Monstruo Del Arroyo
Enviado por • 21 de Octubre de 2013 • 2.173 Palabras (9 Páginas) • 1.397 Visitas
Monstruo del arroyo
Capítulo I: Noches de tormenta.
Esa noche llovía tanto pero tanto que anegaba las calles de tierra de Los Tepuales. Pedro se asomo por la ventana, enseguida o llamo la tía Cata le dijo que regresara a la mesa, debía terminar los deberes de la escuela. La tía con tono amable le dice a Pedro, tú sabes que no debes asomarte a la ventana. Lo que Pedro sabía era lo mismo que todos los habitantes de Los Tepuales , que en las afueras en el casco abandonado de la estancia La Margarita junto al arroyo triste vivía un monstruo. El pueblo se había enterado de tan extraña noticia una noche de tormenta, traída por un paisano asustado enseguida se hizo verdad entre los vecinos supersticioso que sacaron a relucir las leyendas más antiguas, que en la Margarita vivió un sabio loco. Hubo en Los Tepuales una persona que dudo del dicho, era el director de la única escuela y logro reunir a cinco hombres para realizar una expedición que se animara a impresionar La Margarita. Partieron la expedición pero uno de los hombres se engancho el poncho en un árbol y asustado pego un grito que asusto a los demás, huyeron dejando solo al director.
Capítulo II: Algo.
Lo que se contaba acerca de las sombras que se movían en los alrededores de la estancia, o de las luces que titilaban en la casa en ruinas, era cierto. Un extraño ser solía moverse entre los árboles del bosquecito que rodeaba la casa. Cómo había llegado a La Margarita era un misterio que ni él mismo, y hubiera podido hablar, habría explicado. Por lo que el monstruo sabía que esa era su guarida y siempre estaría allí, alimentándose con lo que encontraba y evitando todo contacto con los vecinos por lo que no sentía ninguna simpatía, había bajado al pueblo (Los Tepuales). Siempre ocultándose en las sombras de la noche. Dos o tres veces los perros lo habían corrido, ladrándole. Después de esas raras incursiones al pueblo, volvía, como siempre, a su guarida en el arroyo.
Capítulo III: Ventajas
Nació en Los Tepuales la costumbre de dejar cosas en la entrada del pueblo, como pequeñas ofrendas que tenían la intención de tranquilizar al engendro: paquetes de comida, alguna gallina, incluso velas encendidas y botellas con agua. El monstruo nada aprovechaba pero curiosamente los dos granujas del pueblo Adolfo y José que a despecho del miedo salían por las noches de su rancho, y consiguieron así estar alimentados. Los dos granujas eran los encargados de asustar al pueblo, no solo decían haberlo visto, aseguraban además que el maligno ser los había perseguido y José hizo la descripción más completa del monstruo: dos metros de alto, larguísimos pelos, dientes como de león, ojos enrojecidos y garras, poderosas garras. No solo para los granujas, la existencia del monstruo del arroyo, no faltó quien pensará utilizarlo como atractivo turístico pero la idea fue desechada. En Tepuales un intendente y un grupo de colaboradores que tenían las mismas inclinaciones. El secretario de prensa de la Municipalidad el monstruo se convirtió en la excusa perfecta para explicar todos los males del pueblo.
Capítulo IV: Pedro y Marilí.
Pedro Basabilvaso: era un niño de unos once años que había nacido en Los Tepuales y que desde siempre había vivido con su Tía Cata. Como todos en el pueblo creía en el monstruo pero se había prometido que algún día tendría el valor de entrar en La Margarita. La otra era una niña, una nueva vecina de Los Tepuales, se llamaba Marilí venía de Buenos Aires donde los monstruos no existían más que en el cine y la televisión. Estando en Tepuales creyó en la existencia del monstruo del arroyo el que imaginaba chorreando un agua verde y pegajosa. A Marilí, que también tenía once años, le tocó sentarse en el mismo banco del sexto grado al que iba Pedro y allí se hicieron amigo. Los padres de la niña eran médicos que venían hacerse cargo del dispensario del pueblo (consultorio) estaban encantados que tuviera a Pedro de amigo y cuando podían solían invitarle a comer con ellos para que les narrara alguna de las muchas historias que se contaban en el pueblo sobre el terrible ser. A Raúl y Marta los padres de Marilí tenían problemas con la intendencia, ya que se excusaban para no enviar los medicamentos o utilizar la ambulancia por que el monstruo era el responsable. Por eso a Raúl se le ocurrió que la única forma de terminar con los problemas era terminar con la leyenda.
Capítulo V: Preparativos.
El dispensario que atendía Marta y Raúl estaba abierto de lunes a viernes hasta que anochecía y los sábados en la mañana. El domingo era día de descanso, así que el papá de Marilí pensó en tomarse toda la tarde del sábado para la inspección a la Margarita. Le comento a sus pacientes y vecinos su decisión, como es de suponer la voz corrió enseguida y el sábado al mediodía una gran cantidad de tepualenses lo escolto desde el dispensario a la casa. Raúl reía mientras preparaba la mochila repitió la invitación, el que quiera acompañarme que venga aunque sea para las fotos. Pero claro nadie aceptaba. El médico tenía planeada una expedición completa; llevaba abrigo para pasar toda la noche en la estancia y cargó también una linterna poderosa y una cámara de fotos con la que pensaba registrar cada parte de la casona, que según creía estaba vacía. Seguro que habrá ratas, pero llevo un machete para los pastizales y para defenderme. Al fin empezó a bajar el sol y Raúl montó en su bicicleta, con la mochila en los hombros, una gorra de lana en la cabeza y una amplia sonrisa.
Capítulo VI: Una expedición científica.
Raúl mientras pedaleaba pensaba en las cosas que debía hacer al llegar a La Margarita.
1.- sacar fotos llevaba la cámara colgada del cuello, preparada con un rollo de 36 fotos color
2.- anotar todo y cada una de las cosas que valieran la pena
Pensando, pensando Raúl pedaleo hasta la cerca semicaída donde aún se leía el nombre de la estancia. Allí se bajo de la bici, la paso por sobre las maderas y entró. Camino unos metros y al fin vio la casona abandonada: una vieja casa colonial en ruinas, con los techos de teja pudriéndose y los aleros desflecados y sueltos. Sólo una casa vieja, casi caída. Raúl sacó las primeras fotos y entró.
En la entrada tuvo la primera sensación desagradable, había tropezado con
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