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FILOSOFIA SOBRE PERSONA


Enviado por   •  24 de Junio de 2014  •  11.000 Palabras (44 Páginas)  •  322 Visitas

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EL CONCEPTO DE PERSONA.

Comencemos viendo cómo se ha concebido clásicamente la persona en la historia de la teología, para a continuación pasar a considerar distintos intentos de corrección de este concepto.

La persona como sustancia y como sujeto.

La historia del pensamiento occidental se ha movido fundamentalmente entre dos ideas de lo que sea la persona. Por una parte, tenemos la famosa definición de Boecio: persona est rationalis naturae individua substantia. Se puede decir que esta fórmula se mueve en la línea de Calcedonia, entendiendo la persona fundamentalmente en la perspectiva aristotélica de contraponer lo "individual" de la substancia a lo "universal" de las especies: la persona es ante todo, término que los latinos y con ellos Boecio traducen como substantia. El problema está en que tal definición esencial de la persona no resulta en principio aplicable a las llamadas personas trinitarias, entre las cuales, según la visión clásica, hay una verdadera comunidad en una única substancia, y no tres sustancias. En este nivel, dirá Boecio, no son apropiadas las distinciones de la lógica humana, y en consecuencia evita el término "persona" en su tratado De Trinitate. Como más expresamente dirá S. Anselmo, al Padre, Hijo y Espíritu "no se les puede tomar como personas, pues allá donde hay varias personas, están unas separadas de otras, de tal modo que hay tantas substancias como personas, como se ve en los hombres: si son tantas personas, son igualmente tantas substancias. Si en la esencia suprema no hay pluralidad de substancias, tampoco la hay de personas".

Sin embargo, como es sabido, el concepto de persona venía siendo aplicado a la Trinidad desde tiempos de Tertuliano y continuó siendo utilizado también después de Boecio, ya sea en virtud del rechazo frontal de la definición de este último, como es el caso de Ricardo de San Víctor, ya sea introduciendo en ella correcciones importantes, como Santo Tomás. Sin embargo, ya antes de Boecio se había entendido la persona en un sentido fundamentalmente distinto al de la famosa definición. Tertuliano había interpretado ya las personas, en el sentido de la llamada exégesis prosopográfica, como sujetos gramaticales de las diferentes frases bíblicas aplicables a la Trinidad. Esto, que no tiene en Tertuliano el carácter de una opción sistemática, es más explícito en San Agustín, el gran introductor del yo en la historia de la filosofía, quien frente al naturalismo helénico eleva el famoso:" noli foras ire, in te ipsum redi, in interiori homine habitat veritas".

En esta perspectiva, la persona aparece fundamentalmente no como sustancia, sino como sujeto de los propios actos. Estos actos pueden, si se quiere, ser expresión de unas facultades, como la inteligencia y la voluntad, ancladas en definitiva, según la filosofía clásica, en la substancia humana. Pero para que estos actos y estas facultades sean estrictamente personales, no basta según Agustín con remitirlos a la "naturaleza" humana. Son personales solamente cuando son actos míos, actos de un yo. Esto es lo que Agustín expresa bellamente diciendo que en virtud de las facultades humanas "ego per omnia tria memini, ego intellego, ego diligo, qui nec memoria sum, nec intelligentia, nec dilectio, sed haec habeo. Ista ergo dici possunt ab una persona, quae habet haec tria, non ipsa est haec tria. In illius vero summae simplicitate naturae quae Deus est, quamvis unus sit Deus, tres tamen personae sunt, Pater, et Filius et Spiritus Sanctus". La persona es ante todo un ego, un yo anterior a sus actos porque justamente es quien los ejecuta. Esta idea va a ser decisiva para el desarrollo del concepto de persona. Descartes nos dirá, como Agustín, que lo esencial del hombre es justamente ser un yo, un ego que piensa. Pero irá más lejos que San Agustín al decir que este yo es sólo un sujeto, es decir, un puro yo, independiente de toda naturaleza psicobiológica, que Descartes adscribirá sin más a la res extensa.

La persona como substancia y la persona como sujeto: éstas han sido las opciones fundamentales del pensamiento occidental. En realidad, no se trata de dos opciones muy divergentes. Ya en Descartes, el puro yo tiene en el fondo el carácter de substancia: no una substancia natural, como en la antigüedad, pero sí el de una verdadera res cogitans, como substrato de los actos de pensamiento, el cual junto a la res extensa y la res infinita integra el orden de lo real. Pero será Hegel, como vimos, quien pondrá en conexión explícitamente ambas categorías al considerar que el Absoluto es necesariamente tanto sustancia como sujeto. Ciertamente hay que decir que, frente a Descartes, hay en Hegel una novedad importante en la concepción del sujeto: si la res cogitans es substancia, quiere esto decir que ésta existe por sí misma y no necesita en absoluto de otra res cogitans para hallar su identidad. En cambio, para Hegel, el sujeto solamente encuentra su identidad en relación con otro distinto de él y en este sentido se puede ciertamente decir que en Hegel la sustancia como algo por sí mismo subsistente queda asumida y superada (aufgehoben) en el sujeto. Sin embargo, la concepción dialéctica del proceso que este sujeto realiza le lleva a asumir y superar no solamente su sustancialidad individual, sino también al otro con el que se encuentra y desde el que se constituye para que, a través de todo un desarrollo logo-dinámico, el sujeto acabe encontrándose consigo mismo en el Absoluto. De este modo queda eliminada toda alteridad y el Sujeto se convierte como vimos en verdadera y absoluta Sustancia.

Solamente la filosofía posthegeliana comenzará a poner en cuestión el uso tradicional de estos conceptos. Ya Marx señalaba, en su crítica de Hegel, que el sujeto nunca puede llegar a constituirse como sustancia absoluta por estar siempre constitutivamente referido a un objeto, como después mostrará la fenomenología. Pero sobre todo ha sido Nietzsche el primero en llamar la atención sobre la insuficiencia de la categoría misma de sujeto, propia de la excesiva credulidad de los filósofos respecto a la gramática: el "yo" como sujeto aparece así como el presupuesto y el punto de partida sobre el que se funda, por ejemplo en Descartes, la actividad de pensar. Del mismo modo, la idea de sustancia es un recurso filosófico para darle un apoyo y un punto de partida estable a toda actividad, evitando así el vértigo del devenir. En esta crítica de Nietzsche encontramos pues, en primer lugar, el cuestionamiento de una concepción del significado que se remonta a San Agustín y que llega hasta el primer Wittgenstein, la cual presupone acríticamente la correspondencia entre palabra y cosa: a cada expresión lingüística corresponde un objeto que es justamente su significado.

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