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Enviado por   •  25 de Junio de 2013  •  1.909 Palabras (8 Páginas)  •  564 Visitas

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CAPITULO PRIMERO

EL HOMBRE ES LA CRIATURA POSTRERA, LA MÁS ABSOLUTA,

LA MÁS EXCELENTE DE TODAS LAS CRIATURAS

1. Al pronunciar Pittaco, en la antigüedad, su famoso nosce te ipsum, (conócete a ti mismo), acogieron los sabios con tanto entusiasmo dicha sentencia, que para entregarla a la plebe afirmaron que había descendido del cielo, y cuidaron de que fuera inscripta con letras de oro en el frontispicio del Templo de Apolo en Delfos, adonde concurría gran multitud de hombres. Fue prudente y piadoso proceder, pues aunque en realidad era una ficción, se encaminaba a la verdad, que es más clara para nosotros que para ellos.

2. ¿Qué es sino una voz celestial la que resuena en la Sagrada Escritura, diciendo: ¡Oh, hombre, si me conocieras, te conocerías? Yo, la fuente de la eternidad, de la sabiduría, de la bienaventuranza; tú, mi hechura, mi imagen, mi delicia.

3. Te elegí como compañero mío en la eternidad, dispuse para tu uso el cielo, la tierra y todo cuanto contienen, reuní en ti solo cuanto brilla en cada una de las demás criaturas: la esencia, la vida, el sentido y la razón. Te elegí sobre todas las obras de mis manos; subyugué a tus plantas todas las cosas: ovejas, bueyes, bestias del campo, aves del cielo y peces del mar; por igual razón te coroné de gloria y honor. (Salmo 8.) Finalmente, para que nada faltase, me uní a ti, yo mismo, en hipostático lazo, juntando eternamente mi naturaleza a la tuya, como no acaece a ninguna de las criaturas ni visibles ni invisibles. ¿Hay alguna criatura ni en el cielo ni en la tierra que pueda gloriarse de tener a Dios revelado en su carne y mostrado a los Ángeles (1, Tim., 3. 16), no sólo para que estupefactos vean al que deseaban ver (1. Pet., 1. 12), sino para que adoren a Dios, manifestado en carne, al hijo de Dios y del hombre? (Hebr., 1, 6, Juan, 1, 52, Mat. 4. 11.) Entiende, pues, que tú eres el colofón absoluto de mis obras, el admirable epitome, el Vicario entre ellas y Dios, la corona de mi gloria.

4. ¡Ojalá todas estas cosas queden esculpidas, no en las puertas de los templos, ni en las portadas de los libros, ni en los ojos, lenguas y oídos de todos los hombres, sino en sus corazones! Ciertamente hay que procurar que todos aquéllos que tienen la misión de formar hombres hagan vivir a todos conscientes de esta dignidad y excelencia y dirijan todos sus medios a conseguir el fin de esta sublimidad.

CAPITULO II

EL FIN DEL HOMBRE ESTÁ FUERA DE ESTA VIDA

1. Los dictados de la razón nos afirman que criatura tan excelsa como lo es el hombre, debe estar necesariamente destinada a un fin superior al de todas las demás criaturas; a saber, que unida a Dios, cúmulo de toda perfección, gloria y bienaventuranza, goce con El eternamente de la gloria y beatitud más absolutas.

2. Y aunque esto se halla suficientemente expresado en la Sagrada Escritura y nosotros creemos firmemente que así acaece, no será labor en balde que reseñemos, aunque muy a la ligera, los modos mediante los cuales Dios nos ha representado en esta vida nuestro último fin.

3. En primer lugar, por cierto, aparece esta representación en la Creación misma. Dios no mandó al hombre secamente que existiese, sino que, previa una solemne resolución, le formó con sus propios dedos un cuerpo y le inspiró un alma de Sí mismo.

4. Nuestra misma constitución demuestra que no nos es bastante todo lo que en esta vida tenemos. Vivimos aquí una vida triple: vegetativa, animal e intelectiva o espiritual, la primera de las cuales jamás se manifiesta fuera del cuerpo; la segunda se dirige a los objetos por las operaciones de los sentidos y movimientos; la tercera puede existir separadamente, como ocurre en los Ángeles. Es evidente que este supremo grado de la vida esté en nosotros oscurecido y como dificultado por los demás, y debemos suponer que ha de existir algo donde esta vida intelectiva alcance su mayor desarrollo (in deducatur).

5. Todas las cosas que hacemos y padecemos en esta vida demuestran que en ella no se consigue nuestro último fin, sino que todas ellas tienden más allá, como nosotros mismos. Cuanto somos, obramos, pensamos, hablamos, ideamos, adquirimos y poseemos no es sino una determinada gradación, en la que, lanzados más y más allá, alcanzamos siempre grados superiores, sin que jamás lleguemos al supremo. En un principio, nada es el hombre, como nada existió en la eternidad; tiene su iniciación en el útero de la madre, de la gota de sangre paterna. ¿Qué es el hombre al principio? Una masa informe y bruta. Entonces empieza la delineación del corpúsculo, pero sin sentido ni movimiento. Comienza después a moverse hasta el momento en que por la fuerza de la naturaleza es expelido al exterior, y poco a poco van entrando en función los ojos, los oídos y los demás sentidos. Con el transcurso del tiempo se manifiesta el sentido interno cuando se da cuenta de que ve, oye y siente. Más tarde ejercita su entendimiento, advirtiendo las diferencias de las cosas; finalmente, la voluntad asume su función de directora, aplicándose a ciertos objetos y apartándose de otros.

6. Y aun en cada una de estas operaciones existe también la gradación. Pues el mismo conocimiento de las cosas va insensiblemente apareciendo, como el resplandor de la aurora, surge de la oscuridad profunda de la noche, y mientras dura la vida (a no ser que se embrutezca de un modo absoluto) recibe continuamente más y más luz hasta la misma muerte. Nuestras acciones, en un principio, son tenues, débiles, rudas y en extremo confusas,

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