Y el principio de una nueva vida
Enviado por DEAG • 18 de Marzo de 2013 • Ensayo • 1.245 Palabras (5 Páginas) • 580 Visitas
El fin del curso de verano. ((Y el principio de una nueva vida) M. B. Brozon)
Era la última semana del curso de verano. Las tres primeras habían sido en el deportivo de la ciudad y esa última era en Tupitla, en la playa. Llegamos casi al anochecer, después de un camino como de seis horas en camión, a una casa del deportivo que está a una cuadras de la playa. Y aunque todos teníamos ánimo y ganas de irnos a nadar, el profesor Quezadas dijo que mejor cenáramos y nos fuéramos a dormir. Que estábamos cansados y que había grandes planes para el día siguiente. Cuándo nos íbamos a imaginar que en lugar de pasarnos el día nadando en el mar y tomando el sol, amaneceríamos en la calle, afuera de una casa que estuvo a punto de caerse, sin luz, sin agua y con mucho pero mucho miedo.
Nos costó mucho trabajo dormirnos porque queríamos hacer más planes; habíamos esperado mucho tiempo por ese viaje; para muchos era el primero que hacíamos con amigos y sin los papás. Pero el profesor Quezadas pasó uno por uno a los tres cuartos que ocupamos en la casa y nos calló porque él y las personas que atienden el lugar ya se querían dormir. Eso como a la media noche. A mí me tocó con Suárez y con Roberto, y todavía después, con las luces apagadas y la casa en silencio, seguimos platicando un rato en voz bajita hasta que se nos acabó el tema y entonces sí nos dormimos. No pareció que había pasado mucho tiempo cuando oí a Suárez gritando. Un momento después me acabó de despertar un fuerte movimiento y el sonido de los vidrios rotos y las cosas cayendo del suelo.
“Está temblando”, gritaba Suárez y tras sus gritos y los crujidos de las paredes de nuestro cuarto podíamos oír las voces de los demás compañeros y la del profesor Quezadas que gritaba nuestros nombres. Yo tenía el cerebro todavía un poco dormido y no sabía si eso era parte de una pesadilla. “No puedo pararme”, dijo. Roberto y fue hasta entonces que yo lo intenté, pero me caí en el suelo. “¿Qué hacemos?”, grité, pero no tuve respuesta. En ese momento pasaron por mi cabeza todas las cosas que me contaron mis papás del terremoto que sucedió en la ciudad cuando yo todavía no era ni proyecto, y que no tenía nada que ver con los temblorcitos que sí me ha tocado sentir; me acordé de todo lo que me contaron como si lo hubiera oído el día anterior y decidí que, aunque fuera a gatas, teníamos que salir del cuarto antes de que el techo se nos viniera encima; pero era muy difícil a oscuras y con tanto movimiento, así es que sólo seguimos el sonido de nuestras voces hasta que estuvimos los tres juntos cerca de la puerta.
“Se nos va a caer esto encima”, gritó Suárez y yo: “no, no se va a caer nada pero tápate la cabeza mejor”. Dije eso para ser optimista y precavido al mismo tiempo. Roberto estaba callado porque, nos dijo después, aunque quería hablar no le salía la voz. Pero a pesar de mi optimismo empezamos a sentir cómo caía algo encima de nosotros y fue cuando pensé: “Ya valimos” y lo iba a decir pero en ese momento las sacudidas pararon y el movimiento fue haciéndose poco a poco más leve hasta que se detuvo por completo. Y entonces lo dije, sólo para comprobar que podía hablar, pues si podía hablar, aunque sea para decir “ya valimos” significaba todo lo contrario: no habíamos valido y podíamos empezar a respirar de nuevo el aire polvoriento. La luz de una lámpara se acercaba, seguida de las voces de nuestros demás compañeros y la
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