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Otoño


Enviado por   •  4 de Junio de 2015  •  Tesis  •  7.080 Palabras (29 Páginas)  •  127 Visitas

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Juan llegaba exhausto a su casa después de una dura jornada de trabajo, la sonrisa que le acompañaba delataba su buen humor.

María tenía por costumbre fijarse en el rostro de su único hijo cuando éste llegaba a casa. Le observaba, si veía que sus ojos brillaban, sabía que la conversación estaba asegurada, por el contrario, si los ojos de su descendiente carecían de brillo y sus párpados parecían pesados, lo mejor era no llevarle la contraria y hablar lo menos posible con él.

- Sabes Juan que tu tía, la de Santander, la mujer del hermano de tu padre, ¿te acuerdas de ella? bueno, pues esa. Eras muy pequeño la última vez que la viste. El caso es que va a venir a visitarnos. Su marido murió hace tres meses, fíjate y ni tan siquiera nos habíamos enterado. Se encuentra sola y lo está pasando muy mal, por eso ha decidido venirse a Salamanca antes de irse definitivamente a vivir al sur. Mientras arregla todo lo de su pensión y vende el chalet que tiene allí en el norte, permanecerá aquí, después, con el dinero que consiga, se comprará un apartamento en Málaga. Ese compás de espera ha decidido vivirlo conmigo. No te molesta, ¿verdad? Seguro que te cae bien, es una mujer alegre y divertida, aunque como hace tan poco que se ha quedado viuda lo mismo nos viene con la mirada llena de tristeza.

- No sé madre, nuestra casa es muy humilde. Según me cuentas, ella está acostumbrada a vivir con más comodidades que las que aquí va a encontrar, encima han comenzado a bajar las temperaturas y esta casa es tan fría que lo mismo hasta la acaba aborreciendo, aunque si es para poco tiempo, puede que tenga suerte y el invierno decida no hostigarnos con demasiada crudeza.

Tú verás, a mí me da igual.

Si quieres, que duerma en mi habitación, yo dormiré aquí en el salón. Hace mucho tiempo que no utilizamos el sofá cama.

- Hijo mío, has de comprender que me resulta muy difícil negarle este favor, no deja de ser de la familia aunque haga tanto tiempo que no la vemos. Pero has de saber, que si por cualquier cosa deseas que no venga, ya inventaré alguna excusa con la que deshacerme de ella.

- No, madre, tú tranquila, si yo lo decía por ella, a mí me da igual, lo que pasa es que si es una de esas remilgadas, aquí lo va a pasar mal, ¿me entiendes?

- No, hombre, remilgada no es, no creo que se queje de dinero, pero sus raíces son idénticas a las nuestras. Se acostumbrará, además, ¿no dicen eso de: a caballo regalado no se le mires los dientes? Pues eso.

- Me muero y no soy capaz de ponerte en la onda, el refrán, antiguamente puede que fuera así, pero ahora se dice: a jaco regalao no le mires los piños.

Los dos soltaron una sonora carcajada.

María, sin dejar de reírse, se levantó de la mesa para apartarle a su única razón de vivir un caliente y oloroso plato de lentejas. Cuando se hallaba con el cazo en la mano derecha y el plato en la mano izquierda recordó que el día anterior su hijo había comido lo mismo. "Pobrecillo, se merece algo mejor. Señor acuérdate de él, es un buen chaval, no me lo abandones”.

- Madre, ¿cuándo dijiste que venía?

- No te lo he dicho, ni tan siquiera yo lo sé, pero creo que de esta semana no pasa.

¿A qué día estamos hoy?

- A veinte, ¿no?

- No, pregunto que si estamos a miércoles o a jueves. Que cabeza la mía.

Voy para vieja hijo mío, dentro de poco tendrás que meterme en una de esas residencias del Inserso.

- Eso nunca madre, eso nunca, bien sabes tú que yo no soy capaz de hacerte eso.

- Sí hijo mío, pero no te pienses que la vida es tan fácil. Tú probablemente quieras tenerme cerca pero cuando te cases, ¿querrá verme cerca también tu mujer? No te preocupes, mi felicidad está basada en tu felicidad y yo seré feliz sólo cuando lo seas tú. Así pues, lo que hagas, bien hecho estará.

- Mi mujer tendrá que aceptarte. Todo lo que has hecho por mí no lo voy a olvidar tan fácilmente. Ella sabrá lo que hace. Si por casualidad llega a pensar que uno de los tres sobra, la decisión la tendrá muy fácil. Yo pienso que si me encuentro mal en un sitio, me voy y punto. No voy a echar a todos los que en ese sitio se encuentran para estar yo más cómodo, ¿no te parece así madre?

- No, cariño mío, no me parece así. Por de pronto estás pensando que cuando te cases vivirás aquí, y eso lo veo más que improbable. No vas a estar trabajando tan duro como trabajas para luego no poder comprarte tu propia casa. Ahora eres joven y lo ves todo demasiado claro, los años te darán madurez y también te darán confusión. Cuando seas un hombretón te darás cuenta que las decisiones son cada vez más difíciles de tomar, pero eso no hace falta que te lo diga yo, eso te lo dirá la vida. Pues como dice el refrán, más sabe el Diablo por viejo, que por Diablo, y no me vengas diciendo que ahora ese refrán se dice de otra manera, porque te tiro con lo primero que encuentre.

¿Está claro colega? ¿O no está claro?

- Sí señora, está clarísimo, lo que usted diga, cómo voy yo a llevarle la contraria a tan preciada dama.

Las carcajadas volvieron a inundar de amistad la pequeña cocina.

- Vamos dormilón, que son las seis y media.

Tienes ya preparado el café. El bocadillo te lo he puesto de salchichón, hace mucho que no comes embutido.

Abrígate bien que hace frío.

Cuando llegues al mediodía, estará aquí ya tu tía. Espero que cuando entres en casa tus ojos brillen como el sol, no quisiera que le dieras una mala impresión a nuestra invitada, así pues, no riñas con nadie y tómatelo con filosofía, ¿vale?

- Joder tía, me parece mentira que te levantes con tantas ganas de cascar, cállate un ratito que mi mente no está preparada todavía para cavilar.

- Vaya juventud, si no te quedaras a ver la tele hasta tan tarde, te levantarías con mejor humor, ¿no ves a tu madre? A las diez como muy tardar en la cama y a las seis y media de la mañana como una rosa.

- A las diez, pero si son las ocho de la tarde y ya estás dando cabezazos. Si duermes más que la Hilaria, que se levantaba de la cama sólo para poderse echar la siesta.

- Pero a ti quién

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