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Pideme Lo Que Quieras


Enviado por   •  25 de Julio de 2014  •  2.179 Palabras (9 Páginas)  •  293 Visitas

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Tras salir de la oficina llego a casa como si me hubieran metido un petardo en el culo. Miro las cajas embaladas y se me parte el corazón. Todo se ha ido a la mierda. Mi viaje a Alemania está anulado y mi vida, de momento, también. Meto cuatro cosas en una mochila y desaparezco antes de que Eric me encuentre. Mi teléfono suena, y suena, y suena. Es él, pero me niego a cogerlo. No quiero hablar con Eric.

Dispuesta a desaparecer de mi casa, me voy a una cafetería y llamo a mi hermana. Necesito hablar con ella. Le hago prometer que no le dirá a nadie dónde estoy y quedo con ella.

Mi hermana acude a mi llamada y, tras abrazarme como sabe que necesito, me escucha. Le cuento parte de la historia, sólo parte o sé que la dejaría sin palabras. Omito el tema del sexo y tal, pero Raquel es ¡Raquel!, y cuando las cosas no le cuadran comienza con eso de «¡Estás loca!», «¡Te falta un tornillo!», «¡Eric es un buen partido!» o «¿Cómo has podido hacer eso?». Al final me despido de ella y a pesar de su insistencia no le revelo adónde voy. La conozco y se lo dirá a Eric en cuanto la llame.

Cuando consigo despegarme de mi hermana, llamo a mi padre. Después de tener una breve conversación con él y hacerle entender que en unos días iré a Jerez y le explicaré todo lo que me pasa, me monto en el coche y me voy a Valencia. Allí me alojo en un hostal y durante tres días paseo por la playa, duermo y lloro. No tengo nada mejor que hacer. No le cojo el teléfono a Eric. No..., no quiero.

Al cuarto día me subo al coche y algo más relajada me voy a Jerez, donde papá me recibe con los brazos abiertos y me da todo su cariño y amor. Le cuento que mi relación con Eric se ha acabado para siempre, y él no me quiere creer. Eric le ha llamado varias veces preocupado y, según mi padre, ese hombre me ama demasiado como para dejarme escapar. Pobrecillo. Mi padre es un romántico empedernido.

Al día siguiente, cuando me levanto, Eric ya está en casa de mi padre.

Papá lo ha llamado.

Cuando me ve, intenta hablar conmigo, pero me niego. Me pongo hecha una furia; grito, grito y grito, y le reprocho todo lo que tengo en mi interior antes de darle con la puerta en las narices y encerrarme en mi habitación. Al final, oigo que mi padre le pide que se marche, y de momento me deja respirar. Sabe que ahora soy incapaz de razonar y que en lugar de solucionar las cosas lo que voy es a liarlas más.

Eric se acerca a la puerta de la habitación donde me he encerrado y con voz cargada de tensión e ira me indica que se va. Pero que se va a Alemania. Tiene que resolver ciertos asuntos allí. Insiste una vez más en que salga, pero al ver mi negativa finalmente se marcha.

Pasan dos días y mi angustia es persistente.

Olvidar a Eric me es imposible, y más cuando él me llama continuamente. No le contesto. Pero, como soy una masoquista pura y dura, escucho nuestras canciones una y otra vez para martirizarme y regodearme en mi pena, penita..., pena. Lo positivo de todo este asunto es que sé que está muy lejos y, además, que tengo mi moto para desfogarme, embarrándome y saltando por los campos de Jerez.

Transcurridos unos días me llama Miguel, mi ex compañero en Müller, y me deja a cuadros. Eric ha despedido a mi ex jefa. Incrédula, escucho cómo Miguel me cuenta que Eric tuvo una tremenda discusión con ella cuando la pilló en la cafetería mofándose de mí. Resultado: al paro. ¡Toma ya! Por perra.

Lo siento, no debería alegrarme de ello, pero la malvada que existe en mi interior se regodea con que esa mala víbora por fin haya recibido su merecido. Como dice muy sabiamente mi padre, «el tiempo pone a cada uno en su lugar», y a ésa el tiempo la ha puesto donde se merece, en la puñetera calle.

Esa tarde aparece mi hermana con Jesús y Luz, y nos sorprenden con la noticia de que van a ser padres de nuevo. ¡Embarazo a la vista! Mi padre y yo nos miramos con complicidad y sonreímos. Mi hermana está feliz, mi cuñado también y a mi sobrina Luz se la ve ilusionada. ¡Va a tener un hermanito!

Al día siguiente, se presenta en casa Fernando. Al vernos nos damos un largo y significativo abrazo. Por primera vez desde que nos conocemos no nos hemos comunicado en meses, y eso nos da a entender a los dos que lo nuestro, aquello que nunca existió, por fin se ha acabado.

No me pregunta por Eric.

No hace la más mínima mención de él, pero intuyo que imagina que lo nuestro o se ha terminado, o pasa algo. Por la tarde, mientras mi hermana, Fernando y yo tomamos un tentempié en el bar de la Pachuca, le pregunto:

—Fernando, si yo te pidiera un favor, ¿me lo harías?

—Depende del favor.

Ambos sonreímos, y le aclaro, dispuesta a conseguir mi propósito:

—Necesito la dirección de dos mujeres.

—¿Qué mujeres?

Doy un trago a mi coca-cola y respondo:

—Una se llama Marisa de la Rosa y vive en Huelva. Está casada con un tipo llamado Mario Rodríguez, que es cirujano plástico; sé poco más. Y la otra se llama Rebeca y fue novia durante un par de años de Eric Zimmerman.

—Judith —protesta mi hermana—, ¡ni hablar!

—Cállate, Raquel.

Pero mi hermana comienza su perorata y ya no hay quien la calle. Tras discutir con ella, vuelvo a mirar a Fernando, que no ha abierto la boca.

—¿Puedes conseguirme lo que te he pedido, o no?

—¿Para qué lo quieres? —me contesta.

No estoy dispuesta a contarle lo que ha ocurrido.

—Fernando, no es para nada malo —puntualizo—, pero si pudieras ayudarme, te lo agradecería.

Durante unos segundos me mira con solemnidad mientras Raquel, a mi lado, sigue despotricando. Al final asiente, se levanta, se aleja y veo que habla por el móvil. Esto me inquieta. Diez minutos después, se acerca a mí con un papel y dice:

—Sobre Rebeca sólo te puedo decir que está en Alemania pero no cuenta con una

residencia fija, y la dirección de la otra aquí la tienes. Por cierto, tus amigas se mueven en un ambiente de altos vuelos y comparten los mismos juegos que Eric Zimmerman.

—¿De qué juegos habláis? —pregunta Raquel.

Fernando y yo nos miramos. ¡Se traga los dientes como diga algo más!

Nos entendemos bien y le indico que no se le ocurra contestar a mi hermana, o se las verá conmigo, y él me hace caso. Es un excelente amigo. Finalmente, Fernando se resigna y señala:

—Ni una tontería con ellas, ¿de acuerdo, Judith?

Mi hermana niega con la cabeza mientras resopla. Yo, emocionada, cojo el papel

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