Sortilegio De Otoño
Enviado por lipalja • 20 de Marzo de 2013 • 377 Palabras (2 Páginas) • 382 Visitas
Sortilegio de Otoño.
Die Zauberei im Herbste; Joseph von Eichendorff (1788-1857)
El caballero Ubaldo, una tranquila tarde de otoño mientras cazaba, se
encontró alejado de los suyos, y cabalgaba por los montes desiertos y
boscosos cuando vio venir hacia él a un hombre vestido con ropas
extrañas. El desconocido no advirtió la presencia del caballero hasta que
estuvo delante de él. Ubaldo vio con estupor que vestía un jubón
magnífico y muy adornado pero descolorido y pasado de moda. Su rostro
era hermoso, aunque pálido, y estaba cubierto por una barba tupida y
descuidada.
Los dos se saludaron sorprendidos y Ubaldo explicó que, por desgracia, se
encontraba perdido. El sol se había ocultado detrás de los montes y aquel
lugar se encontraba lejos de cualquier sitio habitado. El desconocido
ofreció entonces al caballero pasar la noche en su compañía. Al día,
añadió, le indicaría la única manera de salir de aquellos bosques. Ubaldo
aceptó y lo siguió a través de los desiertos desfiladeros.
Pronto llegaron a un elevado risco a cuyo pie se encontraba una espaciosa
cueva, en medio de la cual había una piedra y sobre la piedra un crucifijo
de madera . Al fondo estaba situada una yacija de hojas secas. Ubaldo ató
su caballo a la entrada y, mientras, el huésped trajo en silencio pan y vino.
Después de haberse sentado, el caballero, a quien no le parecían las ropas
del desconocido propias de un ermitaño, no pudo por más que
preguntarle quién era y qué lo había llevado hasta allí.
-No indagues quién soy -respondió secamente el ermitaño, y su rostro se
volvió sombrío y severo. Entonces Ubaldo notó que el ermitaño escuchaba
con atención y se sumía en profundas meditaciones cuando empezó a
contarle algunos viajes y gestas gloriosas que había realizado en su
juventud. Finalmente Ubaldo, cansado, se acostó en la yacija que le había
ofrecido su huésped y se durmió pronto, mientras el ermitaño se sentaba
en el suelo a la entrada de la cueva.
A la mitad de la noche el caballero, turbado por agitados sueños, se
despertó sobresaltado y se incorporó. Afuera, la luna bañaba con su clara
luz el silencioso perfil de los montes. Delante de la caverna vio al
desconocido paseando intranquilo de aquí para allá bajo los grandes
árboles. Cantaba con voz profunda una canción de la que Ubaldo sólo
consiguió entender estas palabras:
Me arrastra fuera de la cueva el temor.
Me llaman viejas melodías.
Dulce pecado, déjame
O póstrame en el suelo
...