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VOCACION DOCENTE


Enviado por   •  7 de Mayo de 2013  •  3.136 Palabras (13 Páginas)  •  1.199 Visitas

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La vocación, el perfil de ingreso y la formación de nuevos docentes

Por el Prof. Julio César Ruiz Flores Dueñas

La vocación por la profesión de enseñar es una inclinación que las personas tienen hacia el ejercicio de la enseñanza. No es un mito, sino una realidad que resulta de condiciones de vida y contextos determinados. Así entendida, en este trabajo se considera factible favorecerla y desarrollarla, rebasando la concepción tradicional de que la vocación simplemente está presente o ausente, sin intervención del sujeto, y determina sus posibilidades de desempeño.

Para quienes nos dedicamos profesionalmente a la enseñanza, en el campo específico de la formación de nuevos enseñantes, la vocación debería ser importante en dos sentidos: el que se refiere propiamente a la nuestra y el que alude a la de nuestros alumnos.

Del primer sentido poco se habla, como si el problema de nuestra propia vocación no existiera, fuera irrelevante o tratáramos de ignorarlo; en cambio es común que del segundo nos ocupemos recurrentemente, a menudo como si esperáramos, a nuestra conveniencia, una inclinación a toda prueba de nuestros alumnos hacia la docencia, casi como requisito indispensable sin el cual no se nos pueden reclamar buenos resultados de nuestro trabajo; exageramos la importancia de la vocación de nuestros alumnos, sin pensar en la nuestra, hasta el grado de que cuando no tenemos buen éxito en la formación de nuevos maestros no es extraño que tratemos de explicar nuestras dificultades –y a veces hasta nuestro fracaso– atribuyendo ausencia de vocación al estudiantado.

Partiendo de que la vocación por la profesión de enseñar es un fenómeno real, conviene entonces otorgarle la importancia que objetivamente tiene en el proceso de formación de docentes. Un análisis serio de este problema debe considerar los dos sentidos mencionados arriba, porque, si bien se puede examinarlos por separado, en los hechos coexisten en un proceso dialéctico dentro del cual son posibles cuatro casos: que un formador sin vocación pretenda y reclame que sus alumnos la tengan; que el formador sí posea vocación, pero los alumnos no; incluso puede presentarse la mejor condición: que ambos la tengan; o la peor: que ni el formador ni los estudiantes demuestren inclinación por la profesión. De modo que, en realidad, el conjunto de estas posibilidades se constituye en un objeto de estudio dinámico y complejo; allí se desenvuelve la vida académica de las instituciones de educación normal y se configura el proceso de formación inicial de docentes para la educación básica.

Si colocamos, pues, a la vocación en un lugar preponderante dentro del proceso de formación de docentes, tenemos que ver de dónde surge, cómo se constituye y cuáles son sus alcances.

La vocación, naturaleza y alcances

Para empezar, hay que insistir en que la vocación por la profesión docente no es el resultado de una inclinación espontánea, surgida de la nada, hacia el ejercicio de la enseñanza. La vocación tampoco se debe a factores que genéticamente pudieran determinar que las personas, poseyendo ciertos rasgos hereditarios, hubieran de orientarse indubitablemente al ejercicio de esta profesión. Ya lo dijo hace casi medio siglo el eminente maestro español Patricio Redondo: “Rechazamos la idea de que el maestro nace: no sabemos en virtud de qué elementos genéticos especiales que le (sic) inducen a ejercer esta profesión. No, el maestro se hace; el maestro es capaz de prepararse bien y actuar de un modo eficiente con los niños. Todo depende de la actitud que adopte ante su tarea” (Redondo, cit. por Costa Jou, 1974: 45).

Es que la aparición de intereses por la docencia en una persona depende fundamentalmente de factores individuales y sociales, de un contacto cercano con la actividad pedagógica, pues nadie podría tener interés por la docencia si no la conociera previamente; pero también depende de otros aspectos que suelen ser más sutiles, que están implícitos en la vida diaria del sujeto y que se ubican en sus zonas afectiva, social e intelectual. Así surge la vocación por el magisterio; no es algo cuya esencia psíquica podamos explicar específicamente, pero sí sabemos que tiene que ver con un conocimiento cercano de las habilidades docentes y del trabajo con grupos escolares. De modo que “querer ser maestro” no proviene de un acto de iluminación o de llamamiento extrasubjetivo hacia el ejercicio de esta profesión, sino de una serie de factores que la conforman y que son construidos día con día en la vida de cada persona; por eso afirmamos que el maestro no nace: se hace, y que por lo tanto podemos construir la vocación al igual que otras habilidades y aptitudes del sujeto. En concomitancia con lo que decíamos párrafos arriba, y dada la condición específica de la práctica docente en las escuelas normales, este planteamiento es válido tanto para los maestros como para los estudiantes de las mismas.

Ahora, desde otra perspectiva, enseñar es un arte, y tener vocación por la docencia significa aspirar al dominio de ese arte, de las habilidades y aptitudes propias de la enseñanza. De acuerdo con Erich Fromm (1972: 128-131) hay por lo menos cinco requisitos generales para la práctica de cualquier arte: se requiere disciplina, concentración, paciencia, preocupación y un acercamiento gradual.

¿No son estos requisitos aspectos que de manera persistente (y por lo menos en el nivel de la intencionalidad) estamos tratando de fomentar en nuestros alumnos durante el proceso formativo en la normal?, y ¿no estamos así procurando desarrollar una vocación?

Disciplina, concentración, paciencia, preocupación y un aprendizaje gradual, son exactamente factores con los que nos comprometemos a lo largo de la carrera de los alumnos que llegan a las aulas normalistas; son factores que por lo menos en el discurso nos fijamos como metas, pero que en términos reales ellos pueden desarrollar, o sea adquirir, construir, mejorar. Todo lo cual indica que podemos –si nos lo proponemos como auténtico objetivo– enfrentarnos al problema tratándolo como un conjunto de actitudes, aptitudes y preferencias que pueden no solamente consolidarse en la personalidad de los estudiantes normalistas, sino también ser estimuladas para que surjan. Desde este punto de vista, nuestros alumnos pueden o no tener clara y totalmente definida la vocación por la profesión de enseñar, pero en cualquier caso forjarse como buenos enseñantes, todo depende de la actitud que adopten ellos y que adoptemos los formadores frente al reto de “convertirlos” en profesores, es decir, de que ellos y nosotros tengamos la disposición disciplinada, la concentración, la paciencia, la preocupación necesarias y, además, que empiecen poco a poco, con acercamientos

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