El caso Brophy.
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FACULTAD DE MEDICINA. UNIVERSIDAD DE CARTAGENA
DEPARTAMENTO DE BIOÉTICA
TALLER PARA ESTUDIANTES DE SEGUNDO SEMESTRE
28 DE OCTUBRE 2013
El caso Brophy[1]
Paul E. Brophy, un bombero y técnico médico de emergencias en Easton, Massachussets, sufrió la rotura de una arteria cerebral el 22 de marzo de 1983. Se realizó una intervención quirúrgica pero fue infructuosa y Brophy nunca recobró la conciencia. Fue trasladado al New England Sinai Hospital en estado vegetativo permanente. Cuando presentó una neumonía en agosto, tanto sus médicos como Patricia Brophy, su mujer y tutora legal, coincidieron en redactar una orden de no reanimación en caso de que sufriera un paro cardiaco. En diciembre de 1983, la Sra. Brophy dio permiso a los médicos para realizar un procedimiento quirúrgico e insertaran una sonda de alimentación en el estómago. Recibía 7 horas y media de cuidados de enfermería al día, consistentes en aseo, afeitada, cambios de posición corporal, etc. Las facturas médicas aproximadamente de 10.000 dólares mensuales, eran pagadas totalmente por un seguro.
Brophy había dicho a menudo a sus familiares que no quería que le mantuvieran vivo si alguna vez se quedaba en estado comatoso. En una discusión sobre el caso de Karen Ann Quinlan, había indicado a su mujer que “nunca querría estar en un sistema de soporte vital. De ninguna manera quiero vivir así; eso simplemente no es vivir”. Unos años antes, la ciudad de Easton había felicitado a Brophy y a su compañero por su valor después que sacaron a un hombre de un tractor ardiendo. Cuando descubrió que la víctima había sufrido lo indecible antes de morir varios meses después de ser salvado, Brophy arrojó la felicitación a la basura, exclamando a su mujer: “debía haber llegado 5 minutos más tarde. Todo habría terminado para él”. Le dijo a su hermano Leo: “Si alguna vez estoy así, simplemente dispárame, desconéctame”. Y antes de su propia intervención neuroquirúrgica, le dijo a una de sus hijas: “Si no me puedo recostar para besar a una de mis guapas hijas, bien podré estar dos metros bajo tierra”.
La Sra. Brophy, devota católica y enfermera que trabajaba a tiempo parcial con retrasados mentales, decidió cuestionar la continuación de la nutrición artificial cuando la situación de su marido permaneció sin cambios durante el siguiente año. No había ninguna esperanza de que recobrara la conciencia y, aunque nunca había expresado una opinión especial sobre la nutrición artificial, ella recordaba sus deseos expresados anteriormente sobre “desconectarle”. Consultó con sacerdotes, investigadores de ética y un abogado antes de solicitar la retirada de la nutrición artificial, entendiendo que su marido moriría en 1 0 2 semanas. Su decisión recibió el apoyo unánime de sus cinco hijos y de otros familiares, incluyendo a los siete hermanos y hermanas de Brophy y a su anciana madre, que contaba más de 90 años. Sin embargo, los médicos y la administración del Hospital se negaron a actuar según su solicitud.
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