TEORIA POLITICA Y PRACTICA POLITICA DE PLATON - ARMANDO PORRATI
Enviado por Josefrantomas • 17 de Junio de 2014 • 9.544 Palabras (39 Páginas) • 804 Visitas
SALTA, Mayo de 2014
Teoría política y práctica política en Platón
Capítulo I
c Armando R. Poratti
El Lógos como condición existencial de la Pólis
La pólis fue la matriz que posibilitó el período griego propiamente creador, no el que usualmente tenemos a la vista, el clásico (siglos V-IV), sino el arcaico (siglos VIII-VI). Pero “la pólis” no es un concepto sino el resultado de un proceso, o este proceso mismo, cuyas raíces se hunden por detrás de la misma Grecia histórica en la gran civilización de la Edad del bronce que conocemos como cultura micénica. Ésta –producto de la fusión de elementos mediterráneos e indoeuropeos, que habla griego y organizados mediante una compleja burocracia, que aparecen como un perfecto ejemplo de economía “redistributiva”
1. Naturalmente esta centralización no se limitaría al aspecto económico. Cuando hacia el 1200 aparecen en escena nuevos migrantes tradicionalmente conocidos como “los dorios”, la civilización micénica colapsa, o por lo menos los palacios y su organización- y se da paso a la llamada Edad Oscura con la que empezaría la historia de Grecia propiamente dicha. Hacia el s. VIII, con la reapertura del Mediterráneo a la navegación griega, que supone el pasaje de la economía agraria de subsistencia al comercio y la producción de exportación con el fenómeno complementario de la fundación de colonias en Sicilia e Italia y el Mar Negro, la organización definitiva de los poemas homéricos, la reintroducción de la escritura ahora con el alfabeto fenicio, e indicios de la emergencia de la polis.
Por supuesto, pólis no se confunde con el núcleo urbano como tal. En Homero, la palabra pólis designa la ciudadela, que luego será llamada acrópolis. En las ciudades micénicas, ése solía ser el lugar del Palacio. Los poderosos van configurando una cultura aristocrática tejida por las relaciones. El conflicto aparecerá cuando el crecimiento de la población y las nuevas perspectivas económicas pongan en crisis a la sociedad agrícola tradicional y los campesinos se enfrenten a los terratenientes nobles. Esto llevará a sacar a luz aquello que los señores detentan en función de un cierto carácter sacro: el conocimiento del derecho tradicional que los habilita para tomar decisiones judiciales (thémistai, díkai), y la titularidad de los cultos, como cultos del clan o familia, génos. Ahora las fórmulas jurídicas tradicionales se pondrán por escrito, y la ley así establecida valdrá por sí misma como ley de la Ciudad con independencia de cualquier autoridad personal o familiar: nace el estado de derecho. El ídolo del culto familiar, guardado en la casa, se convertirá en la diosa o el dios de la ciudad, que se abre a ella en el templo. Y el templo se abre al espacio dejado por el Palacio, en el cual también se expondrán públicamente las leyes, grabadas en tablas. El lugar pasará a llamarse agorá, palabra que significa la institución que en Homero era la discusión solemne de los jefes en presencia del ejército, en la cual el que hablaba estaba religiosamente protegido por la sustentación del cetro: transposición regulada, pues, del conflicto a la palabra. Este juego, llevado a cabo ahora por las clases, partes y partidos que se enfrentan en la ciudad, respaldado y regulado por la ley escrita e impersonal, será el que ocupe el lugar vacío del Centro
2. Y con ello tenemos la Ciudad. El conflicto llevado a la palabra sobre el fondo de la ley será la condición de posibilidad del lógos. Unos siglos después Aristóteles conectará esencialmente el zôon politikón, el ser vivo a cuya naturaleza corresponde vivir en polis, con el zôon lógon ékhon, aquél a cuya naturaleza corresponde el lógos, como la misma definición.
Pero el lógos tiene originariamente las huellas del conflicto. Con Heráclito aparece por primera vez en el lenguaje del pensamiento la palabra lógos, que significa tanto la inteligibilidad que hay en la realidad como la posibilidad humana de captarla y de decirla. Este tenso equilibrio de los conflictos internos constituye la primera madurez de la pólis. Las Guerras Médicas, a comienzos del s. V, en que la Hélade vence por dos veces a los invasores persas, fueron su gran prueba y su momento más alto. Pero también echaron las bases para su crisis. Esparta y Atenas surgen de la guerra como las potencias preponderantes, y la tensión intrapolítica se transforma en conflicto expansivo. Esparta se consolida como potencia militar terrestre y establece su hegemonía en el Peloponeso, y Atenas, dueña de los mares, a la cabeza de la Liga de Delos, en la que muchas ciudades son forzadas a entrar o permanecer, ingresa en su cenit como potencia imperialista.
El estado de cosas deriva hacia el mundo del puro poder, que se produce y se sustenta a sí mismo: la democracia imperialista de Atenas ejerce un poder que quizás por única vez en la historia se presenta sin justificaciones ideológicas. El dêmos lleva adelante una política de puro poder y es capaz de hacerse cargo de ella también moralmente
3. Por eso se vuelve necesario llevar a la consciencia explícita las condiciones de la construcción del poder, al que se reconoce como producto de una técnica racional. Y las instituciones democráticas han determinado que su instrumento, que hacia el exterior puede ser la fuerza declarada, en el juego político interno siga siendo el lógos, el lenguaje y la argumentación persuasiva. La sofística dará a la vez la teoría y la técnica que las condiciones reclaman.
La lógica socrática
Los múltiples intereses de los sofistas confluyen en la capacitación política de ciudadanos selectos. Sócrates: areté. La traducción usual por nuestra palabra “virtud”, cargada de resonancias cristianas y modernas, despista. Areté es lo propio del “bueno” (agathós) y del “muy bueno” (áristos, con el que está etimológicamente relacionada). Significa “excelencia” en el ejercicio de una función o capacidad socialmente valorada, en especial aquélla que da acceso al poder. Sócrates, en los diálogos juveniles de Platón, no discute la “virtud”, sino aquello que capacita para dirigir y cuya posesión reconocida otorga legitimidad al ejercicio del poder político. Por eso es fundamental la cuestión de si la areté es innata -como sostienen los aristócratas, o si se puede adquirir y enseñar -como sostienen los sofistas y Sócrates, ligándola al saber.
El siglo V avanzado ve las consecuencias de la polarización del poder: la guerra fría entre Esparta y Atenas termina calentándose. La Guerra del Peloponeso, que ocupa el final del siglo, tiene una duración de 30 años con intervalos, y al cabo de ella Atenas
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