual y activo del ser humano y 2', en reputar que su estudio es ajeno al campo de la psicología. Respecto a este segundo punto, nos permitimos disentir. Convencidos de que el conocimiento de la vida anímica se amplía y enriquece en buena parte con la incorporación de asuntos que originalmente se reputaron privativos de otros dominios, especialmente de la literatura y las ciencias morales, en la presente exposición trataremos de justificar que la psicología haga parcialmente suyo el tema de la persona.

Son varias las dificultades del estudio de la persona humana estimada insalvable para la psicología. Recordemos sólo las mayores: la persona no es ni un objeto ni una manifestación susceptible de ser objetivada, sino manantial o estructura de actos; no es una realidad fenoménica ni una suma de cualidades, sino unidad singular inabarcable; no es formación hecha, definitiva, sino proceso concreto que termina sólo con la muerte; por último, los actos que origina y que constituyen su realidad no se prestan a la reflexión psicológica, pues se dan de manera inmediata y concreta, sobre todo en la participación amorosa.

Un examen sumario de estas dificultades nos permitirá justificar nuestro punto de vista. En primer lugar, si la persona no es susceptible de objetivación, no se concibe que constituya asunto de ninguna disciplina. Sin embargo, los mismos autores que niegan ser pertinente el estudio psicológico de la persona, toman a ésta como "objeto" de análisis sistemático de la ética; y en esto último obran con acierto, pues nada puede ser materia de conocimiento si no se le objetiva en alguna forma.

Por otra parte, no vemos la razón por la cual los actos y estructuras espirituales no puedan ser descritos como manifestaciones de la persona. De hecho, algunas de las caracterologías modernas más significativas para el conocimiento de las maneras de ser del hombre se fundan precisamente en la comprensión de los actos y estructuras del espíritu personal.

En lo que atañe a la índole unitaria y singular de la persona, reconocemos que ningún género de conocimiento puede aprisionarla y agotarla en un orden de conceptos. Lo mismo cabría decir de los fenómenos en general. Y si a causa de ser una unidad única, la persona no se presta a la investigación psicológica, por el mismo motivo se debería negar la legitimidad de toda doctrina que pretenda alcanzarla, cualquiera que sea la rama del saber a que pertenezca.

Como justificación de la psicología en este caso, cabe recordar que la vida anímica individual tiene también los caracteres de unidad y singularidad, y sin embargo nadie discute que sea el campo legítimo de su ejercicio. Claro está que el psicólogo, como el moralista o el historiador, penetrará más o menos lo singular y completivo de una persona dada y sacará mayor o menor provecho de la comparación de unas personas con otras, según las facultades que posea para lograrlo.

Ahora consideremos el argumento de que la persona no es una realidad hecha sino un proceso en marcha con infinitas posibilidades. Ciertamente, la ciencia de los fenómenos conclusos, de los hechos definitivos, es la que permite llegar a los resultados más precisos. Empero, por la circunstancia de no consistir en semejante clase de realidad estática, la persona no deja de ser tema del conocimiento de diversas disciplinas. Puede serlo también de la psicología, pues la actividad anímica toda es cambio, devenir, realización continua y en parte nueva, sostéij finito de virtualidades infinitas.

En fin, es cuestionable reputar que la persona y los actos que la constituyen, no se prestan a ser investigados con los métodos psicológicos. Sin duda, no podemos enfrentarnos interiormente con nuestra persona como lo hacemos con una imagen, pues la aprehensión de la propia entidad, en general, es imperfecta siempre; pero sí es factible experimentar vivos sus actos, y por tanto, analizar y reconstruir el conjunto, con creciente precisión y ahonde, si somos perseverantes y prevenimos los posibles espejismos. Y si se trata de la persona ajena, aparte de la comprensión amorosa, la vida que enfrenta al hombre con los hombres, particularmente en determinadas situaciones dramáticas, permite al observador captar las actitudes y, tras ellas, las intenciones, los móviles, planes y hasta movimientos muy recónditos. Para esto no se requiere penetración extraordinaria ni mucha escuela, sino algo de raza, pues constituye perspicacia corriente, incluso entre labriegos incultos. Así tenemos una fuente de información general humana, que es cantera auténtica y preciosa para la reflexión psicológica.

El Hombre un Ser Religioso por Naturaleza

Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en su intimidad, Dios ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de poder acoger en la fe esa revelación en la fe. Sin embargo, las pruebas de la existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver quela fe no se opone a la razón humana. Aunque suene a paradoja, la vertiente espiritual del hombre y su auto trascendencia permiten afirmar que el hombre no es él solo. La visión completa del ser humano reclama que se le considere contingente, en dependencia del ser absoluto y supremo existente por si mismo,

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