La Actitud Religiosa Y Moral
Enviado por martinmartin • 20 de Mayo de 2012 • 1.769 Palabras (8 Páginas) • 845 Visitas
La actitud religiosa y moral
La actitud de la Iglesia respecto del mercader medieval lo obstaculizó en su actividad profesional. Los documentos eclesiásticos dan listas de profesiones prohibidas o de oficios deshonrosos, donde casi siempre incluyen el comercio (“es difícil no pecar cuando se hace profesión de comprar y vender”). La Iglesia repudia al mercader entre tantos oficios: prostitutas, abogados, jueces, carniceros, etc. Los motivos de su condena es el deseo de ganancia, el lucro. Por lo tanto, la primera causa de su condena es uno de los pecados capitales: la “avaricia”, la “codicia”.
La Iglesia entiende por “usura” todo trato que comporte el “pago de un interés”. De ahí que se halle prohibido el crédito, base del gran comercio y de la banca. En virtud de esta definición, prácticamente todo mercader-banquero es un usurero. Las razones alagadas por la Iglesia para condenar la usura se encuentran en el Antiguo y Nuevo Testamento. También interviene la dificultad que canonistas y teólogos hallan en admitir que el dinero pueda por si mismo engendrar dinero, y que el tiempo pueda dar origen a dinero. Quizás mas grave es la concepción cristiana del tiempo. En Santo Tomas y en otros teólogos y canonistas, en la practica del interés “se vende el tiempo”. Ahora bien, éste no puede ser propiedad individual. Pertenece solamente a Dios.
Los mercaderes medievales se ganaron la reprobación de la Iglesia en circunstancias especiales: en la lucha contra los infieles. Desde la Alta Edad Media, los mercaderes de los primeros grandes centros italianos (Nápoles, Amalfi, Venecia) para quienes el tráfico con los musulmanes representaba una importante parte de sus actividades, tomaron a veces luchas entre cristianos e infieles el partido de estos últimos, incurriendo en las iras del Papado. El problema se agudizó en la época de las Cruzadas, cuando la Iglesia se entregó sin reservas a la lucha armada contra el Islam. En efecto, la legislación de la Cruzadas estipula la prohibición del comercio con el enemigo y decreta el embargo de los productos estratégicos, especialmente maderas, hierro, armas y naves. De modo más general, la Iglesia prohíba permanentemente la venta de esclavos al Islam. Pero los intercambios no cesaron ni siquiera en tiempos de Cruzada.
Sin embargo, desde muy temprano, la Iglesia protegió a los mercaderes. Los manuales de los confesores citan a los mercaderes entre las personas que pueden ser dispensadas de ayuno o de la observación del reposo dominical, bien porque las fatigas de los viajes hagan penosas las privaciones. Los esfuerzos de la Iglesia para obtener el cese de las guerras intestinas, el fin de las luchas entre príncipes cristianos, todo el movimiento que tendía a imponer la “paz de Dios”, no podía dejar de favorecer la actividad de los mercaderes.
También desde muy temprano se considera como buenos cristianos a los mercaderes y, lejos de ser apartados de la Iglesia son acogidos por ella y profundamente integrados en el medio cristiano.
La Iglesia promulgó edictos con toda una serie de sanciones contra la usura, considerada pecado mortal fuerte de fortunas ilícitas, y de la cual, en teoría, nadie podía servirse con fines caritativos. En primer lugar, penas espirituales: excomunión y privación de sepultura. Después penas temporales: obligación de restituir los beneficios ilícitos; y ciertas incapacidades civiles, tales como la invalidación de los testamentos de los mercaderes. A veces, la usura estaba tan bien disimulada que era muy difícil descubrirla.
Impotente en la práctica, la iglesia se avino a una teoría muy tolerante, admitió poco a poco decoraciones y justificó excepciones cada vez más numerosas e importantes. La noción de que los mercaderes eran útiles y necesarios fue lo que coronó la evolución de la doctrina de la Iglesia y les valió a ellos el derecho de ciudadanía definitivo en la sociedad cristiana medieval. Desde muy pronto se puso en evidencia la utilidad de los mercaderes que, al ir a buscar a países lejanos mercancías necesarias o agradables, géneros y objetos que no se hallaban en Occidente, y venderlas en las ferias, suministraban a las diversas clases de la sociedad lo que éstas necesitaban.
A fines del siglo XIII y comienzos del XIV, los autores cristianos aplicaron a la actividad de los mercaderes la idea del “bien común”. Si el comercio se ejerce en vista de la utilidad pública, si la finalidad es que no falten en el país las cosas necesarias a la existencia, el lucro, en lugar de ser considerado como finalidad, es solo exigido como remuneración del trabajo. Del pensamiento de la Alta Edad Media, que consideraba la necesidad de intercambios exteriores como un defecto, se pasa a la creencia en la necesidad y en beneficio de tales intercambios. Es el descubrimiento de lo que será el principio fundamental del libre cambio, del capitalismo liberal. Por lo tanto, desde ahora el gran comercio internacional es una necesidad querida por Dios.
De tal forma justificado e inclusive exaltado, el mercader medieval puede dar libre curso a su genio. Sus objetivos son la riqueza, los negocios y la gloria. El amor al dinero sigue siendo su pasión fundamental. El mercader debe gobernarse y gobernar sus negocios de forma racional para alcanzar su finalidad que es la fortuna. Para acumular ese dinero es preciso sentir la pasión de los negocios, el gusto por hacer fructificar el capital, el espíritu de iniciativa.
Al mercader se le exige prudencia,
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